En China, la ley obliga a los curas a mostrar su amor por el Partido Comunista. O les paramos los pies allí o llegarán aquí
Nuestros obispos y sacerdotes que ejercen en China…, sí digo que son también nuestros porque por pertenecer a la Iglesia Católica son nuestros y muy nuestros…; pues bien, continúo e insisto: nuestros sacerdotes que viven en el Extremo Oriente están siendo perseguidos en su fe por el Gobierno de China, y contra eso algo tenemos que decir desde Occidente.
El Gobierno de China ha decretado que nuestro clero de aquel país tiene que «promover la unidad nacional, la unidad étnica, la armonía religiosa y la estabilidad social». También el Gobierno comunista de China prohíbe a nuestros sacerdotes de aquel país “poner en peligro la seguridad nacional” o “socavar la unidad nacional” y “dividir el país”, y somete su predicación al control del Partido Comunista para que reflejen sus consignas ideológicas. Y hasta el Gobierno de China se atreve a publicar en el decreto que los “sacerdotes están obligados a hacer público su amor al Partido Comunista de China”.
Tal cual vuelve a repetirse la historia de la Constitución Civil del Clero (12-VII-1790) de la Revolución Francesa, y como la historia es maestra de la vida conviene recordar lo que pasó entonces, para que no tropecemos dos veces en la misma a piedra. Y es que como traguemos con lo de China, detrás vamos a ir nosotros, si es que en Occidente no hemos ido ya por delante y, a lo mejor, por eso pasa en China lo que pasa.
La novedad del Cristianismo frente a lo establecido por las culturas de la Antigüedad es que distingue el ámbito civil del religioso: “dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Por este motivo, cuando los emperadores romanos exigieron a los cristianos que le dieran lo que era de Dios y ellos se negaron, se desató la persecución.
Lo que hizo la citada Constitución Civil del Clero fue separar a la jerarquía y a los sacerdotes de Roma para convertirlos en funcionarios al servicio del Estado alumbrado por esa Revolución (la Revolución Francesa) gestada a golpe de guillotina
La aparición de los cristianos hace dos mil años coincidió con la divinización de la persona del César, por lo que los mártires de entonces fueron a la muerte acusados de ser ateos, por negarse a adorar al emperador de turno. Y esta es en definitiva la causa de todas las persecuciones: tratar de que los cristianos obedezcan a los hombres antes que a Dios.
Pero es tan de Dios la Iglesia que los hombres no han logrado destruirla a pesar de todos sus esfuerzos. Uno de esos intentos se produjo en la Revolución Francesa y hasta se creyeron que lo habían conseguido, por eso cuando falleció (29-VIII-1799) el romano pontífice que condenó por cismática la Constitución Civil del Clero, la prensa francesa anunció su muerte con este titular: “Pío VI y último”.
Y como el cuadrado no es círculo y el círculo no es cuadrado, el clero si es civil, ya no es pertenencia de Dios. Lo que hizo la citada Constitución Civil del Clero fue separar a la jerarquía y a los sacerdotes de Roma para convertirlos en funcionarios al servicio del Estado alumbrado por esa Revolución gestada a golpe de guillotina, de la que algunos piensan que separó el Antiguo del Nuevo Régimen, la luz de las tinieblas, cuando en realidad lo que la guillotina separó fue la cabeza del tronco de muchos miles de franceses.
Pero es tan de Dios la Iglesia que los hombres no han logrado destruirla a pesar de todos sus esfuerzos
Según la Constitución Civil del Clero, Roma ya no tenía nada que hacer ni decir en la elección y consagración de sacerdotes y obispos. Los elegían los votantes de las asambleas municipales por sufragio restringido, por lo que se daba el caso de que los contribuyentes de otras religiones podían elegir a los obispos católicos, ya que para poder votar solo se exigía pagar una determinada cuantía de impuestos. Y la cadena de consagraciones de los elegidos la inició Talleyrand, que entonces era obispo de Autun, y a continuación él abandonó el sacerdocio, se emparejó en 1794 con Catherine Noele Grand, una conocida prostituta de Paris, con la Napoleón le obligo a casarse en 1802 y de la que poco después se separó. Antes de su muerte (17-V-1838) firmó, en presencia del abad Dupanloup, una solemne declaración en la que repudió abiertamente «los grandes errores que habían perturbado y afligido a la Iglesia católica, apostólica y romana, y en los que había tenido la desgracia de caer». Y al administrarle la Extremaunción, pidió que le ungieran en el reverso de la mano, como se hace con los sacerdotes, ya que sus palmas ya habían sido ungidas, y manifestó que aunque no había vivido como tal él era sacerdos in aeternum.
La Constitución Civil de Clero reorganizó el mapa de los obispados y las parroquias, y como resultado se suprimieron un total de 4.000 parroquias, lo que equivalía al 10% del total de Francia. Las 139 diócesis también se redujeron a 83, para hacerlas coincidir con el número y la extensión de los nuevos departamentos administrativos.
Los sacerdotes que se negaron a someterse al poder revolucionario y siguieron siendo fieles a Roma, fueron perseguidos y muchos lo pagaron con la vida. Y en el mejor de los casos otros pudieron huir y se refugiaron en los países vecinos, de modo que la Revolución de la libertad, la igualdad y la fraternidad provocó que la cifra de los huidos, los desterrados, los deportados y los asesinados ascendiese a un total de 40.000; es decir, la tercera parte del clero francés.
