Yo comprendo que las mentes más preclaras que conozco siempre han desconfiado del método inductivo. Es más, consideran que el pensamiento inductivo no es pensamiento en modo alguno (el gran Hilaire Belloc, sin ir más lejos). Pero uno es periodista, por lo que no puede ser pensador, así que le van a permitir que acuda otra vez al reprobable método. Y lo haré, sencillamente, para recomendarles un libro estupendo, titulado "Comprender y sanar la homosexualidad". Con un subtítulo pelín molesto, pelín electrizante: "Alguien que tu conoces necesita este libro". Reconozco que si mi buen amigo y editor del volumen, Alex Rosal, no hubiera insistido en que lo leyera habría respondido que no. Pero uno tiene que vencer su propio juicio guiado por la confianza en algunos prójimos… y me lo he devorado en un fin de semana. También me ayudaron las retadoras declaraciones del nuevo defensor del Pueblo Vasco, nombrado para el cargo, no a pesar de ser homosexual, sino, me temo, por el hecho de serlo.

 

El autor (del libro, no de las declaraciones) es Richard Cohen, un norteamericano homosexual que ya no lo es. Y precisamente la parte más trepidante del libro, la que te engancha es la muy inductiva forma de contarnos su tesis… que no es otra que la de contarnos su propia historia, su propia historia homosexual. Nos hace ver lo mal que lo pasó, pero no hacía falta: lo comprendemos, ahora que sabemos que se dedica a intentar que muchos homosexuales dejen de serlo. Cohen hace realidad aquellas terribles y certeras palabras de Pablo VI: "El pecado del siglo XX es la falta de sentido del pecado". Traducido: lo malo no es ser gay; lo malo es el orgullo gay. Eso es tremendo, representa el camino sin retorno.

 

El libro ya comienza con una frase demoledora: "En la sociedad americana se tolera todo excepto a aquellos que no lo toleran todo". La americana, y la española, y la francesa, y la argentina, y la mexicana. Vivimos en el mundo de la incongruencia progre, nacida del mayo francés. Prohibido prohibir: entonces ya hay algo que está prohibido: prohibir. Todo es opinable: entonces ya hay algo que no es opinable: que todo es opinable. Nada es verdad ni nada es mentira: entonces, ya hay algo que sí es verdad: que nada es verdad.

 

Es la policía del pensamiento, la que fusila a quien se atreva a decir, por ejemplo, que la homosexualidad no es una opción sino una terrible patología, una tremenda desgracia. No sabemos si el homosexual es culpable: pero sabemos que está enfermo. Y nadie se enorgullece de estar cojo.

 

Pero Cohen dice mucho más. A modo de vademécum, antes de contarnos su terrible odisea familiar, desactiva los tópicos sobre los gays: nadie nace con una orientación homosexual; nadie elige sentir atracción hacia los de su propio sexo, las personas pueden decidir cambiar, lo que en un tiempo se aprendió puede ‘desaprenderse' y, sobre todo, no hay nada gay (alegre) en la vida homosexual.

 

Esta última sentencia probablemente resulte definitiva: en efecto, los gays son poco gays, la vida homosexual "está llena de tristezas y, muy a menudo, consiste en una búsqueda interminable de amor a través de relaciones de co-dependencia".

 

A lo largo del libro, con su propia historia, y con la descripción de la terapia y el cariño necesarios para liberar al homosexual de su tragedia, Cohen dejará entrever que lo de co-dependencia no era sino un eufemismo: de lo que estamos hablando es de co-posesión. Y ya se sabe que las personas no pueden ser objetos de posesión sino sujetos de libre donación, un matiz que no deja de constituir el único enigma del universo, cuya solución merece la pena desentrañar.  

 

Eulogio López