Felicité de Lamennais, uno de los fundadores del periódico L'Avenir
Tenían toda la razón los protagonistas de la Verbena de la Paloma, don Sebastián y don Hilarión…, pero que toda la razón y nosotros sin enterarnos. Y ha tenido que venir un jesuita desde los Estados Unidos, el padre Thomas J. Reese, para que caigamos en la cuenta de “que hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad, que es una brutalidad, que es una bestialidad… ¡Una bestialidad!
Menos mal que este genio, el padre Reese, ha cruzado el Atlántico como César cruzó el Rubicón, para derrotar a nuestra ignorancia. Estábamos convencidos de que las fuentes de la Teología eran la Revelación escrita en la Biblia, la Tradición y antiguallas por el estilo y resulta que la verdadera fuente de la Teología es el comportamiento de los animales y, por tanto, la Teología según la escuela del padre Reese progresará a lo bestia.
Los 'liberales' de ayer y de hoy, como Felicité de Lamennais, siempre tratan de enseñar a la Iglesia, poblada de ignorantes
El padre Reese además de un portento teológico es más chulo que un ocho y se ha dirigido a la jerarquía en estos términos desafiantes: “Tomen nota, obispos católicos… Una pareja de pingüinos machos, los primeros padres adoptivos del mismo sexo del zoo de Nueva York están haciendo un gran trabajo criando a una cría”. La redundancia es del padre Reese, y como Hispanidad es un periódico honrado, no quitamos a nadie lo que le pertenece.
El padre Reese es un polemista conocido, columnista de National Catholic Reporter y editor del semanario católico América. Y en esto, el padre Reese se parece a esos clérigos franceses del siglo XIX que hubo que ordenar a toda prisa en Francia, porque la Revolución de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad desató tal persecución religiosa, que dejó a Francia sin sacerdotes. Con las prisas se les indultaron los estudios y, como la ignorancia es muy atrevida y la ignorancia teológica atrevidísima, estos clérigos mal instruidos cambiaron el púlpito por el periódico, y se convirtieron en un continuo problema para la Iglesia.
Uno de estos clérigos fue Felicité de Lamennais (1782-1854), bretón converso en 1804, ordenado sacerdote en 1816, y apóstata desde 1834, que murió separado de la Iglesia. Hombre de un temperamento extremista y escasa formación teológica, era sin embargo un gran polemista. Se hizo popular al publicar en Le Conservateur, Le Defenseur y Le Drapeau Blanc sus escritos ultramontanos en perpetua exageración —según se ha escrito— donde pone la lógica al servicio de su pasión, o más bien, que toma su pasión por la lógica misma. Su prosa hiriente habitualmente atacaba a las personas; y así se refería a Lainé y Corbin como "continuadores de Enrique VIII", al abate Clausel de Montals le apodaba el "Marat del galicanismo" y a las jesuitas les llamaba "granaderos de la locura".
Lamennais elaboró los argumentos de sus primeros años como sacerdote con el entramado del fideísmo y del tradicionalismo, manifestando un llamativo desprecio hacia la razón humana a la que llegó a calificar de débil y vacilante luminaria. Su primera fase ultramontana queda reflejada nítidamente en una de sus máximas: Sin Papa, no hay Iglesia; sin Iglesia, no hay cristianismo; sin cristianismo, no hay sociedad.
Al final del pontificado de León XII (1823-1829) cambió de postura, y si hasta entonces pensaba que la Iglesia debía ser necesariamente tradicionalista, a partir de 1829 defendió que con la misma necesidad y exclusivismo debía abrazarse al liberalismo. A pesar de tan espectacular cambio, el clérigo bretón mantuvo inalterable su extremismo, hasta exigir que sus tesis personales se convirtieran en doctrina oficial de la Iglesia.
Felicité de Lamennais, tras abandonar sus posiciones ultramontanas y animado por las experiencias de los católicos ingleses y belgas giró hacia lo que se conoce como catolicismo liberal. Al calor de la revolución de julio de 1830 se instaló con sus seguidores —Jean Baptiste Henri Lacordaire (1802-1861), Charles de Montalembert (1810-1870), Philipe Gerbet (1798-1864), René François Rohrbacher (1789-1856) y Prosper Louis Pascal Guéranguer (1806-1875)— en Juilly, muy cerca de París.