Del ambiente de persecución y de la aceptación del martirio de la parte del clero fiel a Roma, dan testimonio las siguientes palabras del padre Dugué, un religioso de Montfortain, dirigidas a sus hermanos sacerdotes: “Los cristianos saben morir, no saben rebelarse”
Del ambiente de persecución y de la aceptación del martirio de la parte del clero fiel a Roma, dan testimonio las siguientes palabras del padre Dugué, un religioso de Montfortain, dirigidas a sus hermanos sacerdotes: “Los cristianos saben morir, no saben rebelarse. Tened mucho valor si por haber cumplido con vuestro deber os sucede alguna cosa adversa, como pueda ser la pérdida de los bienes, del honor, de la libertad y hasta de la vida; soportadlo valientemente y con gozo por amor al que sufrió con alegría por vosotros las calumnias, las traiciones, las burlas, los salivazos, la flagelación, la corona de espinas, la desnudez, la muerte ignominiosa en la cruz: mantened en vuestro interior la firme confianza de que, si ahora sufrís oprobios como los suyos, un día seréis glorificados por Él”.
Mientras que el clero que se niega a jurar la Constitución Civil del Clero sufre martirio, los curas que la acatan y que reciben el nombre de “juramentados” se ponen al servicio de un Estado sin religión, en el que ya no son representantes de la divinidad, sino meros instrumentos del poder político. De esta manera, se tienen que limitar a bendecir edificios oficiales y arbolitos recién plantados en las ceremonias civiles para mayor gloria del poder. Y a cambio del sueldo que reciben tienen que satisfacer los caprichos de las autoridades, que se complacen con su docilidad y su humillación.
Comenzaron por bendecir arbolitos y se precipitaron en el vacío doctrinal, de modo que en los últimos meses de 1792 y los primeros de 1793, los curas constitucionales comienzan a casarse, en ceremonias cada vez más degeneradas. El abate Aubert, vicario de la parroquia de Sainte-Maragaritte de París, ni siquiera recibe la bendición nupcial de su párroco, sino del sacristán y a continuación acude a la Asamblea municipal para presentar a su mujer. Y en este toma y daca con el poder civil, Aubert recibe como premio la titularidad de la parroquia de San Agustín. Y de remate, Aubert adjudicó en el coro de su iglesia un sitio de honor para su esposa.
Una buena parte de los curas constitucionales, unos doce mil, acabaron casándose y se sentían orgullosos de lo que estaban haciendo. Así por ejemplo el párroco Pierre Dolivier anunció su boda a sus seguidores en los siguientes términos, hablando en tercera persona para referirse a él mismo, como hizo Julio César en su Guerra de las Galias: “El hecho más santo que nos ha regalado la naturaleza es el nacimiento. No hemos recibido la virginidad para conservarla siempre. Esa flor tiene que dar sus frutos. A las delicias de la primavera sigue la riqueza del otoño. ¡Pierre Dolivier confía plenamente en llegar a ser un buen esposo, un buen padre, un buen ciudadano! Que gran camino para llegar a ser un buen cura”.
No, no era una cuestión menor lo del emparejamiento de los curas constitucionales, bien sabían lo que hacían los revolucionarios y así de claro lo expuso el diputado Bézard el 13 de noviembre de 1792: “Cuando los curas tengan sus mujeres, los confesonarios solo van a servir para hacer garitas”.
Había que eliminar el sentido del pecado para afirmar la inutilidad de la Redención y así negar por absurda la Encarnación del Hijo de Dios. De hecho, reformaron el calendario para indicar que el comienzo del tiempo de la redención comenzaba con ellos, y así la proclamación de la República Francesa se estableció como el día primero del año I. Para borrar todo recuerdo religioso, a los días les quitaron la advocación de los santos y se los dedicaron a las legumbres, las flores o los animales. A partir de entonces se establecía el día del perejil, de la zanahoria o del lirio... Y la cursilería se emparejaba con el sectarismo politico en determindas fechas, pues el día del calendario revolucionario correspondiente con el 25 de diciembre, Natividad del Señor, decideron que fuera "el día del perro".
Había que conseguir por todos los medios barrer cualquier circunstancia que a los hombres les hicieran preguntarse por la trascendencia, de modo que la muerte se presentó como un “sueño”, el “sopor eterno” al que se refirió Fouché
Había que conseguir por todos los medios barrer cualquier palabra que a los hombres les invitara a preguntarse por la trascendencia, de modo que la muerte se presentó como un “sueño”, el “sopor terno” al que se refirió Fouché. “En su lecho de muerte, —dijo el diputado Poultier en un discurso pronunciado el mes de junio de 1794— rodeado de toda clase de objetos aterradores, el hombre de los curas sufre los tormentos reservados a los criminales; sus males se duplican a causa de lúgubres ceremonias, a causa del fúnebre sonido de las campanas, a causa de los rostros descarnados y de los ornamentos aterradores. Pero el hombre de la naturaleza termina como ha vivido; su último pensamiento es el recuerdo del bien que ha hecho; su último suspiro, por la prosperidad de la patria. ¡El hombre de la naturaleza, no muere, duerme!”.
Cinco años después de publicarse la Constitución Civil del Clero, los obispos y los curas constitucionales se habían reducido a la mínima expresión, y a los pocos que quedaban solo les seguía el 5% de su feligresía inicial
Cinco años después de publicarse la Constitución Civil del Clero, los obispos y los curas constitucionales se habían reducido a la mínima expresión, y a los pocos que quedaban solo les seguía el 5% de su feligresía inicial. Al día de hoy de esa iglesia constitucional no queda ningún representante en Francia, pues desapareció cuando el Directorio (1795-1799) dejó de financiarla. Sin embargo, aquellas semillas siguen dando sus frutos, que adormecen y nublan la conciencia de los católicos para que prefiramos obedecer a los hombres antes que a Dios, porque para algunos lo del martirio ya es tan antiguo, que a los que derramaron su sangre en defensa de la fe les llaman testigos de un tiempo pasado.
Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá