Nancy Pelosi, en San Pedro
La historia es muy sencilla: la malnacida de Nancy Pelosi, presidenta del Congreso de los Estados Unidos de Norteamérica del Norte, la tercera autoridad de la primera potencia del mundo, católica confesa e inconfesable, orgullosa de serlo, no por humildad de Hija de Dios, sino por la soberbia infinita de ser papisa de sí misma, residente en San Francisco, cuyo obispo ha recordado a sus sacerdotes que, en cumplimiento de la doctrina vigente, no pueden impartir la comunión a esta señora, por su anticatólico quehacer político en pro del aborto... se marchó al Vaticano, un 29 de junio, para que, en la Basílica de San Pedro, en plena eucaristía por la festividad de San Pedro y San Pablo, introducida de rondón entre la representación diplomática estadounidense... comulgara sacrílegamente. Allí, en San Pedro, pero conste que no lo hizo por molestar. Es muy seria, esta señora malnacida, como creo haber dicho antes.
El padre Santiago Martín lo explicó muy bien, con un deje de tristeza y hasta supongo que de santa ira, en el vídeo que recoge Religión en Libertad.
El presidente de la Pontificia Academia para la Vida, obispo Vincenzo Paglia, como máximo representante vaticano en la materia, se alegró de la sentencia del Tribunal Supremo norteamericano, que vuelve a defender al ser humano más inocente y más indefenso de todos: el concebido y no nacido. Todo ello paralelo al entusiasmo de los buenos obispos norteamericanos -los hay que no son tan buenos- con la decisión del Tribunal Supremo norteamericano, los héroes del momento, es decir, los seis miembros del Tribunal Supremo USA que le han dado la vuelta a la tortilla, en todo el planeta, al asunto que marca nuestra época: el aborto. No parecía tan entusiasta la reacción de Francisco, pero lo cierto es que el Papa dejó muy claro que el aborto es un crimen inaceptable.
Han pasado ya 10 días y el escándalo ha sido grande. Nancy, querida: ¿comulgaste a escondidas en el Vaticano o lo sabía la autoridad eclesial? Si lo hicistes, ¿fue sólo por dar escándalo, sólo por molestar o para responder al obispo de San Francisco, monseñor Salvatore Joseph Cordileone, quien te había exigido coherencia y prohibido ir a comulgar en tu diócesis? Y no te lo había prohibido por fastidiarte sino para recordarte, como es su obligación, que un cristiano no puede defender el homicidio del ser más inocente y más indefenso.
Han pasado ya 10 días y el escándalo ha sido grande. Nancy, querida: ¿comulgaste a escondidas en el Vaticano o lo sabía la autoridad eclesial?
Son muchos los que han pedido a Francisco que 'impugne' a Pelosi. A lo mejor no debe hacerlo. A ver: los precitados juicios sobre la presidenta del Congreso norteamericano puedo hacerlos yo, pero no puede hacerlos el Papa. De hecho yo tampoco debería, esa es tarea de Cristo.
Ahora bien, existe el pecado de escándalo, que es el perpetrado por la inefable soberbia de doña Nancy. En mi barrio bajo de Ventanielles, ciudad de Oviedo, habríamos dicho aquello de "la madre que la parió, que tranquila se quedó cuando la soltó".
En cualquier caso, debería hablar, no Francisco, sino el Vaticano, porque más te valdría que te ataran al cuello una piedra de molino y te echaran al mar.
Verán, la ocurrencia de doña Nancy opera en un momento histórico que podríamos resumir en tres etapas: del relativismo del siglo XX hemos pasado a la blasfemia contra el Espíritu y estamos a punto de pasar a la Adoración de la Bestia. No es por alarmar, pero estamos en la segunda. Ya lo hemos explicado muchas veces en Hispanidad: hemos pasado del nada es verdad ni nada es mentira del siglo XX, a la blasfemia contra el Espíritu, que consiste en llamar bueno a lo malo y malo a lo bueno, malo a Cristo y bueno a Satán.
Ejemplo, hemos pasado de la despenalización del aborto al derecho al aborto. O sea, hemos llegado al derecho al aborto y lo proponen católicos fervorosos, como Joe Biden y Nancy Pelosi, de los que presumen de católicos.
Pero ojo, porque el relativismo y la blasfemia contra el Espíritu tan solo presagian la tercera y definitiva etapa, a partir de la cual llega la supresión de la Eucaristía y su sustitución por su contrario, la adoración de la Bestia, lo que siempre hemos conocido por la Misa Negra de Satán, sólo que esta vez, incluso podría abanderarse desde dentro de la Iglesia. Si llegamos a eso, que no tenemos por qué llegar, el hombre es libre y la gracia de Dios también, vendrá el final.
No, Francisco no puede condenar a Nancy Pelosi (para eso ya se basta el Eulogio) pero el Vaticano sí debe dejar claro que un abortista, sin aludir a ningún nombre propio, no puede comulgar porque presenta el aborto como un pío hecho cristiano, lo cual es una profanación tirando a gorda. Ya saben; hay que odiar el pecado y amar al pecador, que es lo que no he hecho yo en este artículo pero que puede y debe hacer el Papa... y el Vaticano, cuya función es salvar al pecador y hacer valer la doctrina para no incurrir en el gravísimo pecado de escándalo.