Pedro Sánchez tiene madera de profanador porque lo del Valle de los Caídos no es más que profanar cadáveres y profanar basílicas y monasterios de monjes benedictinos. Y además, en el caso de Sánchez se trata de una manía, por supuesto manía histórica. 

Pero es que, además, el presidente del Gobierno sufre de verdadera obsesión con Cuelgamuros. No hace falta demostrarlo sino con su intervención en la tribuna del Congreso, cuando exhaló aquello de que él pasaría a la historia por haber desenterrado el cadáver de Franco. Y lo peor es que me temo que es posible: que él pase a la historia justamente por esa memez, pues no se me ocurre ninguna otra razón. 

Vamos con las mentiras más actuales sobre Cuelgamuros. El rumor que esparce Moncloa y el Ministerio que dirige Ángel Víctor Torres, es que Pedro Sánchez, durante su último viaje al Vaticano, habría pactado con el Papa Francisco que los benedictinos abandonaran el recinto y se les trasladara a algún monasterio, por ejemplo, en el cercano El Escorial. 

Para que quedara más verosímil, el ministro Ángel V. Torres se encargó, al mismo tiempo, de poner en marcha el famoso concurso internacional de ideas para Cuelgamuros. Ya saben: si lo convertimos en un parque temático Disney o lo dedicamos a explicarle a un público seguramente entusiasta, lo malvados que habían sido los franquistas con los muy demócratas milicianos republicanos durante la guerra civil y la dictadura. Es curioso, estos señores siempre empiezan a contar desde 1936 aunque las matanzas de católicos comenzaron en 1931, un poco después de proclamarse la segunda República. 

El problema es que Ángel Víctor Torres es, además de masoncete, un mentiroso compulsivo. Mismamente, en cierta ocasión, ya saben el diálogo necesario, aseguró que había hablado personalmente con los monjes. Mentira: no ha hablado jamás con los benedictinos del Valle.

No nos falle, obispo José Cobo. Sea valiente, como lo fue al principio, cuando defendió la inviolabilidad de la Basílica y de la comunidad de benedictinos

De igual forma, por aquello de presionarles para que se larguen, el señor ministro ha ordenado cerrar la librería de Patrimonio que estaba inserta en el tubo (“el túnel”) que conduce al altar de la basílica del Valle. Lo único cierto es que el Gobierno debe más de 2 millones a los benedictinos, que sobreviven como pueden, con ayuda de limosnas mientras mantienen en pie todo el entramado. Por ejemplo, la escolanía. Y lo también cierto es que el Gobierno está dejando que se caiga un monumento de mucho calibre con pinturas y esculturas que alguien debería cuidar más.

Y lo único cierto sobre lo que ha hecho el Gobierno en el Valle es que se dedica a profanar a miles de muertos por los que los frailes llevan rezando durante décadas, tratando sus restos con todo el respeto que se merece el cuerpo humano. 

Lo del Gobierno es una profanación masiva, entre otras cosas porque resulta sencillamente imposible recuperar los restos individualizados de más de 30.000 enterrados muchos de ellos en fosas comunes, donde se han mezclado restos de cadáveres de nacionales con cadáveres de republicanos que, hasta ahora, descansaban en paz y armonía.

Pues bien, para dejar las cosas claras: Sánchez no trató el tema del Valle con el Papa aunque sí lo trató con el secretario de Estado vaticano, Pietro Parolin. Por supuesto, que Parolin no expulsó a los benedictinos de Cuelgamuros. Lo que acordaron fue que, en nombre del Vaticano, hablaría el cardenal José Cobo, vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) y cardenal-arzobispo de Madrid. 

El asunto tiene su enjundia porque el prior de los benedictinos, Santiago Cantera, siempre ha dicho que se irá si recibe una orden del Vaticano y por escrito. El caso es que ahora el hombre de la Iglesia para el Valle de los Caídos es José Cobo y el caso es que el masoncete ministro Torres, el de las mascarillas de don Koldo, miente, una vez más, cuando afirma que el Vaticano ha ordenado a los benedictinos que abandonen Cuelgamuros. 

El primer objetivo de Sánchez consistía en derribar la cruz de Cuelgamuros, la más grande del mundo, y convertirla en un monolito masónico. De eso no se ha vuelto a hablar: los técnicos le informaron que el asunto era ingenierilmente complicado

Lo que sí es cierto es, ahora, que el interlocutor del Vaticano ante el Gobierno para Cuelgamuros es el arzobispo de Madrid, José Cobo. En este punto conviene recordar que Cobo pronunció las palabras más duras contra la actitud profanadora de Sánchez con Cuelgamuros. Ocurrió nada más ser elegido obispo de Madrid: “Creemos en la inviolabilidad del templo y de la Comunidad”. Algo muy distinto de lo que nos comenta a los periodistas, en la sala de prensa de Moncloa, el ministro Ángel Víctor Torres cuando se refiere a los benedictinos como “okupas” y asegura que “ellos saben que tienen que marcharse”. Pues no, no lo saben y tienen todo el derecho a quedarse.

Así que, no nos falle, don José Cobo: ahora el asunto depende de usted. Y ya va siendo hora de que la jerarquía eclesiástica enseñe los dientes a un Gobierno profanador. Haga valer que lo que ha hecho Sánchez con el Valle no es más que una profanación de un recinto sacro, que atenta contra los acuerdos Iglesia-Estado... y que sólo un miserable se atrevería a hacer. Por de pronto, Cobo, en delaraciones a Europa Press, ha vuelto a repetir lo de la inviolabilidad respecto a dos elementos: la basílica y los monjes. En plata: que ni se desacraliza la basílica ni se expulsa a los benedictinos. 

Ahora bien, también está lo de hacer de la derrota, victoria. Porque claro: el principal objetivo del Sanchismo no era echar a los monjes, en un principio, eso era casi secundario. En un primer momento el real objetivo de PSOE-Podemos-Sumar consistía en destruir la cruz. Es más: lo que estos señores, me refiero a Moncloa, pretendían era convertir la mayor cruz del mundo en un monolito masónico, cortándole los brazos. Sí, porque el Valle de los Caídos no es una cuestión política es una cuestión religiosa, de pura cristofobia.

Cuando consultaron a los técnicos estos le respondieron que cortarle los brazos a la cruz suponía una operación ingenierilmente compleja. 

Además, se asustaron de la posible reacción de un país post-cristiano, pero cristiano a fin de cuentas, al menos en sus esencias, como es España y decidieron que mejor no tocar la cruz… no fuera a ser que se les viniera encima.

Ahora ya solo queda que la jerarquía eclesiástica se comporte de forma tan valiente como lo han hecho los monjes.