Acierta el alcalde de Madrid cuando califica como “la piara de Somosaguas” a los políticos de la izquierda de los que, ahora, se ha informado a la opinión pública que acosaban a las mujeres. Pero tan verdad como que José Luis Martínez-Almeida acierta es que, por su partidismo, se ha quedado corto, porque entre el sectarismo antirreligioso de la izquierda y el comportamiento incoherente y cobardón de los católicos de la derecha, todos ellos han convertido a España en una pocilga, que apesta a gorrinos y a gorrinas… ¡Qué leche, seamos inclusivos!

España, históricamente, ha sido una mesa de tres patas: Grecia, Roma y Cristianismo. Y los unos por odio a la Iglesia católica y los otros por hipócritas han quitado la pata del Cristianismo y nuestra cultura se ha precipitado contra el suelo y, con ella, las normas de nuestra convivencia. Y en el choque contra el cieno, las leyes justas han mutado en código de cochiquera. Así es que para escribir el artículo de hoy, huyo del hedor de todo este putiferio que han montado los unos y los otros, y me refugiaré en el pasado, por aquello de que la Historia es maestra de la vida.

Dicen las crónicas que fue un día como el de ayer, el primero de marzo pero del año 710, el día en que se coronó rey de los visigodos Don Rodrigo. Hoy nos vamos a entretener con este personaje.

España, históricamente, ha sido una mesa de tres patas: Grecia, Roma y Cristianismo

Ahora bien, debemos tener en cuenta que, como cantan Don Sebastián y Don Hilarión en la zarzuela de La Verbena de la Paloma, hoy la Historia, como las ciencias, adelantan que es una barbaridad, que es una brutalidad, que es una bestialidad…, y por eso sabemos que Don Rodrigo no fue el último de lista que algunos nos tuvimos que aprender en la escuela, porque en la Septimania reinaron los monarcas visigodos Agila II y Ardón hasta el año 720. Y, también, por tan brutal adelanto de la Historia se va precisando la localización del enfrentamiento con los moros invasores, por lo que es más correcto hablar de la batalla de La Janda que de la batalla de Guadalete.

Pero fuera Don Rodrigo el último o el antepenúltimo de los reyes godos, su reinado es tan ilustrativo que, como hemos dicho, hoy nos vamos a centrar en este personaje. Muy poco duró su reinado, porque ya muriese en el mes de julio del año 711 en la dichosa batalla o se lo llevasen preso los moros a Damasco, el caso es que Don Rodrigo desapareció por completo y con él se derrumbó también la España visigoda. Su viuda Egilona o Egilo fue hecha prisionera en Mérida por Abd al-Aziz ibn Musa, el hijo de Muza, vencedor de Guadalete o de La Janda, que la tomó como esposa.

En resumen, que Don Rodrigo en aquella funesta batalla solo ganó unos cuernos y perdió muchas cosas, tantas que facilitó la invasión y la conquista musulmana de España, y la Reconquista duró ocho siglos. Según las leyendas y el romancero, la causa de esa derrota se atribuye a la traición de Don Julián, conde de Ceuta. Según dichas leyendas, Don Julián envió a su hija Florinda a la corte de Toledo, con el doble fin de ser educada y de paso encontrar un marido entre los nobles.

Narran los romances que Florinda y el resto de las damiselas educandas de la Corte salieron al jardín del palacio de Toledo. Y para entretenerse les dio por medirse los brazos, para ver cuál de ellas los tenía más largos. Y Don Rodrigo, que era un salido y un voyerista -romancero, dixit- se había apañado un observatorio desde el que podía contemplar el entretenimiento de las dichas señoritas, porque por su regia posición él no tenía pisos de señoritas, como un político choricero de los de tres al cuarto, sino que disfrutaba de jardín de señoritas.

Florinda

Florinda, hija del conde don Julián, llamada La Cava. Cuadro de Francisco Reigón (1840-1884). Museo Nacional de El Prado. El Romancero describe la escena con estos versos: “Sentadas a la redonda/ La Cava a todas les dijo/ Que se midiesen los brazos/ Con un listón amarillo./ Midiéronse las doncellas;/ La Cava lo mismo hizo,/ Y en blancura y lo demás/ Grandes ventajas les hizo./ Pensó la Cava estar sola;/ Pero la ventura quiso/ Que por una celosía/ Mirase el Rey D. Rodrigo”.

 

Y se cuenta en una de las leyendas, que Don Rodrigo, en viendo los brazos de Florinda fuera de las mangas de su vestido, cayó rendido. Seguro que a ustedes, queridos lectores, como a mí, les parecerá que el autor de esta leyenda era un estrecho de mucho cuidado. Pero hay otro autor más atrevido que cuenta que lo que, en realidad, se midieron las señoritas del jardín de Don Rodrigo no fueron los brazos, sino las piernas, y ahí la escena ya empieza a encajar mejor con el final de la película, aunque no del todo. Porque hay una tercera versión que lo que dice es que Florinda y sus compañeras se bañaron en una de las grandes fuentes del jardín. Y ustedes verán con cuál de las tres versiones se quedan, porque a mí no convence ninguna de las tres.   

Hay todavía una cuarta versión, que se la expongo, porque para mí que es la que más se ajusta a lo que pasó. Resultó que de entre todas las educandas de la corte, Florinda era la que estaba de mejor ver, y en consecuencia fue la elegida para limpiar la sarna de Don Rodrigo, operación que realizaba con un alfiler de oro. Y como lo de jugar a médicos, sin serlo, suele acabar en hacer guarrerías, como antes se decía, la chica tuvo que comunicar a su padre lo sucedido, y lo hizo lógicamente en versión Florinda. Para no levantar sospechas del chivatazo, envió a su papá una serie de regalos entre los que incluyó un huevo podrido, claro indicio para el conde Don Julián de que su hija había sido violada. Y como a la vista del huevo podrido, el padre interpretó que su niña no había puesto nada de su parte, al punto se presentó en Toledo, regresó a Ceuta con la niña y se alió con Muza, a quien abrió las puertas de España para vengarse del ultraje de Don Rodrigo.

Lo que no queda tan claro en la versión de este romance es que Don Rodrigo fuera un machirulo y Florinda una inocente tortolilla; de entrada, el autor del romance la llama Florinda la Cava, y “La cava”, en lengua mora servía para designar a lo que últimamente llaman “señoritas de piso”. Para aclararnos, como en lo del piquito de la futbolista, les copio el romance a continuación y ustedes deciden si hubo o no hubo consentimiento de Florinda:

“De una torre de palacio se salió por un postigo
la Cava con sus doncellas con gran fiesta y regocijo.
Metiéronse en un jardín cerca de un espeso umbrío
de jazmines y arrayanes, de pámpanos y racimos.
Junto a una fuente que vierte por seis caños de oro fino
cristal y perlas sonoras entre espadañas y lirios,
reposaron las doncellas buscando solaz y alivio
al fuego de mocedad y a los ardores de estío.
Daban al agua sus brazos, y tentada de su frío,
fue la Cava la primera que desnudó sus vestidos.
En la sombreada alberca su cuerpo brilla tan lindo
que al de todas las demás como sol ha escurecido.
Pensó la Cava estar sola, pero la ventura quiso
que entre unas espesas yedras la mirara el rey Rodrigo.
Puso la ocasión el fuego en el corazón altivo,
y amor, batiendo sus alas, abrasóle de improviso.
De la pérdida de España fue aquí funesto principio
una mujer sin ventura y un hombre de amor rendido.
Florinda perdió su flor, el rey padeció el castigo;
ella dice que hubo fuerza, él que gusto consentido.
Si dicen quién de los dos la mayor culpa ha tenido,
digan los hombres: la Cava y las mujeres: Rodrigo”. 

Pero que no todo fue leyenda y que la degeneración moral de sus dirigentes tuvo algo o mucho que ver en el fin de la monarquía visigoda, lo prueba un artículo reciente de esa gran medievalista, que es la profesora Margarita Torres Sevilla de la Universidad de León. En dicho artículo, Margarita Torres Sevilla documenta el hecho de que, en los siglos posteriores al año 711, hubo un convencimiento de la relación existente entre los pecados visigodos y los males de Hispania. Convicción que se extendió no solo por España, sino por todo el Orbe cristiano por lo que, como manifiesta esta historiadora, el mismo San Bonifacio (672-754) escribió unas duras palabras a Ethelbaldo, rey de Mercia, personaje lujurioso donde los haya, que no respetaba ni los claustros monacales. San Bonifacio le escribía, para que a la vista de lo que había sucedido en España, el rey inglés cambiara de conducta, no fuera echar a pique también su reino.  Esto es lo que le escribió San Bonifacio en su epístola número 62:

“Pues si la nación inglesa, como se ha informado en todas estas provincias, y como se nos reprocha en Francia e Italia, y como se nos reprocha por los mismos paganos, ha vivido una vida inmunda, despreciando los matrimonios legales, disfrutando y cometiendo adulterio, como la nación sodomita, debe estimarse que de tal mezcla de rameras se procrearán pueblos degenerados e innobles, y furiosos por la lujuria, y al final todo el pueblo caerá al borde de lo peor y más innoble, y finalmente llegará a no ser ni fuerte en la guerra secular, ni firme en la fe, ni honorable a los hombres, ni amable a Dios, como sucedió a otras naciones de España, de la Provincia y de la Borgoña, que así se apartaron de Dios y cometieron fornicación, hasta que el juez omnipotente permitió que vinieran los castigos finales de tales crímenes y se desataran por incumplir la ley de Dios y por los sarracenos. Y es de notar que en ese crimen se esconde otro crimen monstruoso, es decir, el asesinato, porque cuando esas rameras, sean monásticas o seculares, han dado a luz hijos mal concebidos en pecado, suelen matarlos en su mayor parte, no llenando las iglesias de Cristo con hijos adoptivos, sino llenando los sepulcros con cuerpos y el infierno con almas miserables”.

Si la nación "ha vivido una vida inmunda, despreciando los matrimonios legales, disfrutando y cometiendo adulterio, como la nación sodomita, debe estimarse que de tal mezcla de rameras se procrearán pueblos degenerados e innobles

Pero que nadie se dé por aludido porque lo que aquí se cuenta ha sucedido en el pasado. Eran otros tiempos, por lo que para para tranquilidad de su conciencia, por si alguno se ha mosqueado, que  repita muchas veces hasta quedarse dormido: “Toda semejanza de este artículo con  la realidad actual de España es mera coincidencia”.

 

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá