Pedro Poveda e Inocencio de la Inmaculada, dos de los miles de católicos españoles asesinados durante la II República y la Guerra Civil.
El odio ensucia el recuerdo y distorsiona la Historia. Y este es el problema de Pedro Sánchez, que sustenta su prestigio político sobre los cimientos del odio. Y por eso, cuando el líder de los socialistas dice que no olvida lo sucedido en la Guerra Civil, comete gravísimos errores de apreciación, como el de no reconocer que fue su partido, el PSOE, junto con los comunistas y los anarquistas, los autores de la mayor persecución que ha padecido la Iglesia Católica en sus dos mil años de existencia.
Por otra parte, puede que desde un punto de vista eclesiástico sea lo conveniente, puede que sea lo políticamente correcto referirse a “los mártires del siglo XX o de la década de los treinta”, para denominar la conmemoración litúrgica del pasado 6 de noviembre, pero eso no es lo cierto. No y no, esa no es ni la verdad histórica, ni la verdad metafísica, porque ni los siglos ni las décadas pueden derramar la sangre de los mártires, aunque lo cacaree Restán en la COPE, porque la verdad de lo que pasó es que -como ya he afirmado- fueron los socialistas, los comunistas y los anarquistas durante el período de la Segunda República y la Guerra Civil los autores de tan grande persecución religiosa.
Sí, el PSOE tiene pasado golpista e historia criminal
En efecto, el pasado miércoles, se celebró en la santa misa la memoria de los santos Pedro Poveda Castroverde e Inocencio de la Inmaculada Canoura Arnau y compañeros. Entendiendo por compañeros el total de los ya oficialmente 1.915 santos y beatos mártires de la persecución religiosa de la Segunda República y la Guerra Civil, cuyos verdugos fueron los socialistas, los comunistas y los anarquistas, mientras que sus aliados, los católicos del PNV miraban para otro lado, a cambio de que los que estaban asesinando a los católicos les concedieran un estatuto para que su terruño fuera independiente de España. Por eso haría muy bien Pedro Sánchez en condenar el comportamiento de su partido en el pasado, porque si mantiene su aprobación de la historia del PSOE sin matices, alguien podría acusarle de complicidad con el golpe de Estado de 1934, con el pucherazo electoral de febrero de 1936 y con los asesinatos de miles de católicos españoles.
La razón por la que a Pedro Poveda y a Inocencio de la Inmaculada Canoura se les cita por su nombre, encabezando la lista de los más de mil novecientos mártires españoles, se debe a una norma litúrgica. Al ser muchos y no poder mencionar a todos los del grupo por sus nombres, se cita solo a uno o a dos del total, eligiéndolos por este orden, primero a los santos antes que a los beatos, y a los primeros por este escalafón: obispo, sacerdote secular, religioso, religiosa, laico y laica. Y como los obispos españoles mártires son beatos, ceden a la preeminencia de los santos Pedro Poveda, sacerdote secular y fundador de las Teresianas y de Inocencio Canoura, religioso pasionista.
Este religioso pasionista, bien puede ser considerado el mártir de los primeros viernes de mes, pues murió por confesar en Turón a los niños para cumplir con esa devoción. La mañana del 4 de octubre de 1934, Inocencio Canoura subió desde su Convento de Mieres hasta el Colegio de La Salle, en Turón, para confesar a los niños que preparaban la comunión del primer viernes. Eran tantos que ocupó en ello todo el día y decidió quedarse a pasar la noche con los frailes de la comunidad hermana, lo que le condujo a la muerte, porque a las pocas horas comenzó el golpe de Estado del partido de Pedro Sánchez pues, aunque el actual presidente del gobierno lo oculte, su partido, el PSOE, tiene un pasado golpista y una historia criminal, manchada de sangre inocente, ya desde antes incluso de que Franco se alzara en armas el 18 de julio de 1936.
Inocencio Canoura, religioso pasionista, bien puede ser considerado el mártir de los primeros viernes de mes, pues murió por confesar en Turón a los niños para cumplir con esa devoción
Todos los frailes fueron llevados a la cárcel habilitada por los golpistas en la Casa del Pueblo del PSOE de Turón. A las dos de la madrugada del día 9 de octubre Manuel Canoura fue fusilado en el cementerio de Turón, junto a ocho Hermanos de la Doctrina Cristiana y dos oficiales de carabineros.
A los 1.915 mártires, ya declarados oficialmente santos y beatos, habría que sumar otros cuatro mártires, cuya causa ya ha sido cerrada y aprobada y solo resta celebrar la ceremonia litúrgica de su proclamación. Tres son las enfermeras, que los socialistas violaron durante toda una noche en la Casa del Pueblo del PSOE de Pola de Somiedo, antes de asesinarlas y el cuarto es Juan Roig Diggle, un joven catalán cuya madre era de origen inglés, que murió mártir con 19 años.
