Juan Carlos I sustituyó a Francisco Franco como jefe del Estado en 1975. Inició el actual proceso democrático bajo una premisa: tengo que cuidar a la izquierda, que es republicana. De la derecha no tengo ni que ocuparme: están condenados a apoyarme siempre.
Las cosas comenzaron a torcerse cuando la derecha se cansó de que su Rey le despreciara mientras se descubrió que la izquierda aguantó al monarca mientras le convino y cuando dejó de convenirle comenzó a chantajearle, algo que ocurrió con un tal Pedro Sánchez.
Su Santidad el Papa Francisco hizo algo parecido. A 'los suyos' les golpearon duro desde el primer momento, mientras, en nombre de una iglesia de brazos abiertos, acogió a 'los otros'.
Insisto: llamad a los pecadores y no a los justos, puede estar bien, es lo propio del cristiano. Ahora bien, llamando a la penitencia, no siguiendo la corriente.
Francisco no citaba demasiado a los cristianos perseguidos, pero sí a los refugiados musulmanes. Tuvo más palabras a favor de musulmanes, o de judíos, que hacia los cristianos perseguidos en China, donde firmó un lamentable acuerdo con los comunistas de Xi Jinping, el malnacido más grande de la historia actual, ni en India, ni en Paquistán, ni en Nigeria.
En Hispanoamérica, Francisco fue débil con los tiranos fuertes, del tipo Nicolás Maduro y débil a la hora de ayudar a sus víctimas.
El argentino Javier Milei le insultó, y a eso no hay derecho, pero le insultó después de que, apenas días antes de las elecciones, el Papa hubiera pedido, sin citar, que no se votara a Milei. Sin citarle, sí, pero apoyó claramente a los perionistas de Sergio Massa y los Fernández, dos tiranos justicialistas de la peor estofa.
En definitiva, ni a Juan Carlos I ni al Papa Francisco les ha salido bien la técnica.