Fachada principal del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), creado por ley el 24 de noviembre de 1939, que ha pervivido hasta la actualidad
Lo de la originalidad no es lo suyo, porque esta vez Pedro Sánchez ha copiado a Juan Santiuste. Los numerosos actos contra Franco que nos ha prometido para este año que se estrena, tienen de original lo mismo que su tesis doctoral. Juan Santiuste es uno de los protagonistas de una de las series de los Episodios Nacionales. Y se preguntará alguno… ¿y quién es y qué hizo Juan Santiuste?
Pues por ir por la directa, diré que Juan Santiuste fue un sinvergüenza. Benito Pérez Galdós (1843-1920) cuenta su vida, un verdadero salseo en el que van desfilando las virtudes y los pecadillos de Juan Santiuste con moras, judías y cristianas, porque en el estilo maniqueo de los Episodios Nacionales los defectos de los liberales son graciosos, y no digamos qué cosa tan grandiosa son para Galdós los méritos de los liberales; por el contrario, las virtudes de los absolutistas son antipáticas, y que para qué les cuento, sus defectos. Por lo tanto, Juan Santiuste hasta en el peor de sus comportamientos resulta un muchachote simpático, porque este personaje galdosiano es un liberal puro, sin mezcla alguna de absolutismo.
Pero no sean ustedes mal pensados, que a lo que yo me refiero del copieteo de la vida de Juan Santiuste no son a los “encuentros de distinta naturaleza” -que diría Aldama- con judías, moras y cristianas, sino al trabajo intelectual de sus últimos años, cuando Juan Santiuste vivió como si ya no existieran las mujeres. Sí, Santiuste, según Galdós, fue un intelectual al estilo de muchos de los de ahora, es decir, ejerció el periodismo a sueldo del sistema. Este personaje de Galdós fue un protegido del marqués de Beramendi, que le envió a Marruecos para que hiciera las crónicas de la Guerra de África, que duró cuatro meses desde diciembre de 1859 hasta que se firmó la paz en abril de 1860. Juan Santiuste tenía que escribir a su protector lo que sucedía: “Hágase cuenta -le encargó Beramendi- de que escribe para mí solo, y sea esclavo de la verdad”. Pero a la vez tenía que contar la guerra “en tono de patriotismo infantil y sonrosado” al niño Vicente Halconero, un rapaz lisiado de una pierna y entusiasta de las hazañas militares.
Por esta doble misión, Juan Santiuste, a la vez que en las cartas que dirigía a Beramendi narraba la verdad, en las que enviaba a Vicentito Halconero dejaba correr su fantasía. De este modo, se podría decir, que unos escritos eran de Historia sin apellidos, al gusto de Clío, la verdadera musa de la Historia, y en otros escribía ad usum Delphini, que es como quiere obligarnos a escribir Pedro Sánchez, siguiendo la falsilla de su Ley de Memoria Democrática; a saber: Franco, tirano sanguinario; y PSOE, un siglo de honradez y democracia. Una falsilla a la que si uno se ajusta con docilidad ovejuna, puede llegar muy alto y cobrar una pasta, que con los que le obedecen Pedro Sánchez es muy generoso, a cuenta del contribuyente. Les cuento.
Juan Santiuste tenía que escribir a su protector lo que sucedía: “Hágase cuenta -le encargó Beramendi- de que escribe para mí solo, y sea esclavo de la verdad”. Pero a la vez tenía que contar la guerra “en tono de patriotismo infantil y sonrosado” al niño Vicente Halconero
Para organizar todos estos actos contra Franco se ha creado un comisionado especial, bajo el título de España en libertad, con rango de subsecretaria, lo que quiere decir que al que le toque ser titular de esta milonga se va a embolsar de entrada unos 80.000 euros, con capacidad además de repartir prebendas a cuantos asesores y ayudantes quiera nombrar. Y todo este montaje para que el Ministerio de Política Territorial y Memoria Democrática no se ocupe de estos actos contra Franco, porque en este Ministerio da lo mismo el culo que las témporas, porque ya me dirán ustedes qué tiene ver lo uno con lo otro, la política territorial con la memoria democrática. Ítem más: la parte, no sé sabe si de las témporas o del culo de este Ministerio, es decir, de la Memoria Democrática, tiene, a su vez, dos direcciones generales, una de atención a las víctimas y otra de promoción de la Memoria Democrática, por lo que el número de estómagos agradecidos de este organismo son legión, como era la multitud de demonios que habían entrado en el cuerpo del poseso de Gerasa, sin que en este caso haya nadie con autoridad moral que mande a todos estos mangantes a que abandonen los presupuestos del Estado y se instalen en los cerdos de alguna piara que se despeñe por un acantilado, como se cuenta en el Evangelio.
Pero a lo que estamos Remigia, que se nos pasa el arroz. Y sucedió que con los años, Juan Santiuste acabó enloqueciendo y no de amor, sino por culpa de su sectarismo político. Se propuso la empresa de escribir la Historia de España no como había sucedido, sino como según él debería haber sucedido; es decir, con el triunfo de los liberales y la derrota de los absolutistas, así es que tuvo que desenterrar muertos y enterrar vivos para que cuadrara su Historia con sus ideas preconcebidas, y con semejante alboroto mental enloqueció. Fue entonces cuando decidió cambiar su nombre de Juan Santiuste por el de Confusio, por la enorme confusión que reinaba en su cabeza. Y lo primero que hizo fue darle un título a su trabajo tan rimbombante como este: Historia lógico-natural de los españoles de ambos mundos en el siglo XIX. Pero le cedo la palabra al marqués de Beramendi, protector de Confusio, para que nos describa lo que pasó:
“Cada dos o tres días despacha un capítulo que me lee antes de ponerlo en limpio […] Confusio no escribe la Historia, sino que la inventa, la compone con arreglo a la lógica, dentro del principio de que los sucesos son como deben ser. Anteayer me leyó un capítulo que me hizo morir de risa. Describe los sucesos del año 1823, las artes solapadas de Fernando VII para ahogar en España el espíritu liberal, la intervención de los Cien Mil Hijos de San Luis para restablecer el absolutismo, los acuerdos de las Cortes, la declaración de locura del rey. Al llegar aquí el hombre se quita cuentos, y… ¿Qué creerán ustedes que proponen, discuten y votan las Cortes? Pues procesar al rey […] Pásmense ahora: Fernando es condenado a muerte… y como no resulta decoroso ahorcarle, ni tenemos verdugos que sepan degollar, es fusilado con muchísimo respeto en Cádiz, en el baluarte próximo a la aduana… ¿Se ríen ustedes? Pues si leyeran la solemne escena de Fernando en la capilla […] y luego la marcha al suplicio al son de tambores destemplados, y lo que el augusto condenado dijo al cura que le auxiliaba, admirarían al historiador, que según dice, no tiene por musa a la vieja Clío, sino a la conciencia humana”.
Juan Santiuste acabó enloqueciendo y no de amor, sino por culpa de su sectarismo político. Se propuso la empresa de escribir la Historia de España no como había sucedido, sino como según él debería haber sucedido; es decir, con el triunfo de los liberales y la derrota de los absolutistas
Pues al igual que Confusio, Pedro Sánchez en un alarde de valentía le ha pisado el rabo al león de muerto y se va inventar una Historia de España, que empezará así: “Cautivo y desarmado el ejército fascista, las tropas socialistas han alcanzado sus últimos objetivos. La guerra no ha hecho nada más que empezar y los socialistas, con cargo al presupuesto del Estado, a Franco, muerto hace cincuenta años, le vamos a dar una que se va a enterar”.
