“¿Por qué se dice que España es tierra de María?”, se preguntaba un presunto teólogo de la escuela de los que han dejado de creer en Dios, porque ya solo creen en sí mismos. ¡Pues muy sencillo, alma de cántaro!, porque, teniendo en cuenta que España, cultural y religiosamente, es también todo ese continente al otro lado del Atlántico, donde se trata a la Madre de Dios del mismo modo, solo cabe concluir que la Virgen María tiene debilidad por “las Españas”, ya que a Santa María le debe gustar que la quieran a la española.

Y una de las manifestaciones de la devoción mariana a la española, desde siempre, ha sido venerar a la Virgen María bajo la advocación de la Inmaculada Concepción, como proclaman las coplas de Miguel Cid (1550-1615), escritas el año antes de morir y, por muy populares, cantadas por las buenas gentes de Sevilla:

Reverso estampa

Coplas de Miguel Cid en el reverso de una estampa y en el azulejo de cerámica de la calle de Sevilla que lleva el nombre del poeta

“Todo el mundo en general
a voces, Reina Escogida,
diga que sois concebida
sin pecado original”.
 
Azulejo

 

Sin duda, Sevilla es uno de los focos más importantes del inmaculismo ya desde el siglo XVI. Concretamente en esa ciudad el impulso inmaculista se debe a un grupo espiritual, que por reunirse en el Patio de los Naranjos de la catedral de Sevilla, junto a la capilla de la Virgen de la Granada, ha pasado la Historia con el nombre de la Congregación de la Granada.
Viregen de la Granada

Virgen de la Granada, atribuida a Andrea della Robbia (1435-1525) . Capilla de Scallas de la catedral de Sevilla

 

La Congregación de la Granada fue fundada por Gómez Camacho hacia el año 1541, y a esta comunidad pertenecieron personajes ilustres de Sevilla como el escultor Juan Martínez Montañés (1568-1649). Y, también, a este mismo grupo perteneció el citado poeta Miguel Cid, inmortalizado en un cuadro pintado por Francisco Pacheco (1564-1644) en el que le representa a los pies de la Inmaculada con los papeles en sus manos, donde estaba escrita la copla que le hizo célebre.

Inmaculada con Miguel del Cid, de Francisco Pacheco. (Catedral de Sevilla)

Inmaculada con Miguel Cid de Francisco Pacheco. Catedral de Sevilla

Es de sobra sabido, que la Inmaculada Concepción de María ha inspirado a numerosos artistas, entre los que destaca muy por encima de todos Bartolomé Esteban Murillo (1618-1682). La discusión de la prerrogativa de la Inmaculada entre franciscanos y dominicos provocó hasta serios altercados en la ciudad de Sevilla. Pero en la época de Murillo cesaron estos enfrentamientos con el triunfo de los inmaculistas, hasta el punto de que las autoridades sevillanas recurrieron al rey Felipe IV (1621-1640) para que solicitara del Papa la proclamación del dogma de la Inmaculada. No consiguió su propósito el monarca español, pero al menos obtuvo que el papa en 1622 expidiera un decreto en el que reconocía que la Iglesia aceptaba la tesis de que María había sido concebida sin pecado.

En 1678 Justino de Neve (1625-1685), canónigo de la catedral de Sevilla y presidente eclesiástico del Hospital de Venerables Sacerdotes de la ciudad, contrató a Murillo la ejecución de una Inmaculada que primero fue de su propiedad y que donó después la iglesia de dicho hospital. Y de allí la robó el mariscal Soult (1769-1851) en 1813, durante la invasión francesa.

Tras la muerte del mariscal, el cuadro fue subastado en 1852, y la compró el Museo del Louvre por una cantidad de 615.300 francos oro, cifra nunca alcanzada por una pintura hasta ese momento. Y del Louvre fue repatriada por Franco en 1941, e instalada en el Museo del Prado. Este cuadro es una de las telas más importantes de esta institución, donde se la conoce como la Inmaculada de Murillo o también por el nombre de su ladrón: La Inmaculada de Soult.

¡Y como no recordar en esta solemnidad de la Virgen María a la Orden de la Inmaculada Concepción, tan arraigada en España y en el continente americano español! Las Concepcionistas, fundadas por Santa Beatriz de Silva (1424-1492) han sido y siguen siendo muchas y muy santas, entre las que no puedo menos de mencionar a la madre María de Jesús de Ágreda (1602-1665), a la madre María de San Pablo (1537-1609), fundadora del convento del Caballero de Gracia y, por supuesto, a mi muy querida Sor Patrocinio  (1811-1891).

Nosotros, los universitarios españoles, tenemos desde hace siglos una tradición de defensa de la Inmaculada. En verdad, fue la Universidad de París la primera, en 1496, en incluir en sus estatutos el compromiso de jurar, votar y defender perpetuamente el misterio de la Inmaculada. Y fue en este claustro precisamente, donde Duns Scoto (1266-1308) defendió con brillantez esta doctrina, mediante sus argumentos resumidos en estas cuatro palabras: potuit, decuitergo fecit (podía, convenía, luego Dios lo hizo). Y en 1530 la Universidad de Valencia fue la primera en nuestra patria en la que sus claustrales prestaron el juramento inmaculista, a la que siguieron el resto de las universidades españolas.

Hasta el año de 1871 circulaba una profecía apócrifa, que para darle la credibilidad de que la que carecía se anunciaba en latín -Annos Petri non videbis (no superarás el tiempo de Pedro)-, según la cual ningún Papa podría sobrepasar el cuarto de siglo que se atribuye al pontificado romano de San Pedro

Pues bien, todos estos empeños en honrar a la Madre de Dios, bajo la advocación de la Inmaculada Concepción, se coronan en el pontificado del beato Pío IX (1846-1878), que tiene el récord de permanencia al frente de la Iglesia. En efecto, hasta el año de 1871 circulaba una profecía apócrifa, que para darle la credibilidad de que la que carecía se anunciaba en latín -Annos Petri non videbis (no superarás el tiempo de Pedro)-, según la cual ningún Papa podría sobrepasar el cuarto de siglo que se atribuye al pontificado romano de San Pedro. Por eso, Pío IX que poseía un fino sentido del humor, al cumplirse los 25 años de su elección, mandó colocar en un pilar de la basílica de San Pedro -justo sobre la imagen de bronce del primer Papa conocida como "El Pescador"- un mosaico con la fecha de la efemérides, como queriendo certificar su victoria sobre tan singular y falsa profecía. En efecto, el pontificado de Pío IX es el más largo de toda la historia, duró exactamente treinta y un años, siete meses y veintidós días. Tan dilatado mandato se sitúa en el centro del siglo XIX, período en el que se aclimata definitivamente el régimen liberal en Europa.

annus
Annus Pío

Crucero de la Basílica de San Pedro en el Vaticano, donde se encuentran la imagen de San Pedro y el mosaico conmemorativo de los 25 años de pontificado de Pío IX

Pues bien, la primera de las grandes decisiones doctrinales de Pío IX fue la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción el 8 de diciembre de 1854. Pío IX tuvo siempre una arraigada devoción a la Madre de Dios, lo que queda reflejado en las prácticas de piedad de su vida privada. La iniciativa del Papa se apoyaba en sólidos precedentes; en primer lugar, venía a confirmar oficialmente el sensus fidelium, pues desde muy antiguo era un sentir unánime del pueblo cristiano que la Virgen María había sido concebida sin pecado original. Sixto IV (1471-1484) había establecido la fiesta de la Inmaculada Concepción y Gregorio XVI había incluido este título en el prefacio de la misa. Pío IX, previamente, encargó a una comisión de cardenales y teólogos el estudio sobre la oportunidad de la definición de este dogma; después consultó a los obispos, de los que 546 respondieron afirmativamente de un total de 603.

Mediante la bula Ineffabilis Deus (8-XII-1854) se hizo oficial dicha proclamación. Y sorprendentemente fue España el único país del mundo en el que Gobierno prohibió la difusión de la bula pontificia. Las revoluciones de julio de 1854 habían aupado al poder al partido progresista, que ya había dado muestras durante los años anteriores de su sectarismo antirreligioso. No conforme con haberle arrebatado a la iglesia sus propiedades mediante las leyes de la desamortización de 1836, iba a promover ahora otra desamortización en 1855 y, como hemos dicho, prohibió la difusión de la bula papal, conculcando el más elemental de los derechos. Pero al progresismo antirreligioso la historiografía le ha perdonado y ha ocultado sus tropelías, y no es fácil encontrar referencias de estos atropellos en los libros actuales de historia. Y a lo mejor, querido lector, usted es uno de tantos a los que esto no se lo contaron ni en la Universidad, ni en el instituto de Enseñanza Media y a lo mejor ni en el colegio religioso donde hizo el bachiller.

Por su parte, en los Museos Vaticanos, junto a las estancias de Rafael (1483-1520), hay una sala cuyos frescos recuerdan la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción. Y en dicha sala en un espectacular mueble-biblioteca situado en el centro de la Sala de la Inmaculada Concepción, se exponen las traducciones de la bula pontificia de proclamación del dogma, Ineffabilis Deus, en versión facsímil. La obra es un refinado producto artesanal de la Maison Christofle de París, que se realizó entre 1874 y 1878, por encargo del Abad Marie-Dominique Sire. Este magnífico mueble se financió con donaciones de los fieles devotos de la Virgen.

Mueble biblioteca

Mueble-biblioteca de la Sala de la Inmaculada. Museos Vaticanos

Y ¿qué es lo que decía la bula Innefabilis Deus, que tanto inquietaba al gobierno del partido progresista, presidido por el general Espartero (1793-1879), para prohibir su difusión? Pues además del odio a la religión del que se habían preñado muchos de sus dirigentes en las logias masónicas, el hecho de que pudiera haber otra autoridad, que no fuera la suya, que se pudiera dirigir a los españoles. Esto es lo que se podía leer en dicha bula:

“Con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, con la de los santos apóstoles Pedro y Pablo, y con la nuestra: declaramos, afirmamos y definimos que ha sido revelada por Dios, y de consiguiente, que debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano. Por lo cual, si algunos presumieren sentir en su corazón contra los que Nos hemos definido, que Dios no lo permita, tengan entendido y sepan además que se condenan por su propia sentencia, que han naufragado en la fe, y que se han separado de la unidad de la Iglesia, y que además, si osaren manifestar de palabra o por escrito o de otra cualquiera manera externa lo que sintieren en su corazón, por lo mismo quedan sujetos a las penas establecidas por el derecho”.

 

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá