
Nuestros abuelos, los clásicos, decían: no tiene fe, por eso tienen supersticiones. Hoy podríamos decir: hemos perdido la fe en Cristo pero tenemos psicólogos para sustituirle. Son los nuevos brujos del siglo XXI, los que solucionarán nuestro principal problema: la depresión, esa que nuestros mismos abuelos conocían como tristeza.
RTVE, nuestra querida y vieja maestra, la tele de Jose Pablo, lleva semanas adoctrinándonos con todo tipo de apuntes sobre la depresión, 'la patología de nuestro tiempo': mociones parlamentarias, intervenciones de ministros en las ruedas de prensa de los martes, declaraciones extemporáneas de Sánchez en periplos de Estado o en esos actos con muy profesionales y dramática puesta en escena futurista acerca de las cuestiones más diversas. Todas ellas concluyen en que la salud mental es el principal problema al que nos enfrentamos en el Occidente saciado. Y es verdad, vivimos en una sociedad de locos que, en lugar de buscar una razón a la existencia, un porqué para vivir, así como los medios materiales necesarios para aplicar sus ideales, hace justamente lo contrario: vive sin ideal alguno, sin un porqué para vivir, tan sólo pendiente de las percepciones sensoriales inmediatas... e intenta que sean los demás -por ejemplo, el Estado- el que proporcione los medios materiales necesarios para poder alargar su existencia sin rumbo, el mayor tiempo posible.
¿Quién prefiere usted que le atienda un psicólogo o el ChatGPT? La respuesta es: ninguno de los dos. Los psicólogos se han convertido en los brujos del siglo XXI. En cuanto al ChatGPT, de Microsoft, sólo te responderá, como Google, a lo que previamente le haya introducido su programador
Es ese sujeto, al parecer el que conforma la mayoría social de la que habla Pedro Sánchez, que no vive para los demás -lo que le ahorraría la visita la psicólogo- pero sí vive de los demás.
Y la solución del Sanchismo, que Moncloa ha convertido en programa de gobierno, la podríamos resumir así: necesitamos más psicólogos. Verbigracia: ante cualquier catástrofe, envía a psicólogos, ellos lo solucionarán.
¿Y qué decir de las facultades de psicología, que surgen como hongos? Hasta la propia Iglesia: curas que han abandonado la oración, el diálogo con Cristo, que es el mejor psicólogo, y que se dedican, a vender un ¡cristianismo psicológico! del cual los principales expertos son ellos mismos, psicólogos amateurs. Y encima no cobran por la consulta, serán tontos.
Pero no sólo es la televisión pública, también la privada, la que está colaborando en la campaña: el domingo de Resurrección, según es conforme, Matías Prats dedicaba su telediario segunda edición (en A3 TV, no en La Sexta) a explicarnos cámo algunos actores famosos, han dado un vigoroso paso hacia adelante al explicarnos en público sus problemas mentales. Es lo que siempre hemos conocido como la necesidad patológica del famosos de llamar la atención pero convertida ahora, por amor a la psicología, en un acto de coraje para dar ejemplo a los demás: es decir, que todos deberíamos ser unos ñoños deseosos de dar la nota en público con la exhibición de nuestras neuras, en lugar de luchar contra ellas en privado, generalmente con la terapia más formidable de todas: contarle nuestras cosas a Cristo y dejar de preocuparnos de nosotros mismos y preocuparnos de los demás.
Pero no, lo que estamos haciendo es profesionalizar el lamento y acudir al psicólogo, que por un módico precio, en lugar de prevenirte contra tu egoísmo, te asegura que debes esta muy orgulloso con él, amén de advertirte que tu nunca tienes culpa de nada: el culpable es el sistema que te zahiere. El Sanchismo se apunta a esta tesis con gran entusiasmo y paga al psicólogo con el dinero de los demás... con el nuestro.
Por cierto, que el mismo Matías Prats -no RTVE, la tele de José Pablo, sino en Atresmedia- aportó, sin solución de continuidad, un aviso corporativo: acuda usted al psicólogo, que no al ChatGPT para sus problemas de salud mental.
La verdad es que no sé por cuál decidirme. No creo en la inteligencia artificial pero tampoco en que los psicólogos sirvan para mucho, quizás para nada, porque no hay mejor diván de psicoanalista que la oración, el diálogo con Cristo.
El ejemplo a seguir, según Matías Prats: famosos que ya no tienen impedimento en hacer públicos sus problemas de salud mental. ¿Acaso lo han tenido alguna vez? Por supuesto que no: la esencia del famoso es su deseo de llamar la atención a cualquier precio
Pero volvamos al plan de Moncloa y centrémonos en este lunes de Pascua: la sociedad española ya está preparada para la nueva campaña del Sanchismo, que tiene el objetivo de todas sus campañas: mantener a Sánchez un día más en el poder, partido a partido, jornada a jornada, semana a semana, caiga quien caiga, que ya va a cumplir 7 años en Moncloa... y no empleo el término siete en sentido hebreo, o sea, una multitud incontable e intolerable de años, un periodo larguísimo... de permanencia en el poder de don Pedro.
La verdad es que en este caso, la sociedad está tan madura que Moncloa ya ha lanzado su campaña de Pascua. Se trata de nueva mina de empleos, naturalmente públicos: llenar la educación y la sanidad con psicólogos que, además, nos harán felices a todos con cargo al Presupuesto del Estado, naturalmente. Y con viento de popa: porque, insisto, el ambiente ya está preparado.
Todos tenemos derecho a una perfecta salud mental, claro que sí. Por eso, la ministra de Sanidad, Mónica García ya ha ordenado que la prioridad en la sanidad pública sea... la salud mental y Pilar Alegría, como su mismo apellido indica, solo dará pábulo a los programas educativos que impliquen más trabajo para psicólogos. Y a la postre, Sánchez lo envolverá y lo presentará como otro gran logro de su gobierno, envolviendo el regalo, ya otorgado, gracias a él, de una legión de psicólogos sanadores. Esto de envolver el ladrillo en brillante celofán nadie lo hace como nadie don Pedro Sánchez Pérez-Castejón.
Es lo que necesita España. Y con urgencia y sin trabas presupuestarias: más psicólogos, para ejercer el derecho a la salud mental... que es como el derecho a la vivienda en el Sanchismo: se promulga pero no se aplica.