Treinta monedas tintinearon
al caer en el enlosado del Templo.
Treinta monedas, precio del Cordero;
de sangre enviciadas, mancilladas,
para comprar un campo sirvieron.
Y ese campo que era del alfarero,
pagado a precio de sangre del Cordero,
es cosa nuestra, es nuestra pertenencia.
 
Campo que se ha ido agrandando,
invadiendo media faz de la tierra:
ciudades enteras, pavimentadas,
populosas, iluminadas y barridas;
ciudades de tiendas y burdeles llenas,
resplandecientes del norte al mediodía.
 
Treinta monedas tintinearon
al caer en el enlosado del Templo.
Multiplicadas una y mil veces
por traiciones en siglos transcurridos,
y los sucios negocios realizados
con intereses ruines acrecidos.
 
Y los recintos nutridos del Templo,
no alcanzarían para almacenar
las monedas hasta hoy producidas,
por las treinta que fueron arrojadas,
que todavía siguen tintineando,
al caer en el enlosado del Templo;   
causa de un delirio y su remordimiento.
 
¡Oh apego del hombre, que a Dios menospreció!
¡Vendió al hombre por treinta monedas,
y compró al hombre, con la sangre de Dios!