José Luis Martínez-Almeida, alcalde de Madrid, de cara al 'Orgullo Gay', colgó un cártel en la capital en el que se dejaban ver condones y tacones. El colectivo LGTB, así como la oposición política de izquierdas, montó en cólera: estigmatización, símbolos que ridiculizan al colectivo, etc. 

No sin cierto tino, el alcalde respondió que una de los actos más sobresalientes de la semana del Orgullo, organizado por el propio colectivo, era la carrera con tacones, pero no le sirvió de mucho. ¿Qué esperaba? Él ha elegido colaborar con el Orgullo... pues entonces atente a las consecuencias, Pepelui.

La alcaldesa de Valencia, tras el correspondiente ataque de la ministra más histérica de todo el Gabinete, la titular de Igualdad, Ana Redondo, empeñada en ser más feminista que Irene Montero (y eso es imposible, doña Ana) ha puesto como no digan dueñas a la alcaldesa de Valencia, la popular María José Catalá, por negarse, como Almeida, y ahí hay que apoyarles a ambos, a colgar la bandera arco iris en la sede del Ayuntamiento de la ciudad del Turia. El problema es que lo ha justificado con el argumento de que tampoco cuelga la bandera contra el cáncer, o la del ELA, o la del Alzheimer... 

Naturalmente el contraataque ha venido de inmediato: la homosexualidad no es una enfermedad y la OMS -este argumento es definitivo: nos apoya Tedros Adhanom-. A partir de ahí, Catalá ha intentado arreglar le asunto... más bien con escaso éxito. 

En primer lugar, los dos alcaldes han hecho bien. La bandera gay no es una defensa de los gays es un ataque a los católicos y a cualquier convencido de que sólo hay dos sexos... que es lo que han creído la inmensa mayoría de las civilizaciones desde que el mundo es mundo, en todos los credos, y en todas las etapas históricas. No existe el segundo sexo, ni el tercero, porque al hombre no se le ha pedido permiso ni para nacer, mucho menos para nacer varón o hembra, alto o bajo, rico o pobre, fuerte o débil, Sencillamente: somos nacidos.

En segundo lugar, señora Catalá y señor Almeida: no intenten acercarse a quien no quieren que se les acerquen ustedes: la homosexualidad, en efecto, no es una enfermedad es, al menos para los católicos, una inmoralidad. Así lo dictamina -insisto, la historia y así lo dictamina el catecismo de la Iglesia Católica de 1992, que lo califica de grave desorden moral. Y yo no tengo por qué colaborar, ni en privado ni en público con lago que atenta contra mis principio. ¿Respetar al homosexual? Por supuesto, es una persona. Es más, nuestro catecismo nos exige nos exige tratarle con consideración y evitar cualquier tipo de discriminación hacia los gays. Pero otra cosa es colaborar con el colectivo gay. 

Insisto, la homosexualidad no es una enfermedad, es una inmoralidad. Pero es que hay inmoralidades que provocan enfermedades, Claro, pero no es lo mismo. 

Pero, ¿es que la moral es subjetiva? No, la moral es radicalmente objetiva o no es moral, otra cuestión es que los hombres no seamos objetivos. La única solución a esa ecuación es que el gay respeta la homosexual. Por ejemplo, que no nos obliguen a aceptar en nuestro ayuntamiento colabore con algo con lo que discrepamos.