Poco después fundaron un periódico, L'Avenir —El Futuro—, bajo el lema: "Dios y Libertad". El nacimiento del periódico en los primeros días del mes de octubre de 1830 fue cuando menos inoportuno en el tiempo, pues provocó no pocas disensiones entre el episcopado francés en torno a las tesis de Lamennais sobre la libertad religiosa. El primer número veía la luz justo cuando el Papa había conseguido que los obispos franceses acatasen a Luis Felipe de Orleans (1830-1848). Y es que este era el único recurso diplomático del pontífice para impedir que el nuevo régimen traspasara a la legalidad las propuestas anticatólicas de los revolucionarios de julio.
Pues bien, la ideología liberal progresista que proponían es el núcleo ideológico concreto al que se dirige la condena del liberalismo de Gregorio XVI (1831-1846) en su encíclica inaugural de pontificado Mirari vos (15-VIII-1832), condena que, por lo demás, ratificarán sus sucesores. Meses antes de su publicación, el pontífice había recibido en audiencia a Lamennais, Lacordaire y Montalembert, que habían peregrinado en noviembre de 1831 hacia Roma para que el Papa les concediese un refrendo oficial a sus propuestas de catolicismo liberal.
El Grupo Lamennais nos demuestra que algunos católicos progres incluso permanecen dentro de la Iglesia
Si la buena voluntad de Lamennais y sus compañeros cabe suponerla, su estrategia cuando menos hay que tacharla de contradictoria, pues desde sus presupuestos de libertad se requería para sus propuestas políticas un certificado de autoridad, de manera que en nombre de libertad todos los católicos tendrían que ser liberales por orden del Papa.
Así pues, Gregorio XVI mantuvo con los tres "peregrinos de Dios y de la libertad" un encuentro breve y distante, no les dio ninguna respuesta concreta, por lo que permanecieron todavía algún tiempo en Roma en espera de la tan ansiada contestación del Papa. Después de seis meses de inútil expectación, los “peregrinos de la libertad” abandonaron Roma. La respuesta —aunque sin mencionarlos— era, sin duda, la encíclica Mirari vos.
En dicho documento además del liberalismo, el Papa aborda los temas del galicanismo y el regalismo, reafirma el celibato sacerdotal y la santidad del matrimonio y condena el indiferentismo, además de referirse a la libertad de imprenta, a la subversión contra el orden temporal y a la libertad de conciencia, aspecto este último en el que insistirá en su correspondencia con el zar Nicolás I (1825-1855) al manifestarle: “No hay que confundir la libertad de conciencia con la libertad de no tener conciencia”.
En principio, Lamennais recibió la encíclica con estoicismo, pero con el tiempo y contra los consejos de sus compañeros se fue distanciando de Roma hasta colocarse en una posición de enfrentamiento. La publicación de su libro Palabras de un creyente en 1834, donde manifestaba que había dejado de creer en Cristo y en la Iglesia, para no creer más que en la Humanidad, era toda una declaración de apostasía y suponía de hecho la ruptura, que formalmente se produjo en 1848, año en el que se secularizó y abondonó totalmente la fe. Entregado a la política como diputado demócrata en la Asamblea de la II República francesa, murió en 1854 sin arrepentirse.
Los cristianos siempre somos discípulos. Y el discípulo rectifica cuando se lo ordena el maestro
Bien diferente fue la actitud del resto del grupo de Lamennais, que tras rectificar, permanecieron en el seno de la Iglesia y de acuerdo con las enseñanzas de Roma siguieron luchando en favor de la libertad, y muy particularmente de la libertad de enseñanza, y contribuyeron a la renovación de los estudios eclesiásticos.
Y este final, como dice el director de Hispanidad, es bello e instructivo porque genera la esperanza de que el padre Reese no siga el camino de Lamennais sino el de sus compañeros, deje de pasearse por el zoo de Nueva York y dedique todo ese tiempo a estudiar Teología, que le vendrá muy bien a su alma y a las almas que de él dependan. Sin duda, que les será mucho más beneficioso en orden a la salvación eterna, finalidad para la que se ordenó sacerdote, que estar curioseando el comportamiento de un par de pingüinos machos que la calenturienta imaginación del padre Reese se empeña en presentárnoslos como una pareja de gays.
Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá.