En 2005, el huracán Katrina provocó 2.000 muertos. En la inauguración de 2025, a las 3,00 de la madrugada, el musulmán Shamsud Din Jabbar asesinaba a no menos de 15 personas y dejaba malheridas a unas cuarenta.

Navidades sangrientas y blasfemas, todo a un tiempo. Tres horas antes, Lalachus, la estrella emergente del Sanchismo, bajo el principio de que si te atreves a criticarla es porque padeces de gordofobia, se despacha ante el espectador mostrando una imagen blasfema de la imagen del Sagrado Corazón de Jesús. Ya saben: argumentar exige emplear el cerebro, pero para blasfemar sirven hasta los cerebros de tercera división: sólo hay que saber injuriar.

Pues buen, Lalachús se recreó en una burla primaria sobre la devoción al Sagrado Corazón, el punto de donde parte toda la moderna teología sobre la misericordia de Dios, una columna básica del Cristianismo. Y David Broncano, la nueva estrella televisiva de Pedro Sánchez, le reía la gracia durante la transmisión de las doce campanadas, es decir, en espacio de máxima audiencia.

¡Ánimo Broncano! ¡Ánimo Lalachus! La próxima blasfemia que sea contra Alá y Mahoma. Verás lo que nos vamos a divertir. ¿Qué no tiene nada que ver lo de Nueva Orleans con lo de Madrid? ¡Pero sí es exactamente lo mismo! Estoy seguro que el amigo Shamsud estaba convencido de que estaba matando a blasfemos de vida desordenada e inmoral, estaba convencido de ser un fiel ejecutor de las enseñanzas de Mahoma, que no son precisamente enseñanzas de amor.

Y por cierto, Abogados Cristianos ya ha demandado al presidente de RTVE, José Pablo López, y a Lalachus por un posible delito de odio y contra los sentimientos religiosos. 

Estamos en plena guerra de religión, entre musulmanes y cristianos. Por tanto, además de mano firme contra los mahometanos, debe imperar el principio de reciprocidad: todo país islámico que no acepte a los cristianos, debe ser vetado en el Occidente cristiano, al menos, culturalmente cristiano

Crucemos el Atlántico. Tres horas después de la blasfemia de Lalachus, el asesino de Nueva Orleans utiliza un método homicida de lo más sencillo, el mismo de su colega de Mandeburgo: cogió una furgoneta y arrolló a los que celebraban la llegada del nuevo año en pleno centro de Nueva Orleans. Luego se bajó y empezó a disparar. Enseguida fue abatido por la policía pero el mal ya estaba hecho.

Nueva Orleans, ejemplo de ciudad progresita norteamericana, la llamada Haití de USA, por su mezcla anglo-francesa, un mix que ha producido lo peor del proceso colonial, pero, sobre todo, la ciudad norteamericana heredera del inhumano y satánico vudú africano, capital de Luisiana donde abundan las sectas satánicas. Muy similar, aunque más pudiente, a Haití, capital mundial de la brujería, Nueva Orleans constituye el ejemplo de ciudad progresista norteamericana.

Y lo que sabemos del terrorista no es como para tranquilizar. Es lo que llamamos un islamista de segunda generación. Es decir, un musulmán radicalizado -lo que no sé si es una reiteración-. Atención, de nacionalidad norteamericana, además de, exsoldado de USA, quien agarra una automóvil y atropella a una multitud a gran velocidad, lo mismo que el otro musulmán que arrasó un mercadillo navideño en Alemania. Sólo que este, con eficacia militar se ha llevado por delante al menos 15 vidas mientras ya rozan los 40 el número de heridos que provocó con su 'hazaña'. La política del avestruz que practica Occidente ha dado en concluir que el alemán era ¡un islamófobo! y el norteamericano, que no parece muy islamófobo con la banderita del ISIS, resultará que es un loco. Seguro. Y nadie protestará en Occidente porque el actual Occidente cristiano está en la blasfemia, en la cobardía y en la estupidez más absoluta.

Tres horas antes de la barbaridad de Nueva Orleans se producía otra de las barbaridades 'pacíficas' en la tele de España: Lalachus enseñaba una imagen blasfema del Sagrado Corazón de Jesús, mientras la nueva estrella de Pedro Sánchez, el coreado David Broncano, le reía la gracia. ¿Por qué no se burlaron de Mahoma?

Insisto: un norteamericano, exmilitar, de pies a cabeza que odia a la sociedad en la que ha nacido, Ese tipo de inmigración no se daba hasta este siglo. Occidente ha tratado mal a los inmigrantes durante los siglos XX pero en el XXI es el inmigrante el que es bien recibido, mejor recibido que nunca, aunque los canales de TV nos alimenten con la tragedia de las pateras, pero que luego se aprovechan de los países que les han acogido mientras se dedican a matar a sus acogedores ciudadanos.

Y la clave del asesino de Nueva Orleans es esta: es un ejemplar del terrorismo islámico de segunda generación en Occidente. No le basta con vivir mucho mejor en Occidente que sus ancestros en Oriente, ni disfrutar de su elevado nivel de vida y de sus libertades individuales. Por el contrario, se afilia a la chifladura homicida del Estado Islámico, que le ordena asesinar cristianos. Es muy importante la justificación del asesinato. Está claro que la justificación de Shamsud Din Jabbar consistía en que el código moral islámico es muy superior al cristiano, que la verdad está en Alá, no en Cristo, y que, por tanto, es justo asesinar a cristianos. Donald Trump habla de maldad. Ciertamente lo es, en grado máximo, pero eso representa un diagnóstico casi elemental, no una terapia. Estamos en plena guerra de religión, entre musulmanes y cristianos. Por tanto, además de mano firme contra los mahometanos, debe imperar el principio de reciprocidad: todo país islámico que no acepte a los cristianos, debe ser vetado en el Occidente cristiano, al menos, culturalmente cristiano.

Pero el mal también está dentro, en Broncano y Lalachus. Ánimo David: la próxima blasfemia, contra el profeta Mahoma.