Israel y Hamás están a punto, eso dicen las agencias, de firmar un acuerdo de paz que prevé la liberación, no de todos los rehenes judíos, sino de una parte, aunque se desconocen los rehenes que quedan vivos en poder del grupo terrorista.

Lo que más asombra de la noticia, paladeada por el gobierno saliente de Joe Biden como si fuera uno de sus grandes éxitos, es que el gobierno de Israel esté dispuesto a que liberen a parte, no a todos, los rehenes. A ver, recordemos cómo empezó esta guerra: los salvajes de Hamas eluden los controles fronterizos de Israel y asesinan, violan y se dan a la rapiña, en una orgía de sangre que abarca a bebés. Acaban con la vida de 1200 israelíes y se llevan a más de 200 como rehenes a Gaza. Tras la primera respuesta, Jerusalén siempre ha dicho que pararía la ofensiva, terrible y cruel ofensiva, ciertamente, si Hamas liberaba a los rehenes.

¿Y ahora va a aceptar una tregua sin que se libere a todos los secuestrados y las raptadas? Parece un tanto incongruente. Por eso, muchos israelíes se lanzaron el martes a la calle para bloquear el centro de Jerusalén, en contra de un alto el fuego con Hamás. Toda tregua es bienvenida pero las protestas me parecen lógicas. 

Recuerden, además, que los palestinos, como el conjunto de los musulmanes, siempre hacen lo mismo: poner a sus hijos delante. Para ellos la guerra es una cuestión de familia. Así, casi toda la prensa occidental se queja de los ataques de Israel a escuelas, hospitales y organizaciones humanitarias, o de Naciones Unidas.

Lo que no dicen es que Israel, un país bastante más civilizado, golpea esos lugares porque los militantes de Hamás se esconden tras los civiles inocentes.

En cualquier caso, bienvenida sea una tregua que evite muertes pero mucho me temo que persiste el origen y el núcleo de la cuestión: para los árabes, la guerra es una cuestión de familia. Mientras así sea, hay que seguir apoyando al único país occidental que queda en Oriente próximo: se llama Israel.