Quien quiera estudiar en serio a Santo Tomás de Aquino que empiece por una doble vía: la simpática y demoledora biografía de Chesterton sobre el doctor Angélico. Esa biografía que Chesterton citó en unos ratos a su prohijada secretaria Dorothy Collins, pero que hizo estallar a Etienne Gilson, el más grande tomista del siglo XX: "Chesterton me desespera. Treinta años estudiando a Santo Tomás y no hubiera podido decir las cosa que él ha escrito en su libro".

La otra forma de entrar en la filosofía tomista, es seguir al mejor reflejo tomista del el siglo XX, el pontificado de San Juan Pablo II, aquella vuelta eclesial a la sensatez.

Hay una tercera aproximación: leerse el más que comprensible Catecismo de la Summa Teológica, de Thomas Pègues, convenientemente introducido y acompañado por las notas del mejor tomista español de los últimos tiempos, el catedrático Eudaldo Forment

Recuerden que Tomás de Aquino -cuya fiesta celebramos el domingo 28- era un sabio, es decir, un señor al que se le entendía todo y enemigo jurado de la pedantería. Del pedante desconocemos sus términos pero no sus  reflexiones. Con el sabio sucede lo contrario. Nada más simple que comprender los términos del italiano. Otra cosa son sus argumentos: ahí mejor que no te pierdas. 

Tomás de Aquino fuera probablemente el hombre más inteligente de toda la historia. Pero, ya ven, su gran obra fueron los himnos eucarísticos que creó, entre ellos el Pange Lingua. Eso demuestra que no sólo era el más inteligente, sino también el más sabio... que no es exactamente lo mismo.