El año 2024 amanece difícil y definitivo para Europa, es decir, para el mundo entero. La antigua Democracia Cristiana, creadora de la Unión Europea, una vez concluida la II Guerra Mundial, que incluso tuvo que inventarse una alternativa llamada socialdemocracia por aquello de la alternancia, observa ahora como la descristinización del continente le ha convertido en un cuerpo sin esqueleto, que tiende a la deformidad.

Ursula von der Layen, presidenta de la Comisión Europea desde diciembre de 2019, democristiana en origen degenerada hoy en progre de derechas, con las ideas tan tozudas como toscas, prepara las elecciones europeas del primer semestre de 2024: no quiere que los que vengan detrás le acusen de arruinar Europa... aunque sea cierto, Y así, desde su discurso sobre el Estado de la unión tres meses atrás, Von der Leyen se nos ha vuelto ortodoxa: ¿a que ahora no puede enmendar su desastrosa dirección política, que ha llevado al continente líder del mundo a su mayor postración desde 1950.

Definir el populismo es difícil. Podemos hacerlo como la necesidad de superar el divorcio entre política -y mundo mediático- y sociedad. La gente nunca entenderá que aplaudes al inmigrante que ha violado a tu vecina

Ojo, además de la económica, existe esta crisis espiritual de Europa, la crisis más seria, pero con consecuencias prácticas, económicas, porque lo urgente corre más deprisa que lo importante.

Concretando: ahora nos topamos con la necesidad imperiosa de volver a las reglas fiscales y acabar con la excepcionalidad de la pandemia -una excusa más para no hacer los deberes- política de ajuste que consiste, sencillamente, en no gastar más de los que se ingresa y en reducir la deuda. Si se hace, y hay que hacerlo, el Estado del Bienestar deberá reducirse.

Atención al objetivo: para quienes no cierran los ojos a la realidad no sólo se trata de regresar al 3% de déficit fiscal (España lo supera con creces) sino al 0%; tampoco se trata solamente reducir la deuda pública hasta el 60% del PIB, sino hasta el 0 por 100. Para que se hagan una idea, España anda por el 45 de deficit y por el 113% de deuda pública sobre PIB... pero Sánchez continúa hablando de "escudo social", es decir de subvenciones publicas, ergo, de más impuestos que ahogan la creación de empleo, de más gasto público (Marisu Montero ha batido un nuevo récord histórico de gasto, para 2024, que roza los 200.000 millones de euros). Esto es: pagar al que no trabaja y exprimir al que trabaja.

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Todo ello, combinado con un escándalo versallesco de los progres en Europa. Veamos: el populismo gana terreno en Europa pero los progresistas son incapaces de formularse la pregunta primera: ¿por qué gana terreno? A lo mejor, porque la gente 'pasa' de la clase política.

Por otra parte, definir el populismo es difícil. Podemos hacerlo como la necesidad de superar el divorcio entre política -y mundo mediático- y sociedad. El divorcio entre políticos y electores es brutal y el divorcio para ello entre los medios de comunicación, alineados con la clase política, y sus lectores y receptores es aún más brutal.

Ejemplo: la gente nunca entenderá que aplaudas al inmigrante que ha violado a tu vecina. Por ejemplo, pretenden como hacen los progresistas que no existe relación alguna entre inmigración y delincuencia, una formidable mentira que no ayuda al inmigrante y que, encima, le convierte en un invasor para el europeo.

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Así que 2024 se presenta como un ultimátum: Europa prepara un ajuste duro, no gastes más de lo que ingresas... mientras, en España, Pedro Sánchez insiste en la política, diametralmente opuesta, del subsidio público alimentavagos. Perdón, se llama "escudo social", que suena mucho mejor pero es lo mismo.