Oficialmente, en la presente edición del Foro de Davos que comienza el lunes 20, se iba a hablar de inteligencia artificial pero como resulta que este es un asunto empresarial y en Davos ‘sólo’ se pretende arreglar el mundo, en su totalidad manifiesta, los nuevos documentos, materia prima de los profundísimos debates en la aldea suiza, centran su atención en la desinformación, gran tragedia; el clima, gran tragedia; y las guerras, tragedia tirando a evidente.

El poder necesita solemnizar lo obvio para demostrar... su poderío. No olviden que la única definición aceptable de poder es ésta: capacidad para infligir daño.

En cualquier caso, el poder necesita solemnizar lo obvio. Desinformación, clima y guerras son tres obviedades presentadas como grandes peligros para continuar reduciendo la libertad. Eso sí, el ‘gender’ empieza a difuminarse hasta en Davos: su estupidez resultaba demasiado evidente.

En Davos -Laos Deo- se hablará menos de feminismo, auto-apercibimiento de género, o sea, transexualismo y otras tontunas. ¿Razón? Que en el conjunto de la raza humana empieza a sonar ligeramente a choteo el ‘queer’ y el ‘woke’ y por la vía del sentido ridículo vamos recuperando el sentido común.

Ahora nos centramos en las guerras, que son muy malas, claro, pero la guerra es consecuencia, nunca causa. Por de pronto, consecuencia de la falta de paz interior, en el hombre y en la humanidad que busca, desesperadamente, una razón para vivir y, cuando no la encuentra, se conforma con sobrevivir.

El clima. Otra obviedad, porque el clima está en perpetuo cambio y lo que hay que hacer no es culpar al hombre sino animar al hombre a que se adapte a las variaciones del clima.

Nadie niega el cambio climático, no hay negacionistas, lo que hay es mucho progresista exagerado y mucho amante de la apocalipsis humana, mismamente para pasado mañana y mucho fiscal de su vecino... que es el culpable de todo lo malo que le ocurre al mundo.

La desinformación: otra obviedad. Siempre ha existido desinformación, como siempre ha existido la mentira, pero bajo la premisa de que la mentira tiene las patas cortas y no suele durar más de 48 horas. Lo que Davos llama desinformación no es otra cosa que el intento de, en nombre de palabras nobles como democracia, censurar a quien se aparta de lo políticamente correcto, del pensamiento único dominante. Es el bulo del bulo, es decir, la imposición de la censura real para luchar contra la presunta desinformación. Y no se pretende censurar el bulo, sino la discrepancia.

Lógico que el poder proponga la lucha contra la desinformación en la sociedad de la información, una lucha condenada al fracaso pero, en el entretanto, ¡cuánto daño puede infligir!

El poder se exhibe en Davos con una parafernalia televisiva y consiguiendo un negocio tremendo, uno más del Nuevo Orden Mundial (NOM).

Y como todo transcurre en medio de una impostura suprema, Davos, como las ‘fake news’, también se diluirá como un azucarillo. Le ocurrirá lo mismo que a aquel autor que escribió un libro más que vendido, en el que explicaba distintas fórmulas para hacerse millonario. El libro terminaba animando a cada cual a encontrar su método particular para hacerse millonario. El autor confesó que él lo había encontrado, que se había hecho millonario escribiendo el libro. Los chicos de Davos hacen lo mismo. Se han hecho multimillonarios alabando el poder que, por definición suele ser bastante idiota. Cuando la vaca no dé más leche, se jubilarán, convenientemente forrados.