Macron es fariseo. Un día entona el canto contra las estupideces del progresismo, ese mismo progresismo que le ha convertido a él en presidente de Francia, puesto del que no se apea ni de broma y al otro día convierte el aborto, el crimen más execrable de la civilización actual, en derecho constitucional de Francia.

Un día habla de valores perdidos que Francia necesita recuperar para salvar a la nación y al día siguiente intenta conciliar los valores de izquierda, derecha y centro en una contradicción más flagrante que aparente y sin el menor rubor.

Todo ello con el objetivo único de mantenerse en el poder el mayor tiempo posible. Naturalmente, por responsabilidad. Para mantener el sillón de mando, Macron ha perpetrado alianzas contra natura con la extrema izquierda contra la extrema derecha, y ahora, cuando le han dado la victoria, a esa izquierda le dice que son unos progresistas del mayo francés a los que hay que masacrar.

No había pasado ni una semana cuando Macron se ha unido con los desahuciados de la izquierda y la derecha europeas, con democristianos, conservadores, liberales y socialistas, con todos aquellos que han dejado de creer en sus credos respectivos, los que, como él, ya no creen en nada pero que le sirven para enarbolar a nuestro gran sinvergüenza la bandera de la moderación, el centro entre dos extremos.

Macron, más que cristianófobo es sacrílego: aparece en la reanudación de la liturgia en Notre Dame ejerciendo de obispo porque el Estado, o sea, los franceses, han puesto dinero para la reconstrucción. Macron es exactamente lo contrario de aquel capellán de los bomberos parisinos quien, el día del incendio, se metió entre las llamas para salvar al Santísimo, lo que menos valor artístico o pecuniario tenía de todo el templo. Macron utiliza Notre Dame para permanecer en el poder presentándose como el salva-catedrales, aquel cura se jugó la vida por amor a Cristo. 


Quedémonos con esto: Emmanuel ‘lolito’ Macron es el hombre sin ideología y sin ideas, pero con un objetivo muy claro: permanecer en el Elíseo el mayor tiempo posible, día a día, partido a partido y a cualquier precio. Es el europeo del siglo XXI. Esto es, un hombre sin principios, sin límites, lo contrario de un ateo y mucho peor que este: es el hombre dispuesto a creer en todo porque una convicción vale tanto como su contraria y ninguna vale nada.