Y por aquello de que la gente no es tonta y no le gusta que le tomen el pelo, resulta que una de las publicaciones de la editorial San Román, y en la que yo he colaborado, se ha convertido en un libro de obligada lectura. Sin duda, el éxito no se debe tanto a mi persona, pues yo solo he sido el coordinador de ese libro, sino que el mérito lo tienen los seis autores, que analizan la sociedad, la economía, la cultura y la religión, y lo hacen sin sectarismo, con rigor y seriedad, haciendo valer el título del libro que es este: Los números de Franco. Los seis autores de este libro pertenecen a las Universidades públicas de Alcalá y Valladolid, a la Universidad CEU-San Pablo y el sexto autor es Vicente Cárcel Ortí, un sacerdote experto en Historia religiosa que se ha pasado toda su vida metido en los Archivos Vaticanos.
Portada del libro de la editorial San Román Los números de Franco: sociedad, economía, cultura y religión
La idea que tuvimos al escribir este libro fue la de dejar hablar a los incontestables datos estadísticos, y en este sentido el libro tiene muchos cuadros referidos a los siguientes temas: los comportamientos demográficos, el proceso de urbanización, el trasvase de la población campo/ciudad, la estructura ocupacional, la estratificación social, la cesta de la compra y los salarios, las condiciones de habitabilidad, el problema de la vivienda, la consolidación de la Seguridad Social, las tasas de analfabetismo, la creación de puestos educativos en todos los niveles de enseñanza, los inicios de la nueva Organización Sindical, los cambios de la estructura social y la creación de una sociedad de clases medias, las bases económicas de la reconstrucción, los Planes de Desarrollo Económico y Social, la práctica religiosa o la evolución del número de sacerdotes y seminaristas.
El libro derriba muchos de los tópicos que el sectarismo ideológico ha levantado en los últimos años contra Franco. Y como las mentiras más gordas se han dicho contra el ambiente cultural de los años de Franco, resulta que el capítulo dedicado a la cultura es muy sorprendente, pues a lo largo de sus páginas se da a conocer el número de obras de teatro que se estrenaron, la creación de bibliotecas populares, los nombres de grandes literatos, pintores, escultores y arquitectos de esos años, la producción de libros y un sinfín de manifestaciones culturales, que incluyen hasta los títulos y el número de tebeos que salieron a la luz.
Al igual que Confusio, Pedro Sánchez en un alarde de valentía le ha pisado el rabo al león de muerto y se va inventar una Historia de España
Pero si sorprendente son las manifestaciones del mundo de la cultura de tipo más humanista, no menos interesante es el elenco de autores y realizaciones de la ciencia y la técnica. Así por ejemplo, en estas páginas se presenta al científico Julio Palacios (1891-1870), premio Juan March de la Ciencias en 1958, miembro de tres Reales Academias, célebre por sus teorías sobre el análisis dimensional, la luminosidad de los átomos en los rayos canales y la teoría de la relatividad. Julio Palacios, en su libro La relatividad, una nueva teoría, debatió de tú a tú con el mismísimo Albert Einstein (1879-1955).
El autor del capítulo de la cultura es Antonio Manuel Moral Roncal, actual catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá, y en uno de su párrafos afirma lo siguiente:
“La España de Franco no fue un páramo cultural, como desmitificó uno de sus testigos, Julián Marías, discípulo de Ortega y Gasset, ya en 1976. Los catedráticos, músicos, artistas, escritores, periodistas, científicos, etc., que voluntaria o involuntariamente permanecieron en la península ni fueron inferiores a los exiliados, ni su labor en los claustros, ateneos, empresas cinematográficas, editoriales, museos y academias fue inútil o estéril. Dámaso Alonso, Pedro Laín Entralgo, Rafael Lapesa, Luis Díez del Corral, Blas Taracena, Miguel Asín Palacios, Fernando Álvarez de Sotomayor, etc., entre otros muchos, tuvieron que cargar con la enorme responsabilidad de sostener con vida las instituciones culturales y científicas en condiciones adversas, en una dura posguerra que se prolongó más de lo esperado por todos los españoles. Y ellas no murieron ni desaparecieron, sobrevivieron y fueron lentamente impulsadas al calor del desarrollismo del segundo franquismo y del “milagro económico español”.
Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá