Queda muy bien el título del artículo publicado en el diario ABC el pasado martes 11 y firmado por el arzobispo de Oviedo, Don Jesús Sanz. Es este: “De incendios y elecciones generales”. Pero me temo que no es lo más enjundioso, ni lo más morboso, del contenido, altamente electrizante.

Porque lo único que se le queda en el tintero a monseñor es que un católico está obligado a votar a Vox. De hecho lo dice, sólo que sin cita expresa. Sanz promulga dos aclaraciones de lo más pertinentes. Por un lado, denuncia el gran éxito propagandístico de la progresía, que ha logrado que todo lo cristiano pase a ser considerado ‘ultra’. Al mismo tiempo, recuerda los olvidados principios no negociables para un cristiano en política, enumeración más amplia de la realizada por Benedicto XVI, que los resumía en cuatro: vida, familia, libertad de enseñanza y bien común. Digamos que Benedicto XVI habla para todos los hombres y el obispo Sanz para los votantes cristianos españoles que tienen una cita con las urnas el domingo 23 de julio.

En suma, que el arzobispo de Asturias, Jesús Sanz Montes, tal parece estar pidiendo el voto para Santiago Abascal el próximo 23 de julio, que es el único partido político, que defiende “una oportunidad de reestrenar lo que vale la pena, sin cansarnos nunca de estar empezando siempre: la vida en todos sus escenarios (naciente, creciente y menguante), la verdad como compromiso verificable de programas políticos que no mienten, la libertad en la expresión religiosa y cultural y en la elección educativa que para los hijos tienen los padres, el respeto por la historia sin reescribirla con memorias tendenciosas y falseadas que reabren heridas, el evitar confrontaciones que nos dividen y enfrentan fratricidamente, el cuidado del bien moral de la unidad de un pueblo rico en historia, paisaje, lenguas y riquezas complementarias”.

Sí, Jesús Sanz está diciendo, sin decir, que un católico sólo puede votar, al menos en coherencia y en conciencia, a un solo partido parlamentario, a Vox. Desde luego, no al PP que contradice una y otra vez los principios católicos y ahora ya ni se preocupa de disimularlo.