Trump también defiende a los bebés supervivientes de un aborto: anuncia una orden ejecutiva para protegerles. Hace bien
El movimiento a favor de la vida en Estados Unidos ha sufrido un duro revés. Esta semana, se fallaba en el Tribunal Supremo el litigio June Medical Services, LLC v. Russo, consistente en la Ley del Estado de Luisiana que establecía que los médicos que practicaban abortos debían hacerlo en clínicas que estuvieran ubicadas a menos de 48 kilómetros de un hospital general. La genialidad de esta ley suponía, por la configuración del territorio, el cierre de todos los centros abortistas del Estado menos uno. La Corte Suprema falló por cinco votos a favor frente a cuatro en contra, la derogación de la ley. El voto de desempate fue el del presidente del Tribunal Supremo, John Roberts, considerado como conservador y designado para la Corte por el expresidente republicano George W. Bush, quien se unió al grupo progresista para derogar la ley. La sorpresa deriva de que hace cuatro años, en 2016, se falló una ley idéntica del Estado de Texas (el denominado asunto Whole Woman's Health v. Hellerstedt), que fue también derogada en esa ocasión por cinco votos a tres, y donde Roberts votó en contra de derogar dicha ley. De nuevo, vemos una vez más, extraños cambios de pareceres en líderes teóricamente conservadores.
Desde la llegada a la presidencia de Donald Trump, el republicano ha designado dos magistrados para el Alto Tribunal, Neil Gorsuch y Brett Kavanaugh. La designación de ambos fue duramente criticada por los distintos sectores progresistas estadounidenses, llegando incluso en el caso de la nominación de Kavanaugh, a acusarle sin prueba alguna, de abusos sexuales en su juventud, con tal de boicotear el nombramiento. Los demócratas esgrimían que, tras la renuncia al cargo del exmagistrado Anthony Kennedy, que era considerado como el “swing vote” (voto de desempate) en el seno de la corte, los republicanos ostentarían por primera vez en décadas, una mayoría de cinco a cuatro en el Alto Tribunal. Sin embargo, y a pesar de la incendiaria campaña demócrata, esto no ha ocurrido, porque el presidente del Tribunal Supremo, desde hace dos años ha iniciado una deriva ideológica hacia el progresismo radical, llegando a la incoherencia manifiesta de votar a favor de la derogación de la ley estatal de Luisiana cuando en 2016 defendió la legalidad de una ley idéntica de Texas.
El presidente del Tribunal Supremo, desde hace dos años ha iniciado una deriva ideológica hacia el progresismo radical, llegando a la incoherencia manifiesta de votar a favor de la derogación de la ley estatal de Luisiana cuando en 2016 defendió la legalidad de una ley idéntica de Texas
Así, en 2018, en una inusual actuación para un presidente de la Corte Suprema, Roberts emitió una nota de prensa afirmando que “No tenemos jueces de Obama, de Trump, de Bush o de Clinton. Tenemos un grupo extraordinario de jueces que dan lo mejor de sí para garantizar la igualdad de derechos y esta independencia judicial es algo de lo que debemos estar agradecidos”. Excusatio non petita. Sin embargo, como bien recuerda el analista Cal Thomas, nunca un magistrado designado por un presidente demócrata ha fallado en contra de la filosofía constitucional de izquierda y de las causas progresistas, mientras que no puede predicarse lo mismo por parte de los jueces designados por presidentes republicanos, poniendo el ejemplo entre otros, del exmagistrado Anthony Kennedy o del actual presidente Roberts, que se convirtieron en abanderados ideológicos del progresismo estadounidense. Los medios de comunicación que antaño calificaban a Roberts como un conservador recalcitrante, le consideran ahora como “el guardián de la independencia de la Corte”. De nuevo, los demócratas apoyan todo lo que sea necesario para socavar al Presidente Trump.
Los medios de comunicación que antaño calificaban a Roberts como un conservador recalcitrante, le consideran ahora como “el guardián de la independencia de la Corte”
Precisamente, los intentos de destruir al actual presidente no cesaron ni siquiera ayer 4 de julio, fiesta de la independencia de los Estados Unidos. El presidente Trump, junto con la primera dama, acudieron al Monte Rushmore, en el Estado de Dakota del Sur, y pronunció el tradicional discurso presidencial, en un entorno especialmente señalado, frente a los rostros esculpidos en piedra de los presidentes George Washington, Thomas Jefferson, Abraham Lincoln y Theodore Roosevelt, que en estos días están siendo vandalizados por los movimientos radicales que están causando el pánico a lo largo y ancho del país. El presidente ensalzó los valores tradicionales que configuraron el país y de nuevo volvió a desenmascarar el verdadero objetivo de los manifestantes al valorar que “estamos viviendo una revolución cultural de izquierdas que tiene como objetivo reescribir la historia de EE UU y borrar su herencia”. El dirigente que se ha erigido como el último garante de la civilización occidental ha ensalzado el legado del país y ha recordado que esta nación “Solo se arrodillará ante Dios todopoderoso”. Mientras tanto, el Nuevo Orden Mundial prosigue su objetivo de arrodillar a la primera potencia mundial ante el pensamiento único.