Escuelas Pías de San Antón de Madrid, convertidas en cárcel durante la Guerra Civil
Con esto debería ahorcarte ahora mismo, ¡chalao! Más te valdría estudiar Historia y Geografía. “Esto” era el rosario con el que fue sorprendido un religioso agustino de El Escorial, mientras lo rezaba. Y quien descubrió al orante y pronunció semejante sentencia fue uno de los guardianes de la cárcel de San Antón en 1936, donde hubo varias sacas de presos, que fueron asesinados en Paracuellos del Jarama (Madrid).
El carcelero se llamaba Santiago del Amo Saboya, más conocido por los alias de Petrof y El Bigotes. Claro que, en lo tocante a los apodos, los otros carceleros no le andaban a la zaga a Petrof, porque sus compañeros se hacían llamar Dinamita y el Veneno, El Sargento Tartaja, Traganiños, Guardabosques… Y todos estos verdugos actuaban como la vanguardia más refinada de la superioridad moral e intelectual de la izquierda, pues conviene recordar que en este punto hemos retrocedido y embrutecido porque, queridos lectores, me darán ustedes la razón de que entre lo de Rita Maestre de “menos rosarios y más bolas chinas” y lo de “menos rosarios y más Geografía e Historia” de Petrof, todavía hay alguna diferencia.
Santiago del Amo Saboya había nacido en Fuentelaencina (Guadalajara) en 1886 y se trasladó a Madrid, para trabajar como albañil. Vivía en la colonia de Rodas de Pueblo Nuevo (Madrid) y al comenzar el año de 1933 se encontraba en paro, secundando la huelga de la construcción. Pero en agosto de 1933 se ajustó en una obra que se acabó poco antes de empezar la Guerra Civil. Con el estallido de la guerra, los dirigentes de la CNT le mandaron a los trabajos de fortificación, destino que rechazó alegando que estaba mal de una pierna. Y al no ser apto para darle al pico y a la pala, le nombraron carcelero. Así es que a comienzos del mes de noviembre de 1936 se convirtió en guardián de los presos de la cárcel de San Antón.
Otro de los alumnos de San Antón fue Francisco Largo Caballero (1869-1946), pues en esa institución se dio clase a muchos niños de familias menesterosas, como era el caso del entonces futuro líder socialista
A finales del siglo XVIII, sobre el solar de un antiguo hospital se construyó el colegio de las Escuelas Pías de San Antón, que fue inaugurado en 1794. "El número de internos no baja de 160 (...) -escribió Madoz en 1848- [los escolapios] se dedican a la educación gratuita de 600 a 700 niños de la clase menesterosa de la sociedad, dándoles la primera eneseñanza con toda extensión en seis diferentes cátedras, y suministrando el alimento y los instrumentos necesarios a los niños pobres de las escuelas". El edificio ocupaba una manzana comprendida entre las calles Hortaleza, San Brígida y Farmacia de Madrid. Uno de sus primeros alumnos internos fue el mismísimo Víctor Hugo (1802-1855) y no fueron pocos los colegiales ilustres que pasaron por sus aulas. Aunque más conocido que ilustre, otro de los alumnos de San Antón fue Francisco Largo Caballero (1869-1946) pues, como dijo Madoz, en esa institución se admitió a muchos niños de familias menesterosas, como era el caso del entonces futuro líder socialista. Al principio de la Guerra Civil el colegio se transformó en la prisión provincial de hombres número 2, popularmente conocida como cárcel de San Antón, de donde salieron diversas sacas de presos que fueron asesinados en Paracuellos de Jarama, durante los meses de noviembre y diciembre de 1936. Durante la Guerra Civil, los socialistas de Largo Caballero, junto con los comunistas y los anarquistas asesinaron a 204 escolapios; la tercera orden religiosa que más mártires tuvo detrás de los 259 claretianos y los 226 franciscanos.
La última comunión de San José de Calasanz, cuadro pintado por Goya en 1819 por encargo de los escolapios, que se colocó en la iglesia de las Escuelas Pías de San Antón de Madrid
Y, como dijimos, en la cárcel de San Antón recaló Santiago del Amo Saboya como guardián de presos. Pero como lo de Santiago le sonaba al apóstol que trajo el Evangelio de Jesucristo a España, se hizo llamar Petrof, nombre que tenía más relación con la Unión Soviética y el ateísmo, pues le habían metido en la sesera que eliminar la Iglesia de España era la opción de progreso de la izquierda y, por lo tanto, a él se le reconocía como uno de esos elementos que encarnan la superioridad moral y cultural de la izquierda. En consecuencia, si a Largo Caballero los suyos le honraban llamándole el Lenin Español, que menos que a Santiago del Amo Saboya se le conociese por el alias de Petrof.
