Puente en arco sobre el río Cinca en la localidad de El Grado, diseñado por José de Echeverría Elguera (1823-1886). Varios sacerdotes fueron arrojados desde este puente. Lo foto está tomada antes de la construcción del embalse en 1959
A quien corresponda: la persecución de la Iglesia católica durante la Segunda República y la Guerra Civil españolas no obedeció a ninguna estrategia política, sino que estuvo motivada por el odio a la fe y los verdugos estuvieron inspirados por Satanás, y por eso Jorge López Teulón, acertadamente, titula con estas mismas palabras su libro sobre la persecución religiosa: Inspirados por Satanás. Voy a contar lo que pasó mediante el relato histórico, basado en datos, que se rige por el principio de que “las cosas son lo que son”.
Cuando se afirma que en la sociedad estamental del Antiguo Régimen, es decir en la sociedad anterior al siglo XIX, el primero de los estamentos es el clero, no ha faltado quien ha interpretado esa primacía con el afán de acaparar riquezas. Y no, no es así. La sociedad estamental no es la sociedad de clases, en la que se pertenece a una o a otra clase en función de los bienes que se tengan. Por el contrario, las personas no se clasifican en la sociedad estamental por su poder adquisitivo, sino por la función que realizan; y en este sentido se suele hablar de tres estamentos, compuestos por los que rezan, los que luchan y los que trabajan.
La falsa afirmación de que los eclesiásticos eran ricos y que les sobraban riquezas se utilizó como argumento para arrebatarle sus bienes a la Iglesia y apropiárselos los adinerados, que consiguieron hacerse con ellos a precio de auténticas gangas en las subastas de la desamortización. Uno de los primeros en darse cuenta de semejante saqueo fue Marcelino Menéndez y Pelayo (1856-1912), que calificó la desamortización como “un inmenso latrocinio”. Y cuando en los años sesenta del siglo pasado se hicieron los estudios históricos de la desamortización por provincias, lo que se comprobó es que Don Marcelino se había quedado corto, porque en realidad lo que se produjo en el siglo XIX fue una colección de inmensos latrocinios.
Los milicianos rojos en 1936 y siguientes cobraban 10 pesetas diarias”. Eso era mucho más que lo que percibía cualquier sacerdote de la diócesis de Barbastro, a excepción del deán, y más del doble que muchos de los curas. Y las diez pesetas diarios que los milicianos recibían, como pago por sus actividades, incluía la de asesinar a los curas, a los frailes y a los laicos
Establecida la primera premisa falsa de que la Iglesia era inmensamente rica, afirmación tan querida y jaleada por los masones, fue recogida más tarde por el marxismo para completar el silogismo y “montar la estrategia” para asesinar a los clérigos y eliminar a la Iglesia de España. La propaganda operaba así: La Iglesia es rica porque ha robado lo que tiene y esa es la causa de la pobreza del proletario; por lo tanto, hay que hacer justicia y exterminar a los curas y a los frailes. He aquí la sublime conclusión de pensar en progresista.
Pero hay todavía una insolencia mayor que la del progresismo por lo civil, como es la del progresismo por lo eclesiástico, en términos acuñados por el insigne sacerdote don José Luis Aberasturi. Hace sesenta años le dio por decir a la clerigalla progresista que la Iglesia se había alejado de los hombres y que había que someterla a un aggiornamento… Y los resultados a la vista están. ¿Aggiornamento?, como le dijo Eugenio d’Ors (1881-1954) a un novel camarero cuando derramó sobre su chaqueta una botella de champagne al descorcharla: “joven, los experimentos con gaseosa”.
Pues ni lo uno ni lo otro; ni, por lo civil, la Iglesia ha robado a nadie, ni, por lo eclesiástico, los curas han sido ajenos a los feligreses que les rodeaban. Son muchas las situaciones históricas que prueban lo que digo, pero hoy me quiero referir a un libro que desmonta todas esas falacias, como es el trabajo de Martín Ibarra Benlloch, titulado Barbastro, una diócesis mártir (1931-1939). Les doy algunos datos de los que ofrece este autor.
Portada del libro de Martín Ibarra Benlloch
En 1934, Barbastro era una pequeña diócesis con tan solo 35.000 almas. En la capital, Barbastro, se concentran 7.000 habitantes y el resto se repartían por los pueblos de esa comarca. Por las pocas industrias que había en 1934 y por su diminuto tamaño, se puede decir de Barbastro que era entonces una diócesis rural, muy rural; desde luego más rural que casi todas las del resto de España, sin que se pueda afirmar que en las restantes hubiera un bosque de chimeneas fabriles.
Según los datos del Instituto Nacional de Estadística en el año 1900 el 71% de la población activa española trabaja en el sector primario; así es que podemos imaginarnos lo que podía suceder durante todo el siglo XIX. En consecuencia, la casi totalidad del clero de España en gran parte de la Edad Contemporánea son curas rurales, pero que muy rurales. Por esta razón, las condiciones materiales de vida de los curas son las mismas que las de los aldeanos, sus feligreses: sin agua corriente, alumbrándose por la noche con velas y viviendo en una pobre casa, en la que el retrete es la misma cuadra donde se guardan los animales.
