Como Donald Trump, el malo, ha iniciado una guerra comercial, el pobre Pedro Sánchez se ve obligado a buscar el apoyo del buen chino Xi Jinping, siempre deseoso de ayudar a un país cristiano y occidental como es España,
Naturalmente, Pedro no va a incomodar a Xi, recordándole que es un repugnante tirano que masacra a los cristianos, humilla a la Iglesia, asesina al disidente y tiraniza a 1.400 millones de chinos.
Naturalmente, no le va a pedir que, a cambio de colonizar a Europa, permita que los productos españoles se vendan en China y que las empresas españolas se instalen allí sin trabas de todo tipo, como ocurre ahora mismo. No, lo que le pide a aquel país hermano, la mayor dictadura del mundo, es que nos siga colonizando y, de la mano de España a toda Hispanoamérica, a cambio de unas migajas compradoras de una población de 1400 millones de habitantes.
Para Sánchez, el malísimo es Trump, que nos ha puesto aranceles con muchísimas excepciones pero exagerados por los medios sanchistas hasta la médula, harto de los aranceles españoles y europeos, y de una burocracia y una fiscalidad que han convertido a Europa en un 'castrati'.
Trump nos ofrece a los europeos, por interés propio, naturalmente, una oportunidad única de reindustrializar Europa, sobre todo, al país más desindustrializado de Europa: España.
Pero no, Sánchez viaja a China a suplicar que nos dejen venderle algo mientras le compramos todo.
El espejo de china es ese restaurante chino, en el barrio madrileño de Usera, un foco de podredumbre sanitaria donde se nos vendía palomas por patos y hasta ratas por no se sabe qué. Mejor no pensar en ello.
Pero no será Sánchez quien se queje ante Jinping de la chapuza china sino de la terrible tiranía norteamericana. Claro que sí.
Resumen: Estados Unidos nos clava un pequeño alfiler mientras China nos apuñala. Por eso, Sánchez se ensaña con el déspota de Donald Trump y corre a rendirle pleitesía al demócrata de Xi Jinping.