San Eulogio: "Será mejor que me condenes a muerte. Soy adorador de Cristo, hijo de Dios e hijo de María, y para mí vuestro profeta es un impostor"
Eulogio de Córdoba vivió en el siglo IX, obispo, uno de los grandes intelectuales de su tiempo que tuvo que soportar la Córdoba de los abderramanes, unos cabrones que, desde la entonces ciudad más poderosa del mundo, similar a lo que sería Washington, masacraban a los cristianos.
Ahora que acabamos de celebrar el aniversario del repugnante atentado terrorista musulmán contra Charlie Hebdo, ahora que ya sólo los progresistas niegan la invasión de Europa por parte del Islam, cada día más agesivo en el Viejo continente, no viene demás recordar a San Eulogio, un buen patrón para la actual batalla contra la invasión musulmana.
Eulogio de Córdoba no buscó el martirio, eso es de idiotas, pero cuando se lo pusieron delante no calló para evitarlo: le soltó al emir más poderoso del mundo unas cositas sobre Mahoma que ríase usted de Charlie Hebdo.
Vamos, que le dijo la verdad y se confesó cristiano, con un par. Le descuartizaron pero ya nadie se acuerda de sus descuartizadores y sí de San Eulogio.
Repitamos: el islam es una caricatura del cristianismo que se apoya en sus cuestiones más externas. Más que una espiritualidad interior Mahoma descretó una serie de actos externos que, además, no respetan la libertad humana.
Pretender hacer compatible esto con la doctrina cristiana que se basa en la libertad de los hijos de Dios, resulta imposible. ¿Significa esto que cristianismo e islam son incompatibles? Sí, significa exactamente eso.
Entonces, ¿estamos condenados al enfrenamiento violento? No y esperemos que no caigamos en él. Pero lo que no se puede hacer es aceptar el chantaje de que para que no haya violencia, los cristianos debemos renegar de Cristo y cantar las excelencias del Islam. Estamos en batalla y hay que batallar. Además, eso no fue lo que hizo Eulogio de Córdoba. Su armas fueron la oración, cu coraje... y su lengua, para decir la verdad.
Por cierto, Eulogio (eu-logos), significa el que piensa bien y habla bien. Carezco de eso dos atributos, pero San Eulogio no... y además los ejercitaba.
