Pentecostés le trajo, la última comprensión, entendiendo todo lo que hasta entonces, creyendo, había guardado en su corazón
Los grandes acontecimientos
suceden, en la augusta claridad
de la interior visión;
en el silencio de decisiones,
sigiloso movimiento,
de oculto sacrificio,
en la abnegación.
El fruto, en su seno, es fecundado.
es la nueva Tienda de “lo santo”,
la alegría del arca nueva,
de la nueva alianza.
Con su “fiat” al Arcángel,
el Dios viviente su morada,
estableció en ella.
Siempre junto a Él estuvo,
a pesar de la distancia;
del misterio de Dios henchido,
de lo oscuro y lo lejano,
sin comprender todavía, “lo santo”.
Le dio su corazón, su sangre, su honor,
su entera capacidad de amor lo abrazó,
más arriba, más allá de ella, Él creció.
En torno al Hijo que santo era,
se abrió la lejanía,
el que arrebatado le era,
allí vivía.
¡Del Dios vivo el misterio,
cómo poder comprender!
Aunque cerca lo tuviera,
por la virtud del mismo Dios,
solo creer se pudiera,
lo que a su tiempo
también da el conocer.
A lo largo de la vida y en su muerte,
abrazó al Hijo con entraña viviente.
Y experimentó: quien de Dios venía,
una y otra vez, de ella se salía.
Sintiendo de la espada,
en el corazón el filo,
hasta Él por la fe se levanta,
y de nuevo lo abraza.
Ya ni siquiera es Hijo suyo,
es el otro, somos otros
quienes junto a ella estamos,
la sostenemos y abrazamos.
Él está allá arriba, solo,
Él está ya, en Dios,
en la punta estrecha de la creación.
En la compasión última,
ella acepta la separación.
Una vez más, justamente ahí,
junto a él se pone por la fe.
Pentecostés le trajo, la última comprensión,
entendiendo todo lo que hasta entonces,
creyendo, había guardado en su corazón.