Donald Trump impondrá aranceles del 25% (le ha cogido el gusto al porcentaje) a los fabricantes de automóviles que quieren vender en Estado Unidos coches fabricados en el extranjero. 

Y a mí que me parece bien. Entiéndase, el librecambismo, como tantas otras cosas, es bueno en principio. Pero ocurre que, desde el final de la II Guerra Mundial hemos vivido un librecambismo asimétrico donde, por ejemplo, los chinos se han convertido en la primera potencia mundial a costa de explotar a sus propios trabajadores, con salarios de la miseria extraordinariamente competitivos, a copiar patentes occidentales, para acabar vendiendo automóviles en Occidente mientras impedían que nuestras empresas se instalaran en China.

Además, Trump no pretende convertir los aranceles en permanentes. Pretende restaurar el equilibrio en ese librecambio asimétrico y una vez restaurado el equilibrio, no se preocupen, se olvidará de los aranceles.

Y es que las marcas japonesas, coreanas y ahora chinas, de automoción se aprovechan de la apertura de las fronteras occidentales y, eso no justo. 

Entonces, ¿por qué Trump no impone aranceles sólo a China sino a Europa, Canadá o México? Pues porque Oriente aprovecha las fronteras abiertas de Europa y América para entrar en el mercado estadounidense y hacer competencia para desleal. Sólo por eso.