Ser jefe no significa automáticamente ser líder. Ser jefe de equipo, de proyecto, de empresa pero también de gobierno o de Estado no es tarea fácil. Nos cuentan que la economía “va como un cohete” pero excusan la baja productividad en España (ha descendido un 5 % en los últimos años, el doble que en la eurozona) y el alto absentismo laboral en el país, por causas externas. Como si los jefes no tuvieran en muchos casos algo que ver con tan desolador panorama en las organizaciones. 

A pesar de todo hay legisladores políticos y sindicales que pretenden imponer la jornada laboral sin reducción de salarios haciendo gala de sus dotes de liderazgo, imponiendo a la fuerza en las rondas negociadoras sus postulados con la amenaza de huelga. 

Estaría muy bien si se conciliara, pero este país pierde -según ciertas fuentes - alrededor del 5% del PIB por falta de conciliación, porque los jefes se creen aún en pleno siglo XXI que el presencialismo en el puesto de trabajo es sinónimo de productividad.

Reparar en otras habilidades como: la persuasión, capacidad negociadora, la comunicación, confianza, humildad y empatía no es algo que abunde en el mundo directivo ni en la política, donde hay muchos que presumen encima de sus carencias gestoras suplidas con la mentira, la bronca y las triquiñuelas escondidas en el BOE

El origen de no pocos de nuestros males en la política o el seno de las empresas tal vez radique en otros factores endógenos, como el perfil de los jefes que se creen aptos para liderar, sin competencias elementales en gestión y responsables últimos de la marcha del negocio. Todavía existen jefes que en plena era eco-digital infunden miedo a sus subalternos como estilo de gestión.

Ser buen jefe no se aprende en muchos casos, cuando hoy en día más que la meritocracia funciona el enchufismo y la lealtad como en el siglo pasado. Reparar en otras habilidades como: la persuasión, capacidad negociadora, la comunicación, confianza, humildad y empatía no es algo que abunde en el mundo directivo ni en la política, donde hay muchos que presumen encima de sus carencias gestoras suplidas con la mentira, la bronca y las triquiñuelas escondidas en el BOE.

Hasta ahora era frecuente toparse con un jefe (de algo) mezquino con derecho a “ordenar y mandar” que se auto-atribuye las medallas de todo éxito y culpabiliza a otros en caso de estrepitoso fracaso. Por eso parece que en España mandan mucho los jefes (a veces hay más jefes que indios) pero escasean los líderes gestores en el gobierno, en la antigua jefatura de Estado, pero también en empresas del IBEX, del SEPI o incluso pymes de todos los ramos. 

Con ello no estamos afirmando que contabilizar beneficios es sinónimo de ser  buen jefe y arrastrar pérdidas un incompetente. Tampoco se puede relativizar la quiebra de empresas públicas en tiempo récord por directivos políticos que sin renunciar al bonus son promocionados encima a otros negociados, distanciándose de las prácticas vividas en el pasado con la crisis de las cajas de ahorros. 

Pero cuando el absentismo roza los 1,4 millones de personas de media (en algunas empresas públicas del SEPI representa el 10% de la plantilla), la rotación laboral es la más elevada de Europa y existen series dificultades de retener el talento en las empresas (42% así lo afirman en encuestas), es legítimo preguntarse si todo obedece a las leyes del mercado o si en algo tienen que ver los jefes al mando. También es sintomático que España padezca una permanente policrisis a diferencia de nuestros países vecinos que milagrosamente se reponen tras cruzar el desierto.

Pocos Superlópez conocemos en el mundo de los negocios que como Iñaki de Arriortúa, el ingeniero vasco acusado de espionaje industrial en VW en los noventa, tildara públicamente a los trabajadores como “señores obreros”

Digno de estudio debería ser analizar el perfil de los jefes en España que a diferencia de nuestros homólogos europeos no despuntan precisamente salvo excepciones por la creación de riqueza colectiva, productividad, empleo y conciliación por mencionar unos cuantos vectores. El teletrabajo que llegó con el Covid se vió como un hito revolucionario en España, pero pronto hemos vuelto al presencialismo pre-pandemia y a liderar Europa porque “el jefe no se fía de sus trabajadores” de lo que puedan hacer en casa en tiempo laboral.