La diócesis tiene varios conventos y monasterios masculinos y femeninos, por limitarnos sólo a la localidad de Barbastro, diremos que había cinco congregaciones religiosas femeninas: Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, Capuchinas, Clarisas, Siervas de María y Hermanitas de los Ancianos Desamparados. Las órdenes y congregaciones masculinas son tres: Escolapios, Benedictinos y Claretianos. Y por lo que respecta al clero secular, en 1934, había 140 sacerdotes seculares, que atendían un total de 183 parroquias, la mitad de todas ellas situadas en pueblos de montaña, muy mal comunicados.
¿Qué peligro suponían en realidad, no en la imaginación? Lo mismo con el cestero y tratante de caballerías Ceferino Giménez Malla, viejo, viudo, analfabeto y pobre. ¿Qué peligro representaba el Pelé? ¿Qué peligro tenía el que rezara el rosario en la cárcel?
Antes de la Guerra Civil, las viviendas de los curas de la diócesis de Barbastro presentan un estado lamentable. El deterioro de las casas rectorales es uno de los motivos de preocupación del obispo, pues faltan recursos económicos y no las puede reparar, a pesar de que algunas amenazan ruina. En 1933, cuenta Martín Ibarrra Benlloch, solo se repararon dos casas rectorales, la de Bolturina y la de Torrelarribera; y eso porque en la primera se derribó un lienzo de la pared y en la segunda un vendaval dañó la techumbre. Pero en 1934 y 1935 no se arregló ni una sola, ya que ni el obispado tenía recursos, ni tampoco los curas de aldea, quienes a duras penas reunían dinero para su manutención. En este sentido resulta ilustrativo que no pocos curas rurales de Barbastro cazaban en los montes y pescaban en los ríos, no como deporte, sino como recurso para alimentarse.
La labor minuciosa de investigación de Martín Ibarra proporciona los sueldos de los curas de la diócesis de Barbastro. Estas eran las cantidades de pesetas que percibían anualmente: “El que más cobrado era el deán (4.500), seguido de los canónigos doctoral y magistral (2.750), los demás canónigos (2.400). Le seguían los curatos de término (2.250), los párrocos de los curatos de ascenso (2.000), los párrocos de los curatos de entrada (1.900), los párrocos el de los curatos rurales (1.850), los coadjutores (1.500) y los beneficiados del clero colegial (1.500), como el tenor de la catedral o el sochantre”. Y completa su información el autor de Barbastro una diócesis mártir con el siguiente dato comparativo: “Los milicianos rojos en 1936 y siguientes cobraban 10 pesetas diarias”. Eso era mucho más que lo que percibía cualquier sacerdote de la diócesis de Barbastro, a excepción del deán, y más del doble que muchos de los curas. Y las diez pesetas diarias que los milicianos recibían, como pago por sus actividades, incluía la de asesinar a los curas, a los frailes, a las monjas y a los laicos, que a su jicio "olían a cera".
En la persecución religiosa en Barbastro, además de los laicos, dieron su vida en defensa de la fe 51 claretianos, 9 religiosos de la Escuelas Pías, 18 benedictinos de Nuestra Señora del Pueyo, 5 seminaristas y 114 sacerdotes seculares, con su obispo a la cabeza, lo que equivalía al 81,4% de la plantilla del clero secular
Los datos de los mártires de Barbastro son impresionantes. En uno de los epígrafes titulado “un odio diabólico”, Martín Ibarra escribe lo siguiente: “En muchas ocasiones nos hemos hecho una pregunta. ¿Qué razón había para asesinar a todo un seminario claretiano? Unos jóvenes que aceptan pacíficamente su detención, mostrando una mansedumbre desconcertante. Que durante su cautiverio viven una vida de oración, de alegría, de espíritu de sacrificio. ¿Qué peligro suponían en realidad, no en la imaginación? Lo mismo con el cestero y tratante de caballerías Ceferino Giménez Malla, viejo, viudo, analfabeto y pobre. ¿Qué peligro representaba el Pelé? ¿Qué peligro tenía el que rezara el rosario en la cárcel?”.
Dos mártires de Barbastro: el beato Florentino Asensio y el beato Ceferino Giménez Malla, un gitano también conocido como El Pelé
En la persecución religiosa en Barbastro, además de los laicos, dieron su vida en defensa de la fe 51 claretianos, 9 religiosos de la Escuelas Pías, 18 benedictinos de Nuestra Señora del Pueyo, 5 seminaristas y 114 sacerdotes seculares, con su obispo a la cabeza, lo que equivalía al 81,4% de la plantilla del clero secular. Por lo demás, la saña y el odio con el que los torturaron sobrepasa todos los límites.
Como el obispo de Barbastro, también fueron castrados varios sacerdotes, a otros les sacaron los ojos y les arrancaron la lengua, varios fueron arrojados desde el puente de El Grado sobre el río Cinca, que tiene una altura de 30 metros y unos treinta sacerdotes fueron quemados, algunos de ellos todavía con vida.
Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá