Los aficionados del Valencia que lanzaron insultos racistas a Vinicius han sido condenados a ocho meses de cárcel y dos años sin pisar un recinto deportivo.

La fiscal se muestra orgullosa de su logro porque así, aseguran, los insultos no saldrán gratis y las víctimas están protegidas. Nunca me ha gustado esos fiscales que se pavonean de haber conseguido condena de cárcel. El castigo, es necesario, por supuesto, pero no resulta imprescindible que la señora fiscal se ponga delante de una cámara para contárnoslo a todos y, además, saborearlo. 

Oiga, ¿y si los católicos empezamos a denunciar a quien blasfeme en un campo de fútbol? Nos están ofendiendo. La respuesta es esa que están pensando: no, ningún juez ningún fiscal, nos haría el menor caso. Sería libertad de expresión.

Claro que eso a Florentino Pérez le importa tirando a poco. Es de los que si tiene que firmar un patrocinio con un país musulmán retira la Cruz que corona el escudo del Real Madrid, sin inmutarse. 

Un insulto racista, al igual que una blasfemia, es reprobable pero a veces, además de la naturaleza de las cosas, también hay que ponderar el grado.

A lo mejor estamos exagerando un poco.