La historia esperanzada no es la de las mentiras de Pedro Sánchez sino la del miliciano que murió fusilado... por negarse a fusilar a un sacerdote
Cuando sus verdugos se llevaron a Juan Roig, este se abrazó a su madre y se despidió de ella en su lengua: “God is with me”, (Dios está conmigo). Los asesinos recorrieron varios lugares hasta llegar junto al cementerio nuevo de Santa Coloma de Gramanet, donde por la noche, la víspera del 12 de septiembre de 1936, festividad del Dulce Nombre de María, fue asesinado de cinco tiros en el corazón y uno de gracia en la nuca. Estas fueron las últimas palabras que pronunció el joven Juan Roig antes de morir: “Que Dios os perdone como yo os perdono”.
Y a estos estos mártires a los que la Iglesia ya ha reconocido oficialmente, habría que añadir los procesos que se están en curso en las distintas diócesis españolas, que según mis informaciones rondan el número de mil. Pero lo que resulta imposible es dar la cifra exacta católicos, clérigos y laicos, que murieron por defender su fe y que según los estudiosos en esta materia podía ser de unos diez mil.
Y a estos estos mártires a los que la Iglesia ya ha reconocido oficialmente, habría que añadir los procesos que se están en curso en las distintas diócesis españolas, que según mis informaciones rondan el número de mil
A diferencia del perdón y el olvido de Pedro Sánchez, preñados de odio y de mentira, los cristianos lo que debemos hacer, sin miedo a la verdad, sin vergonzantes tapaderas tipo “mártires del siglo XX o mártires de la década de las treinta...”, lo que no podemos dejar de hacer para honrar a nuestro mártires y que nos sirvan de ejemplo, es perdonar y recordar lo que lo que pasó, como lo que cuenta Jorge López Teulon, a quien tanto debemos los católicos españoles por sacar a la luz el testimonio de nuestros mártires de la Segunda República y Guerra Civil. Jorge López Teulón autor de esa joya de libro que se titula El mártir de cada día, cuenta así lo que pasó en Vic:
“El jesuita Isidro Gríful publica en Barcelona en 1956 su libro A los 20 años de aquello, en donde narra lo que sucedió con el canónigo magistral de la Santa Iglesia Catedral de Vic, el doctor Juan Lladó Oller. Los hechos comienzan al detenerle en su casa el 6 de agosto de 1936 y encerrarle en la cárcel de Vic hasta la madrugada del 20 de agosto en la que se vio ante las armas, en el escenario ya conocido, junto a la iglesia de Sant Martí de Riudeperes. Son cuatro los milicianos que van a cometer el asesinato, a doce metros de distancia, junto a un pino. La escena viene determinada por su sonrisa:
—¿La muerte no te da miedo?, preguntan los matones.
Pide unos minutos para explicárselo. Con acento de gran convicción, les cuenta que durante su vida había pedido a Dios tres gracias principales: su salvación, dar su vida por Jesucristo y salvar si quiera fuese un alma. Añade que, a la vista estaba la concesión de las dos primeras; pero en cuanto a la tercera comenta con profunda sinceridad:
—Es tan grande salvar un alma, que por eso lo dejé todo, me hice sacerdote y confesaba, enseñaba el catecismo, visitaba enfermos, me sacrificaba… Yo no sé si, con todos mis esfuerzos, he logrado salvar un alma que, en vez de caer en el infierno, pueda subir al cielo conmigo. Si lo supiera, moriría más tranquilo… Si pudiera salvar a uno de vosotros…
Uno de los milicianos salió de la fila, tiró el arma y, a los pies del sacerdote, besó su mano, muy emocionado:
—¡Padre, usted me salva a mí! ¡Es mi alma la que usted ha pedido a Dios!
—¿Qué te pasa? -grita el jefe- ¡Apártate de ahí!
—¿No veis que esto es grande? -replica el converso- ¿Hemos de matar a hombre así? Después de todo, también nosotros somos cristianos…
—¡Déjate de tonterías y apártate! -replica aquel-. Si no, te matamos también a ti.
El miliciano, de nuevo se dirigió al sacerdote.
—Padre, déme la absolución, porque prefiero morir con usted que seguir con ellos.
La orden de disparo no se hizo esperar. Canónigo y miliciano cayeron juntos, con el beneficiado de la catedral, Ramón Clara Canals. El padre Isidro Gríful asegura haber oído esta anécdota a unos milicianos de Vic. Dice que la volvió a oír en Perpiñán, esta vez, de boca de uno de los tres asesinos del Dr. Lladó, “muy impresionado y arrepentido”.
Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá.