En 2020, el actual inquilino de la Casa Blanca calificó a Trump de xenófobo -le llamó histérico, xenófobo y alarmista- por imponer restricciones de viaje a China en plena explosión del COVID-19: ahora será él quien imponga las mismas restricciones
Esta semana recogíamos en Hispanidad un nuevo episodio acerca de la conducta errática del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, cuyo deterioro cognoscitivo aparentemente se agrava cada día que pasa.
Las dudas acerca de la capacidad mental de Biden se han planteado desde la propia campaña presidencial de 2020 y su estado real sigue siendo una incógnita tras casi dos años de presidencia, con episodios cada día más habituales en los que el presidente pierde el hilo en los discursos, no es capaz de reconocer a miembros de su propio ejecutivo o incluso directamente se pierde en escenarios o en la propia Casa Blanca.
Ante la posibilidad de que Biden confirme sus intenciones de presentarse a la reelección en 2024, algunos analistas consideran que su propio partido lo impedirá y que incluso le hará renunciar a la presidencia. ¿Pero es legalmente posible? ¿Se puede hacer renunciar a un presidente en el cargo, en caso de incapacidad para ejercer el mismo?
Para conocer la respuesta, debemos analizar el capítulo de incapacidades presidenciales, que se recoge en la vigésimoquinta enmienda a la Constitución de Estados Unidos, y que prevé tres posibles escenarios.
La vigésimoquinta enmienda a la Constitución de EEUU recoge tres posibles escenarios: dimisión o sucesión por muerte del presidente, que este declarara que está imposibilitado para desempeñar los poderes y obligaciones de su cargo, y que lo declararán imposibilitado el vicepresidente y la mayoría de funcionarios de los departamentos ejecutivos
El primer escenario está previsto en la Sección Primera y establece que “en caso de que el presidente sea depuesto de su cargo, o en caso de su muerte o renuncia, el vicepresidente se convertirá en presidente”. Este capítulo se refiere sobre todo, a supuestos de dimisión presidencial, como fue el caso de Richard Nixon tras el Watergate, o de sucesión por muerte del presidente, como fueron los casos de William Henry Harrison, Zachary Taylor, Abraham Lincoln, James Garfield, William McKinley, Warren Harding, Franklin Delano Roosevelt y JFK, respecto de quienes se activó la sucesión presidencial tras su muerte natural o asesinato en el cargo, según los casos, asumiendo el cargo el vicepresidente.
Pero sin duda, el caso de Biden y una eventual renuncia por incapacidad para el ejercicio del cargo, sería el previsto en las Secciones Tercera y Cuarta de la enmienda.
El segundo escenario previsto en la Sección Tercera, establece que “cuando el Presidente transmitiera al presidente pro tempore del Senado y al presidente de la Cámara de Representantes su declaración escrita de que está imposibilitado para desempeñar los poderes y obligaciones de su cargo, y mientras no transmitiere a ellos una declaración escrita en sentido contrario, tales poderes y obligaciones serán desempeñados por el vicepresidente como presidente en funciones”. Este escenario plantea el supuesto en que el propio presidente en ejercicio comunica su incapacidad para el ejercicio del cargo al presidente de la Cámara de Representantes y al presidente pro tempore del Senado (que es el senador del partido mayoritario en la Cámara Alta que haya desempeñado más años el mandato en la Cámara). En este caso, el vicepresidente asumiría la presidencia en funciones, pero ojo no es definitivo, el presidente puede volver a ejercer el cargo si comunica una declaración en sentido contrario, manifestando que sí está capacitado para ejercer la presidencia.
El segundo escenario no es definitivo, porque el presidente puede volver a ejercer el cargo si comunica una declaración en sentido contrario, manifestando que sí está capacitado para ejercer la presidencia
El tercer y último escenario se prevé en la Sección Cuarta y reza así: cuando el vicepresidente y la mayoría de los principales funcionarios de los departamentos ejecutivos o de cualquier otro cuerpo que el Congreso autorizara por ley trasmitieran al presidente pro tempore del Senado y al presidente de la Cámara de Representantes su declaración escrita de que el presidente está imposibilitado para ejercer los poderes y obligaciones de su cargo, el vicepresidente inmediatamente asumirá los poderes y obligaciones del cargo como presidente en funciones. Por consiguiente, cuando el presidente transmitiera al presidente pro tempore del Senado y al presidente de la Cámara de Representantes su declaración escrita de que no existe imposibilidad alguna, asumirá de nuevo los poderes y obligaciones de su cargo, a menos que el vicepresidente y la mayoría de los funcionarios principales de los departamentos ejecutivos o de cualquier otro cuerpo que el Congreso haya autorizado por ley transmitieran, en el término de cuatro días, al presidente pro tempore del Senado y al presidente de la Cámara de Representantes su declaración escrita de que el presidente está imposibilitado para ejercer los derechos y deberes de su cargo. Entonces el Congreso decidirá qué solución debe adoptarse, para lo cual se reunirá en el término de cuarenta y ocho horas, si no estuviera en sesión. Si el Congreso, en el término de veintiún días de recibida la ulterior declaración escrita o, de no estar en sesión, dentro de los veintiún días de haber sido convocado a reunirse, determinara por voto de las dos terceras partes de ambas Cámaras que el presidente está imposibilitado para ejercer los poderes y obligaciones de su cargo, el vicepresidente continuará desempeñando el cargo como presidente en funciones; de lo contrario, el presidente asumirá de nuevo los derechos y deberes de su cargo.
Este último escenario prevé el supuesto en que el presidente no presenta dicha declaración de incapacidad de forma voluntaria. La iniciativa corre a cargo del vicepresidente que junto con la mayoría de los miembros del gabinete o de otras instancias que autorice el Congreso deben presentar una declaración escrita de que el presidente está imposibilitado para el ejercicio de su cargo, de nuevo al presidente de la Cámara de Representantes y al presidente pro tempore del Senado. En este caso, el vicepresidente asume la presidencia en funciones. No obstante, el presidente depuesto puede “contraatacar” emitiendo una contradeclaración que indique que está plenamente capacitado para el ejercicio del cargo, escenario en el cual el presidente recupera la presidencia a menos que los impulsores de la iniciativa antes descritos transmitieran, en el término de cuatro días, al presidente pro tempore del Senado y al presidente de la Cámara de Representantes su declaración escrita de que el presidente está imposibilitado para ejercer los derechos y deberes de su cargo. En este escenario, las Cámaras tienen la última palabra para dirimir el conflicto. Debe someterse la iniciativa a votación, y si dos terceras partes del Congreso y Senado confirman que el presidente está imposibilitado para ejercer el cargo, el vicepresidente continuará ejerciendo la presidencia en funciones. En caso contrario, el presidente asumirá de nuevo sus funciones.
En el tercer escenario, la iniciativa corre a cargo del vicepresidente que junto con la mayoría de los miembros del gabinete o de otras instancias, pero el presidente depuesto puede “contraatacar” emitiendo una contradeclaración que indique que está plenamente capacitado para el ejercicio del cargo
Como se puede observar, la legislación establece el escenario de renuncia del presidente por incapacidad, tanto de forma voluntaria como obligada. En cualquiera de los dos casos, asume un papel relevante el vicepresidente, tanto en la iniciativa para solicitar la renuncia como en la propia sucesión, dado que se convierte en presidente en funciones.
Legalmente, por tanto, existe una vía para que los demócratas pudieran forzar la renuncia de Biden, otra cuestión es la estrategia electoral. Además del notable riesgo político que supone una operación de este calado, desde el punto de vista electoral, es poco probable que los demócratas optaran por esta vía, dados los terribles datos de popularidad de la vicepresidenta Kamala Harris, que goza de una popularidad más baja que la de su jefe de filas. Así, situar en la Casa Blanca a mitad de legislatura a una líder que claramente goza de la antipatía del electorado estadounidense sería un suicidio político, máxime teniendo en cuenta que solo quedan dos años hasta las próximas elecciones presidenciales.