Diremos ahora que el personaje, que rezaba el rosario, y al que Petrof juzgaba falto de conocimientos geográficos e históricos era el padre agustino Arturo García de la Fuente (1902-1936), que había profesado en 1918 y del que el Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia dice lo siguiente:
«Tras una pequeña estancia en el Real Colegio de Alfonso XII de El Escorial, fue destinado como ayudante a la Biblioteca Real. Joven inquieto y capaz, simultaneó su trabajo en El Escorial con la licenciatura en Filosofía y Letras (Valladolid, 1933) y el perfeccionamiento de la lengua francesa en Lovaina (Bélgica).
Como lo de Santiago le sonaba al apóstol que trajo el Evangelio de Jesucristo a España, se hizo llamar Petrof, nombre que tenía más relación con la Unión Soviética y el ateísmo, pues le habían metido en la sesera que eliminar la Iglesia de España era la opción de progreso de la izquierda
Llaman la atención las cualidades y preparación lograda por este joven religioso que, en pocos años, hizo obras de profunda madurez y gran calidad, como la catalogación de los manuscritos franceses y provenzales de El Escorial y el catálogo del monetario y medallero, que también fue publicado en el Boletín de la Real Academia de la Historia; a su interés por la historia se deben la traducción y ampliación de la parte referente a España y América de la muy conocida Historia de la Iglesia del canónigo de Arrás, Auguste Boulenger, así como trabajos en los que estudió aspectos históricos y artísticos de algunos códices escurialenses.
Tenía ultimadas unas importantes obras, como un Manual de Numismática Española, un Estudio crítico-descriptivo de las miniaturas de las Cantigas y la edición crítica del Reloj de Príncipes, de Guevara, así como los Castigos y Documentos de Sancho IV el Bravo, cuya introducción había publicado, el Catálogo de las miniaturas de la Biblioteca del Escorial, y un Ensayo bibliográfico para la historia del humanismo en España, con varios centenares de fichas que aún se conservan. También desapareció de su celda un abundante y valioso monetario que algún testigo asegura saber dónde se encuentra».
Portada de uno de los libros del padre Arturo García de la Fuente, publicado seis meses antes de ser asesinado en Paracuellos
Pero la superioridad moral e intelectual de la izquierda juzgó que todos los trabajos del padre Arturo García de la Fuente eran productos alienantes para el proletariado, clase social a la que dicen defender en exclusiva los socialistas y los comunistas. Y en una valiente y heroica acción cultural y de progreso de los socialistas y los comunistas le ataron las manos atrás hasta hacerle estallar las venas, le llevaron a las afueras de Madrid, le acribillaron a tiros en Paracuellos el 30 de noviembre de 1936 y le enterraron en una fosa común. Y es de esperar que le echaran la tierra encima después de muerto, porque a algunos de los asesinados en Paracuellos les enterraron malheridos cuando todavía estaban vivos. El 28 de octubre de 2007 el padre Arturo García de la Fuente fue beatificado en Roma.
Son muchos los acontecimientos crueles que se conocen de Petrof en la cárcel de San Antonio. Veamos uno de ellos relacionado con otro protagonista con el que se las vio Petrof, si bien es cierto que entonces ni se sospechaba la importancia de este personaje en la vida de la Iglesia. El 5 de diciembre de 1936, un joven ingeniero de Caminos ingresó en la cárcel de San Antón, se llamaba Álvaro del Portillo y Díez de Sollano (1914-1994). Tenía 22 años y el año anterior a su ingreso en la cárcel de San Antón había pasado a formar parte de una institución que en 1935 ni tenía importancia, ni era conocida. Todos los miembros que con Álvaro del Portillo formaban parte del Opus Dei, antes de la Guerra Civil, debían caber en una habitación. Pero con los años, Álvaro del Portillo se convirtió en el fidelísimo seguidor de San Josemaría Escrivá de Balaguer (1902-1975), y tras su muerte fue su sucesor al frente del Opus Dei. Álvaro del Portillo fue beatificado el 24 de septiembre de 2014.
Álvaro del Portillo (sucesor de San Josemaría Escrivá de Balaguer) no era entonces ningún personaje relevante, y todo su delito por el que fue hecho prisionero consistía en que pertenecía a una familia que olía a cera. Y solo por eso fue maltratado y torturado hasta el punto de hacerle comer excrementos humanos
Álvaro del Portillo ingresó en la cárcel sin juicio ni sentencia; es decir, era un preso preventivo, pero como todos los que estaban en las cárceles de Madrid de Ventas, la Modelo, Porlier o San Antón. De todos los presos de Madrid, que se contaban por miles, solo habían sido juzgados los militares que había en la cárcel Modelo. Álvaro del Portillo permaneció en la cárcel de San Antón un par de meses, el mes de diciembre de 1936 y el mes de enero de 1937. Y el 28 de enero de 1937, al igual que sucedió cuando entró en prisión, sin proceso ni sentencia, fue puesto en libertad. Durante su estancia carcelaria, Álvaro del Portillo no era entonces ningún personaje relevante, y todo su delito por el que fue hecho prisionero consistía en que pertenecía a una familia que olía a cera. Y solo por eso fue maltratado y torturado hasta el punto de hacerle comer excrementos humanos. En 1987, durante un viaje pastoral de Álvaro del Portillo al Extremo Oriente, en una charla con sacerdotes contó algunas de sus vivencias en la cárcel de San Antón:
«Había una capilla en la que estaban encerrados cuatrocientos presos. Una vez, un miliciano comunista se subió al altar pateándolo y puso una colilla de un cigarrillo en los labios de un santo; entonces, uno de los que estaban conmigo se subió al altar y le quitó la colilla. Le mataron inmediatamente por haber hecho eso. Era un odio increíble a la religión. Yo no había intervenido en ninguna actividad política (…) y me metieron en la cárcel solo por ser de familia católica. Entonces llevaba gafas, y alguna vez se me acercó uno de los guardas -le llamaban Petrof-, me ponía una pistola en la sien y decía: “-Tú eres cura, porque llevas gafas”. Podía haberme matado en cualquier momento».
Álvaro del Portillo en 1937
Ahora bien, ¿cómo se gestó lo de la superioridad moral e intelectual de la izquierda, hasta producir personajes como Petrof? Todo empezó cuando le arrebataron a la Iglesia sus bienes para hacerla desaparecer de la sociedad. El argumento que se empleó en la Revolución Francesa y en la revolución liberal española del siglo XIX fue el siguiente: la Iglesia no es propietaria de esos bienes, sino simplemente administradora, pues se los han entregado los feligreses a lo largo del tiempo para que pueda cumplir sus funciones: el culto, la asistencia sanitaria, el cuidado de los pobres y la enseñanza. Y como a partir de ahora, salvo el culto, todas las demás funciones las asumirá el Estado, todos los bienes de la Iglesia pasan a poder del Estado, y para lo del culto ya les daremos una paguilla a los párrocos, con cargo a los presupuestos del Estado en el apartado de "culto y clero".
A la vez se desató una campaña de desprestigio que duró todo el siglo XIX, que también se puede resumir en los siguientes términos: la Iglesia en sus instituciones cuenta patrañas, los colegios y las Universidades del Estado imparten ciencia.
Y cuando todos los intentos decimonónicos de arrinconar a la Iglesia, tan del gusto de la masonería, confluyeron en España con la ideología marxista, que sostenía que la religión era el opio del pueblo, los socialistas y los comunistas decidieron eliminar a la Iglesia de España, sin importarles mancharse las manos de sangre inocente, al perpetrar la mayor persecución religiosa de todos los tiempos
Y se lo resumo para no alargarme, pero como prueba de que lo que digo es verdad, les voy a reproducir unas líneas del Diario de Sesiones de Cortes del 2 de junio de 1836, concretamente de su página 3.822. Estaba en el uso de la palabra el conocido médico y cirujano Diego Argumosa (1792-1865), que había sido elegido diputado por el partido progresista. Diego Argumosa solicitó la supresión de los hospitales de los Hermanos de San Juan de Dios, exponiendo razones facultativas con estas duras e injustas palabras contra los médicos que allí ejercían su profesión: “No la profesan por afición; y como por otra parte tenían la pitanza segura, ha debido faltar entre ellos la emulación; y por resultado de esto, no han podido menos de introducirse y perpetuarse entre ellos los métodos rutinarios. Así, pues, siendo tan defectuosa esta institución (…) debe procederse desde luego a la supresión completa de estos hospitalarios”.
Monumento del médico Diego Argumosa en Puente de San Miguel (Cantabria). Cortesía de Javier Soto
Y cuando todos los intentos decimonónicos de arrinconar a la Iglesia, tan del gusto de la masonería, confluyeron en España con la ideología marxista, que sostenía que la religión era el opio del pueblo, los socialistas y los comunistas decidieron eliminar a la Iglesia de España, sin importarles mancharse las manos de sangre inocente, al perpetrar la mayor persecución religiosa contra la Iglesia católica de todos los tiempos. Y tan convencidos estaban de que después de ese inmenso baño de sangre iban a instaurar el paraíso terrenal en nuestro suelo, sustituyendo con su ideología materialista la doctrina de Cristo, que cualquier “Petrof” que contribuyera al exterminio de la Iglesia merecía ser considerado un elemento de la superioridad moral e intelectual.
Ahora que lo sorprendente es que hasta el día de hoy la izquierda siga creyéndose lo de su superioridad moral e intelectual. Sorprendente, sí; pero no inexplicable, porque si esa superchería se mantiene viva en nuestra sociedad es porque la cobardía de quienes pueden y deben dejar las cosas claras se lo impide.
Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá