Ni Pedro Sánchez, ni Marlaska, ni Irene Montero, piensan dimitir. Es más, se mantienen en su mefistofélica campaña sobre el odio del que, naturalmente, culpan a la ultraderecha, a Vox…
Lo ocurrido en Madrid con el falso caso de la agresión homófoba recuerda el viejo chiste de:
-¿Cuál es el castigo por bigamia?
-Dos suegras.
Porque tras una semana de campaña contra la homofobia, con toda la fuerza del poderoso lobby gay, de la progresía mediática y de los ministros de la Corona, resulta que la víctima ha confesado que no hubo tal agresión, ni hubo manada homófoba formada por 8 encapuchados. Ha confesado que las heridas se las había propiciado él mismo. Es decir, que no estamos ante un caso de sadismo sino de masoquismo. Vamos, que lo había inventado todo, que el tatuarle en las nalgas, con un objeto punzante, la palabra “maricón”, fue voluntario y realizado en el transcurso de “una relación” homosexual y, naturalmente, a título de masoquismo voluntario, consentido y buscado.
Y el lobby gay… ni pide disculpas ni da un paso atrás: seguirá condenando al discrepante con la fuerza del Gobierno y de los tribunales
Lo dicho: en el pecado andaba la penitencia. Castigo: dos suegras.
¿Y por qué la no-víctima mintió a la policía y montó todo este vodevil? Para ocultar a su novio relaciones masoquistas con otros dos hombres. Sin comentarios.
Lo ocurrido no deja de ser un espejo de la actualidad política y social española con el sanchismo en Moncloa, que ya cuenta con 3 años largos de historia: no sólo porque el fin -luchar contra la homofobia- justifique los medios -una denuncia falsa- sino porque las palabras justifican los hechos. Así, en lugar de esconderse debajo del sillón, la ministra de Igualdad (igual-dá)), doña Irene Montero a la ¡cabeza del ejército de majaderos y majaderas y majaderes, ubicado al sur de los Pirineos! asegura que los delitos de homofobia andan disparados y que este árbol, el del victimismo embustero del gay de Malasaña, es el árbol que nos impide ver el bosque de la homofobia rampante.
Y el ministro Fernando Marlaska, uno de nuestros peores ciudadanos, insulta por la mañana, en RTVE -dónde si no- a Vox como responsable último de la inexistente agresión homófoba pero, por la tarde, en lugar de esconderse en el desván, insiste en que, gracias a la eficaz la labor policial -o sea, gracias a él-, se ha aclarado el asunto -¿qué asunto?- y que hay que seguir legislando contra el odio que esparce… naturalmente no él, sino la ultraderecha.
Es el mismo Marlaska que, en plena pandemia, acusó a un hombre de Valladolid de haber matado a su mujer, cuando lo que había intentado era salvarla de un suicidio. Y se quedó tan ancho.
Pedro Sánchez, que jamás desaprovecha una ocasión para hacer el ridículo, convirtió su alocución ante el grupo parlamentario socialista en un alegato contra Vox y a favor del movimiento LGTBI porque, al igual que Marlaska, don Pedro vendió, en sede parlamentaria, la idea de que la inexistente agresión es obra de Vox que sólo admite a los que piensan como él. Mientras, Sánchez, siempre magnánimo, admite incluso a Vox… a lo mejor porque no tiene otro remedio, dado que fue votado por 3,5 millones de españoles.
Los delitos de odio confunden el pecado con el delito y el catecismo con el Código penal. Así, los tribunales juzgan las ideas, en lugar de juzgar los hechos. No son otra cosa que censura legal
No lo duden: una sombra de regocijante pitorreo recorre España, lo cual siempre es de agradecer en épocas de melancolía vírica.
Los españoles vivimos confundidos ante la obsesiva campaña de propaganda a los que no someten el lobby gay y el lobby feminista, especialista en cambiar la realidad. Por tanto, se hace necesario aclarar la situación: la agresión homófoba era un invento, una mentira, una falacia. Nunca existió una manada, deseosa de mostrar su “hombría” ensañándose con un homosexual. Fue un invento de la falsa víctima, del propio homosexual, para que no se enterara su novio de dónde andaba.
Pero ni Pedro Sánchez, ni Marlaska, ni Irene Montero, piensan dimitir. Es más, se mantienen en su mefistofélica campaña sobre el odio del que, naturalmente, culpan a la ultraderecha, a Vox… al que no soportan no porque sea ultra, que no lo es, sino porque es el único que defiende, y no siempre bien, la ley natural. ¿Qué es la ley natural? Querer para mi prójimo lo que quiero para mi. Por ejemplo, que no me mientan.
¿Y el lobby gay? Ni pide disculpas ni da un paso atrás: seguirá condenando al discrepante con la fuerza del Gobierno y de los tribunales. A ver si nos enteramos de una vez de que los delitos de odio no son otra cosa que censura. Si te atreves a decir lo que piensas, sobre todo si piensas en cristiano, serás condenado, no ya por la sociedad sino por los tribunales, serás condenado, no ya a la marginación vecinal, sino que serás llevado a prisión. ¿Por pensar o por hablar? Sí por pensar o por hablar.
Al final, habrá que repetir que los delitos de odio confunden el pecado con el delito y al catecismo con el Código Penal. Para ser exactos, con el artículo 510 del Código Penal. Los tribunales juzgan -y condenan- las ideas, en lugar de juzgar los hechos: ¡qué peligro!