La Semana Santa empieza con Cristo recibido como un Rey y termina con Cristo vencedor de la muerte. Comenzó con un triunfo esplendoroso pero fugaz y termina con otro triunfo mayor y definitivo, aunque con estilo divino: discreto. Es lo que tiene Dios: esconde su liderazgo, trabaja persona a persona. Es más, la humanidad le interesa poco, sólo le interesa el hombre. Cristo nunca triunfó en el mundo y, sin embargo, es el Creador del Mundo, su principio y su fin, alfa y omega. El título de 'rey de este mundo' ya saben a quién se lo cedió. 

En medio, queda el 'percance' de la crucifixión, el segundo gran acontecimiento de la historia de la humanidad -el primero es la Resurrección- pero de humedades hablaremos luego

Todo empezó el Domingo de Ramos, ante una multitud extasiada con sus milagros, que esa multitud interpretaba como su 'poder' inconmensurable.  

Dios viene cabalgando en un asno, en un pollino de borrica, dijo el bueno de  Zacarías. Para resucitar el sacramento de la penitencia hay que resucitar la humildad. No es un problema del sacramento de Dios, es un problema de la soberbia del hombre

De la entrada en Jerusalén aprendió el cabrito de Oliver Cromwell, uno de los personajes más detestables de la historia. Con decirles que era un puritano, es decir, un fanático, un fariseo, un rigorista inclemente, hombre de doctrina ardiente y caridad fría, vamos con los pies fríos y la cabeza demasiado caliente... Recuerden: cuando Oliverio era aclamado por la multitud, cuando se convirtió en Lord Protector, es decir, en el mandamás de Britania, tras la ejecución del Rey Carlos I de Inglaterra, respondió al subordinado que le encarecía el recibimiento laudatorio que estaba recibiendo de las masas enardecidas: "Estos son los mismos que aplaudirán cuando me lleven al cadalso". 

O la aún más divertida anécdota de la entrada triunfal en Madrid de Alfonso XII, tras la I República, cuando se acercó al más entusiasta de los 'vitoreadores' y le dijo:

-Buen hombre: se le ve a usted muy contento de que haya vuelto el Rey.

-¡Uy! -respondió el aludido-, pues esto no es nada comparado con cuando echamos a la puta de la Reina. 

Es decir a la señora madre del Rey, a doñaIsabel II. 

Hemos empezado la Semana Santa y mucho me temo que el sacramento clave en estas fiestas seguirá brillando por su ausencia. Naturalmente, ese sacramento no es otro que el de la Penitencia. Uno esperaría ver, a lo largo de toda la Semana Santa, los confesionarios con colas pero, al menos desde hace 20 años, los veo más vacíos que nunca. 

Lo de "yo me confieso con Dios, directamente"... y ese dios con el que me confieso no me exige arrepentimiento ni enmienda. Sin embargo, el cura de al lado, sí. O debería hacerlo...

El asunto es grave, porque la crisis de la Iglesia -y del mundo- pasará el día en que los confesionarios dejen de parecer féretros, enormes cajas vacías. Y de eso no se sabe quién es más culpable, si el cura que no se sienta en el confesionario o el laico que no exige al cura que se siente.

Dios viene cabalgando en un asno, en un pollino de borrica, dijo el bueno de  Zacarías (¡Vaya nombrecito!). Pues bien, para resucitar el sacramento de la penitencia hay que resucitar la humildad. No es un problema del sacramento de Dios, es un problema de la soberbia del hombre.

Se trata de evitar aquello de Yo me confieso con dios, directamente... y ese dios con el que confieso no me exige arrepentimiento ni propósito de la enmienda. Sin embargo, el cura de al lado, sí.

Semana Santa: a confesar. Nos va mucho en ello. Para ser exactos, nos va el futuro del mundo, porque sin arrepentimiento no puede haber perdón, sin perdón de las ofensas la justicia se hace imposible y sin justicia jamás habrá paz. Dicho a la inversa, en palabras de Juan Pablo II: no hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón.