Retratos del matrimonio Elena de la Quintana y de la Quintana y Juan de Peñalosa y Contreras, donantes del edificio del Colegio Compañía de María de Talavera de la Reina
Talavera de la Reina es un cofre que guarda joyas de un gran valor, acabo de descubrir un par de ellas. Puede que tenga más, pero al menos yo he visto dos de ellas el lunes pasado, porque su contemplación me ocupó una mañana entera, se me echó la hora encima y no tuve tiempo para quedarme por la tarde en la Ciudad de la Cerámica, para ver las restantes. Durante la visita me iba quedando tan gratamente impresionado, que en un determinado momento comencé a hacer fotos de lo que veía, para compartirlo con mis lectores. Así es que, a continuación, se lo voy a contar por escrito y con imágenes.
A la entrada de Talavera de la Reina se levanta majestuosamente la cúpula de la Ermita de la Virgen del Prado, de dimensiones tan colosales que el rey Felipe II (1556-1598) la denominó con toda justicia “la Reina de las Ermitas”. Y a la puerta del templo me esperaba mi buen amigo, el sacerdote Jorge López Teulón, convertido en un cicerone de lujo.
Justo donde está situada la Ermita de la Virgen del Prado, en la época romana se levantó un templo pagano dedicado a la diosa Ceres. Muy pronto ese lugar fue cristianizado; según Colomina Torner esto debió suceder en el siglo IV. Y ya en el siglo VII hay constancia de que la población de Talavera de la Reina veneraba a la Virgen del Prado. La imagen de la Virgen del Prado es una de las más antiguas que se conservan en España, y se dividen las opiniones entre quienes piensan que el que se la regaló a Talavera de la Reina fue San Ildefonso (607-667), arzobispo de Toledo y Padre de la Iglesia, y los que dicen que el que donó la imagen a la ciudad fue el rey Liuva II (601-603), hijo y sucesor en el trono de Recaredo I (586-601), fundador del reino godo católico de Toledo.
Retablo de la capilla mayor de la Basílica de Nuestra Señora del Prado
En el siglo XVI se derribó la antigua ermita para levantar un templo renacentista, que fue reformado a mediados del siglo XVII, para adquirir una fisonomía barroca. Entonces se levantó la cúpula encañonada sobre un tambor octogonal y rematada por una linterna; además al templo se le añadió la Capilla Mayor, donde el arte de la cerámica se despliega para dar vida a las escenas de un retablo original y bello como pocos. En el retablo de mosaicos de cerámica están representadas nueve escenas de la Pasión y la imposición de la casulla a San Ildefonso.
Así pues, las gentes de Talavera de la Reina veneran a la Santísima Virgen desde hace más de mil años, en su advocación de Nuestra Señora del Prado. Y esta perseverante devoción filial ha sido reconocida por los últimos papas. Pío XII (1939-1958), el 15 de julio de 1956, concedió la Bula de Coronación Canónica de la imagen de la Virgen del Prado. San Juan Pablo II (1978-2005), por su parte, firmó otra bula pontificia el 14 de febrero de 1989, por la que elevaba a la Ermita de Nuestra Señora del Prado a la dignidad de Basílica Menor.
“La Sixtina de la Cerámica” han denominado ciertos autores, con toda razón, a la Basílica de Nuestra Señora del Prado. Toda ella está adornada con mosaicos de cerámica, algunos recientes, pero buena parte de ellos son de los siglos XVI y XVII. El altar mayor está flanqueado por dos púlpitos, recubiertos de mosaicos que representan a San Antón y a San Juan Evangelista, cada una de las estaciones del Via Crucis son una maravillosa representación de la Pasión del Señor y todas las paredes del templo son un relato en cerámica de los principales pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento.
Pero a fuer de sincero, tengo que confesar que me retuvieron durante mucho tiempo las representaciones de la Virgen en los distintos pasajes evangélicos. Concretamente dos de ellas me parecieron especialmente bonitas: el Nacimiento en Belén y la Huida a Egipto. Y de esta última me pareció magistralmente lograda la cabeza del borrico, con una expresión mezcla de contento y gravedad, como si el noble animal fuera consciente de la “carga divina” que transportaba, para librar al Niño Jesús de la amenaza asesina de Herodes.
La segunda joya que vi en Talavera de la Reina fue el Colegio Compañía de María, que también me la enseñó mi buen amigo Jorge López Teulón. Y en este caso con sobrado conocimiento, pues es el capellán de esa institución desde hace años. Las religiosas que educan a estas niñas de Talavera de la Reina son monjas de clausura, fundadas por Santa Juana de Lestonnac (1556-1640) y, por esto, no pude menos que acordarme de mi muy querida Sor Patrocinio (1811-1891), que también estableció que hubiera colegios de niñas en sus fundaciones y atendidas por sus monjas de clausura, las concepcionistas franciscanas.
El colegio Compañía de María aprovechó el edificio de un antiguo convento de dominicos. Las leyes desamortizadoras del siglo XIX expulsaron de estas dependencias a los frailes y en una de aquellas maniobras turbias de las subastas de los bienes que le quitaron a la Iglesia, el antiguo convento de los dominicos se lo apropió un particular, que estableció en este recinto una fábrica de tinajas. Pero en 1894 el matrimonio compuesto por Elena de la Quintana y de la Quintana y Juan de Peñalosa y Contreras se lo compró al subastero para convertir la fábrica de tinajas en un colegio para las niñas de Talavera de la Reina.
Fachada de la iglesia del Colegio Compañía de María
Nave central de la iglesia del Colegio Compañía de María
Se rehabilitaron los edificios de la fábrica de tinajas y se amplió el solar con la compra de unos terrenos, de modo que a un lado de la iglesia de grandes proporciones se construyó la clausura de las monjas y al otro las dependencias escolares, con amplios patios para el deporte y un huerto que es la envidia de cualquier aficionado al cultivo de árboles frutales. El 19 de enero de 1900 comenzaron las clases con 400 niñas de Talavera de la Reina; hoy su población escolar es casi el doble de aquellas primeras alumnas. Y es tal el prestigio y la tradición familiar que tiene el colegio en la ciudad que una buena parte de las alumnas actuales son hijas, nietas y hasta biznietas de antiguas alumnas.
Llegamos al final de las clases de la mañana y las niñas de todas las edades jugaban por los patios en pequeños grupos, en cada uno de los cuales había una monja a su cuidado, porque la comunidad de religiosas que regenta el colegio es tan numerosa que lo puede hacer, ya que tiene muchas vocaciones. Jorge López Teulón me dijo el número de antiguas alumnas que han ingresado en la comunidad recientemente, y es para darle muchas gracias a Dios. Lo cierto es que por todas las dependencias que visitamos yo vi monjas jóvenes con unas caras de bondad y de alegría, que se reflejaban también en los rostros de sus alumnas.
Pero vi algo que todavía me llamó más la atención. Cada uno de los rincones de este colegio esta tan lleno de amor de Dios que por poca sensibilidad que se tenga, su ambiente sobrenatural te atrae, te inunda, te conquista y te anima a ser mejor. Y ese clima se mantiene hasta en los patios y al aire libre, pues a la entrada del huerto, justo por ser el centro del colegio hay una imagen del Corazón de Jesús, a imitación del Cerro de los Ángeles, que es el centro de España.
Como colegio católico que es las niñas utilizan y frecuentan la gran capilla del colegio, donde tienen sus prácticas religiosas. Acompañadas de sus profesoras, rezan el Santo Rosario y asisten a la Santa Misa, porque parte fundamental de la educación de este colegio consiste en enseñar a sus alumnas la virtud de la piedad. “Piedad y letras” fue el lema que propuso Santa Juana de Lestonnac a sus monjas, que sus hijas actuales de Talavera de la Reina viven con admirable fidelidad.
Ahora que tanto se habla de educar en valores, que debe equivaler a decir en virtudes, convendría no excluir de la lista de las virtudes la de la piedad. La virtud de la piedad es indispensable para formar la conciencia de modo que se pueda distinguir el bien del mal, la santidad del pecado…
Y por si esto leyera algún “católico moderadito” y pensara que una niña piadosa es lo mismo que una beatilla tontita, tengo que decir que, en principio, la piedad es una virtud humana. Por la piedad que Antígona tuvo con su hermano Polineces, desobedeciendo al rey Creonte, enterró los restos mortales de su hermano, lo que a ella le costó la vida. En consecuencia, ahora que tanto se habla de educar en valores, que debe equivaler a decir en virtudes, convendría no excluir de la lista de las virtudes la de la piedad. La virtud de la piedad es indispensable para formar la conciencia de modo que se pueda distinguir el bien del mal, la santidad del pecado…
Pero la piedad es algo más que una virtud humana. Santo Tomás (1225-1274) habla de la piedad en cuatro sentidos: primero, piedad entendida como misericordia, y por eso al comienzo de la Santa Misa exclamamos ¡Kyrie eléison, Christe eléison!; segundo, como devoción que crea en nosotros un hábito que mueve a la voluntad a un afecto filial con Dios; tercero, como la relación que por justicia debemos a nuestros principios es decir, además de Dios, a nuestros padres y por extensión a la familia y a la patria, este sería el caso de Antígona; y cuarto, no conviene olvidar que la piedad también es un don del Espíritu Santo.
Y como algunas alegrías suelen ir acompañadas de otras, supe también que en Valdemoro (Madrid) estas mismas monjas tienen otro colegio de niñas con idénticas características que el de Talavera de la Reina.
Pues esta es la gran tarea que realiza el Colegio Compañía de María, una joya valiosísima que descubrí en Talavera de la Reina. Las religiosas que atienden este colegio no tienen esa esquizofrenia que considera que la formación religiosa es incompatible con la formación intelectual. Con tanto esmero les deben explicar los temarios de las asignaturas a las niñas del Colegio Compañía de María, que no hace mucho una de sus alumnas ha sido premio nacional de Bachillerato.
Regresé a Madrid dando gracias a Dios por lo que había visto. Estas dos joyas de Talavera de la Reina son la clave para entender la degenaración de la sociedad española, por lo que no se hace, y a la vez la solución de nuestra regeneración, por lo que se debe hacer. Un templo maravilloso dedicado a la Madre de Dios y Madre Nuestra, la Basílica de Nuestra Señora del Prado, y un colegio católico serio y riguroso, que nada tiene que ver con esos otros que predican una religión sentimentaloide, superficial e inútil, que arroja a la vida a nuestros jóvenes sin defensas morales porque la doctrina más excelsa que les proponen es la de “colorea la chancleta de Jesús y ten un gesto solidario con tus compañeros”.
Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá de Henares