Crecen las bajas de la Asociación de la Prensa de Madrid
Lean su artículo en la Hoja del Lunes de Alicante.
Bulo: algo que alguien no quiere que se sepa
Los periodistas que ya tenemos unos años de servicio (desde 1970 en mi caso; calculen) hemos convivido con, sufrido, esquivado con habilidad y a veces caído en -no lo voy a negar- las intoxicaciones procedentes de las fuentes informativas; esas a las que se referían en la radio y en la televisión de mi infancia como “fuentes dignas de crédito”. Ahora son legión los periodistas que utilizan la fórmula “fuentes que han preferido el anonimato”, tanto para dar una información correcta, como para colar de matute la intoxicación de la que han sido objeto, consciente o inconscientemente; no me pidan que ponga ejemplos. También hemos convivido con, sufrido, etcétera la manipulación de la información, sometidos a presiones de quienes dirigían los medios públicos en los que hemos trabajado, siendo conscientes al mismo tiempo de que eso ocurría en idéntica medida en los medios privados. Tampoco me pidan que ponga ejemplos.
Me tiene sorprendido que intoxicación y manipulación sean dos palabras que han desaparecido del lenguaje de los periodistas y en general del debate público, tertulias, declaraciones de políticos, diarios de sesiones, editoriales… Mientras que, como por ensalmo, en el último año ha aparecido la palabra bulo.
Estoy seguro de que existen herramientas y algoritmos que nos pueden decir con qué frecuencia se utilizaba la palabra bulo entre, pongamos, el año 2000 y el año 2023. Cuántas veces apareció, por ejemplo, en el Diario de sesiones del Congreso. Y, del mismo modo, con qué frecuencia ha sido utilizada este año. Las mismas herramientas nos podrían decir quiénes y a qué facción (política, se entiende) pertenecen los que más la pronuncian. Yo no sé manejar la Inteligencia Artificial, donde estaría la respuesta; y no tengo claro que quiera aprender a utilizarla. Por eso en este caso me veo obligado a aplicar mis conocimientos empíricos, basados en lecturas diarias, observación diaria de noticiarios de televisión y hasta discrepancias civilizadas en conversaciones con mis allegados, una gran mayoría de ellos periodistas. La conclusión es desoladora. Por un lado nadie habla de intoxicación informativa, de manipulación, de crítica sesgada cuando se comenta cualquier noticia de actualidad. En cuanto hay discrepancia, “¡bulo!”, suelta un político, un tertuliano, escribe un medio, te responde un amigo. Uno esperaría cualquier argumento elaborado del político, del editorial o del compañero periodista. “¡Bulo!”.
¿Saben cuál ha sido la última palabra pronunciada en 2024 por el presidente de nuestro gobierno, Pedro Sánchez, en sede parlamentaria? “¡Bulo!”. ¿Y la última respuesta del triministro Bolaños, también en 2024 y en la misma sede? “¡Bulo!”. Sólo doy estas dos referencias para trasladar mi otra observación empírica, que es convencimiento: la palabra bulo ha sido patrimonializada en exclusiva por el gobierno de coalición progresista y consecuentemente aparece impresa con profusión en los medios afines (no me hagan dar ejemplos), pronunciada hasta la náusea por los opinadores del Equipo de Opinión Sincronizada (no me pidan nombres) y sin duda por los políticos pertenecientes a la facción gubernamental.
La razón no es otra que defenderse de las críticas que arrecian por determinados comportamientos, varios de los cuales están siendo analizados en los juzgados competentes de diverso rango: de Instrucción, Audiencia Nacional y Tribunal Supremo. Que el Gobierno y sus miembros repitan como papagayos la palabreja es cansino, agotador incluso, pero son muy libres de hacerlo y seguramente hay algún gurú (de esos ‘independientes’ que sacan en el 24 horas de TVE) que les aconseja insistir en esa estrategia. Hay otra razón, ésta sí rechazable, que es que la estrategia de considerar bulo a la crítica de los medios está animando al Gobierno a legislar para el control y castigo de esa crítica. Entonces, que gran parte de la profesión periodística haya comprado el vocablo y lo emplee sin tasa dice mucho de su escasa o nula objetividad, y de una execrable complicidad con los proyectos censores del ejecutivo/legislativo progresista. Preparémonos para lo que viene.
Hace pocos días asistí a la presentación del Informe Anual de la Profesión Periodística en la Asociación de la Prensa de Madrid. Les resumo con bastante desolación que en ese informe se pide trabajar menos y cobrar más, aderezado todo ello con una gran preocupación por la salud mental del periodista (y la periodista). Con ingenuidad yo esperaba que los problemas de la profesión se centraran más en el crédito que merecemos. Y sí, abro el informe y empiezo a leer lo que parece un editorial, justo después del índice, o sea, lo primero de lo que habla el informe, digamos la introducción al mismo.
Bien: en la línea 15 aparece ya la palabra “bulos”, que se repite en el renglón 17. Lo siento, no quiero seguir leyendo: constato, nuevamente con desolación, que la organización más representativa de la profesión periodística ha comprado al Gobierno esta mercancía averiada. Alguien definió lo que era una noticia como algo que alguien en alguna parte no quiere que se sepa. Esa es una buena definición actual para la palabra bulo.