El único propósito final, era el auto refuerzo personal del amado líder, Pedro Sánchez
Pedro Sánchez, el faraón del PSOE, vuelve del 41 congreso socialista, celebrado recientemente en Sevilla, con las espaldas cubiertas. Este congreso no tenía ningún objetivo, ni de partido, ni socialista, ni obrero, y mucho menos, de español. El único propósito final, era el auto refuerzo personal del amado líder, Pedro Sánchez. Una dinámica que recuerda a la de una secta donde el gurú se justifica de puertas afuera y se autoproclama salvador de los suyos de puertas adentro. Un fin de semana de charanga y pandereta, que diría el poeta, que no se resolvió nada significativo para los socialistas, aunque para ellos sólo cuenta lo que diga el partido, sea bueno o malo, conveniente o no para España.
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Los votantes socialistas parecen sordos y ciegos, incapaces de tomar decisiones propias. Así, los discursos no revelaron nada nuevo ni valioso para la sociedad en su conjunto. Todo se resumió en loas al líder y la victimización del partido, una táctica tan vieja como infantil de la que García Page avisó que es mejor «no ocupar el papel de víctimas» porque «no es lo preferible».
El balance final se reduce a un cambio de más de veinte cargos y al anuncio de una idea tan repetida como incumplida: la vivienda. Este anuncio quedó reservado para el cierre del congreso, como en las fiestas, con fuegos artificiales y tracas, dedicándose el último discurso a descartar cualquier réplica de los congregados. Con Pedro Sánchez, todo se resuelve como solo él sabe: con más gasto político. Ahora se anuncia la creación de una gran empresa estatal de la vivienda, a pesar de que el 70% de las viviendas del Sareb siguen sin venderse ni alquilarse, y con un compromiso gubernamental cada vez menos firme de devolver el rescate bancario recibido tras la crisis de 2008, impulsado por otro socialista polémico, José Luis Rodríguez Zapatero, que participó pontificando como el gran filósofo que es del sanchismo.
Por otro lado, los cambios de nombres en los cargos no parecen orientados a mejorar la eficacia, sino a un simple lavado de cara del gobierno. Sólo quedan los más dóciles y recompensados: Santos Cerdán, sobre quien sobrevuela la sospecha de un sobre de Aldama con 15.000 euros, y María Jesús Montero, conocida por su capacidad para mentir con la misma cara de cemento que su jefe. Por cierto, que sobre ella también recae la sombra de corrupción que afecta a su secretario de Estado.
El congreso también dejó momentos impactantes, como el cierre de filas en torno a los líderes socialistas indultados por otros líderes socialistas, entre ellos Griñán y Chaves, protagonistas del caso de los ERE en Andalucía. Ambos fueron mencionados como héroes y casi obligados a ponerse en pie para recibir una ovación cerrada. Más llamativa aún fue la entrada por sorpresa de Begoña Gómez, esposa de Sánchez, quien apareció por la puerta trasera, sonriente y efusiva, rodeada por quienes buscaban tocarla, como si fuera un acto de devoción religiosa. Y es que PSOE no entiende como nosotros entendemos la corrupción, la vergüenza y la dignidad, ellos van a su aire.
¿Y ahora qué hará Pedro Sánchez? ¿Hacia dónde dirige sus pasos personales y políticos? Por el momento, pese a las sospechas que lo rodean como Número 1 y al delicado equilibrio con independentistas y comunistas de salón que le permite mantenerse en el poder, no planea dimitir. Este congreso parece haber sido diseñado precisamente para reforzar esa imagen. Un líder y un partido sanchista que participa como el sociópata que celebra su cumpleaños solo, con gorrito y matasuegras, cantándose a sí mismo el “cumpleaños feliz”. Sánchez sabe que la justicia es lenta pero que avanza, y que los próximos meses traerán más casos, pruebas, declaraciones e imputaciones que afectarán a muchos de sus colaboradores cercanos que le cercarán tarde o temprano, no sé si como culpable pero sí como el corruptor que lo permitía.
El congreso del PSOE no ha sido importante porque no estaba pensado para la autocrítica ni para pensar en España y los españoles. Tampoco importa cómo se protege Sánchez tras su guardia pretoriana de propagandistas y medios afines; lo que importa es cómo actuará la oposición, qué hará y cuándo lo hará. La calle debe expresar su voz cuanto antes. No basta con pancartas que digan “España somos todos” ni con exigir la dimisión de Sánchez. El Partido Popular debe dar un giro en su comunicación y conectar con sectores más amplios, haciéndose escuchar más allá de su núcleo mediático. La oposición debe calentar la calle y presionar para que Sánchez abandone el poder, dejando que los casos de corrupción hagan su trabajo. En este caso, no se necesitan bulos; los propios responsables del PSOE ya se encargan de exponerlos.