Algunos teóricos afirman con razón que la falta de comunicación y de confianza podrían ser dos de los rasgos más caracterizadores de la cultura en España que se mimetiza tanto en la política como en el mundo de los negocios. De ahí que en unos casos estén de bronca y sin llegar a consensos permanentes, y en otros arrastren la falta de crecimiento y el handicap del tamaño de la empresa pequeña (expuesta a una permanente crisis existencial de supervivencia  por falta de masa crítica en el caso de las pymes, micropymes y autónomos) que conforman el 90% del conjunto del tejido empresarial.

Decapitar a un jefe para poner a otro peor tampoco es la solución. Y eso es lo que transmite una encuesta reciente que afirma que  casi dos tercios de los trabajadores en España piensan que podrían hacer el trabajo de sus jefes o que más del 50% de la mitad sufre depresión en el trabajo.  

Si creemos que aspirar a un cargo de responsabilidad con derecho a despacho propio y secretaria tiene innato el don de la gestión es que quizá sea un iluso. Ser buen jefe debería significar ser un líder que arrastre a su equipo humano. Lo opuesto denota la poca idoneidad para el cargo.

Si en el consenso general de querer elevar la productividad del país, minimizar el absentismo y la alta tasa de rotación del personal insatisfecho, a lo mejor deberíamos entre todos dar un repaso al rol del jefe. La falta de visión de futuro, la frecuente improvisación, la escasa planificación y de metodología, la ausencia de valores y principios etc ponen muy difícil las cosas si además reina la ausencia de comunicación, y sobre todo la falta confianza en las relaciones del día a día. La burocracia de este país tiene además que ver con rizar los mecanismos de control para justificar por caso un simple ticket de compra cuando se están manejando verdaderas cantidades millonarias.

¿Cuántos jefes en España se someten a una evaluación anual de sus subalternos más directos que cuestionen sus fortalezas y debilidades y acepten ciertos errores? Tampoco hay que declararse feminista, ecológico, inclusivo y paritario como reza el MainStream para ocupar un alto cargo; si lo son mucho mejor

La renqueante productividad en España tiene fundamentos muy marcados como la deficiente inversión en I+D+i, en formación del capital humano (formar no es sinónimo de capacitar), en las dotaciones de infraestructuras y en las ineficiencias en el mercado, pero sobre todo otro más intangible como  en el estilo de gestión de los jefes tanto en la cúpula como en los mandos intermedios e inferiores. 

¿Cuántos jefes en España se someten a una evaluación anual de sus subalternos más directos que cuestionen sus fortalezas y debilidades y acepten ciertos errores? Tampoco hay que declararse feminista, ecológico, inclusivo y paritario como reza el MainStream para ocupar un alto cargo; si lo son mucho mejor. ¿Cuántas organizaciones en la era eco-digital se atreverían a funcionar sin jerarquías o mandos  planos sin jefes? 

La baja productividad y el malestar por cruzarse al jefe en el pasillo tiene  que acabar. Para ello bueno sería que el líder sepa mantener la calma y el autocontrol de sus emociones en momentos críticos, actúe con empatía, respeto y de ejemplo, sea comunicativo siempre y no cuando interese, enfrente los desafíos con optimismo, conecte con el personal y construya relaciones de confianza a largo plazo. Pretender vender el negocio dando un pelotazo como máxima aspiración de un emprendedor  en este país para vivir de las rentas, no siempre es sinónimo de buen gestor.

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España en cualquier caso se merece buenos jefes: responsables, éticos y ejemplares, no como en la política que todo vale y “si no te gustan estos principios, tengo otros”. Como dice Mark Zuckerberg, para trabajar en Meta es necesario: “menos títulos y más habilidades”.

 

@IgnacioSLeon