El Rey coincide con el ex presidente socialista: Zapatero asusta por su política exterior, su política territorial y por el malestar creciente en el Ejército. Los tres cambios constitucionales previstos podrían exigir una convocatoria electoral, momento idóneo para el recambio de Zapatero por Javier Solana. Por su parte, el mundo empresarial exige una política económica única.
El diario El País insultaba recientemente al presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, a cuyo encumbramiento tanto ha colaborado en el futuro, con la siguiente expresión: se trata del presidente más enigmático de la historia de la democracia. Lo malo es que el ex presidente socialista del Gobierno, Felipe González, a quien Zapatero tanto admiraba de niño, considera algo similar. Toda la vieja guardia de González, capitaneada por el propio ex presidente con la colaboración del ex vicepresidente Serra, coinciden con el Rey Juan Carlos I en que Zapatero está cometiendo muchos errores, especialmente en tres facetas: la política exterior, con un enfrentamiento permanente con Estados Unidos, que no presagia nada bueno; en política territorial, con cesiones sin límite a los nacionalistas, y el maltrato innecesario al Ejército. Como ha dicho alguien, muy próximo a Felipe González: Zapatero es como un adolescente borracho conduciendo un Ferrari.
González, que siempre ha mantenido exquisitas relaciones con el Rey y con Jesús Polanco, considera, demás, que Zapatero se ha ensañado con todo el Felipismo. En primer lugar, al cerrarles el paso a los centros de poder, incluidas las empresas públicas o privatizadas; en segundo lugar, porque Zapatero ha pasado página respecto a los errores del Felipismo. Por ejemplo, se ha negado a conceder el indulto a Rafael Vera, condenado por el uso ilegal de fondos reservados destinados a la lucha contra el terrorismo.
Ahora bien, descontar a un caballo ganador, que lleva en las encuestas ocho puntos de ventaja al Partido Popular, no se hace porque sí. Fue el propio aparato felipista quien le buscó a Borrell un escándalo para poder quitárselo de en medio. Pero, entonces, Borrell dirigía la oposición, no el Gobierno. El propio aparato del PSOE no lo aceptaría. Por tanto, la estrategia de Felipe González es más compleja. Se tratará de que cualquiera de las tres reformas constitucionales que se avecinan fuercen una nueva convocatoria electoral, en cuyo caso, sí sería posible planear el relevo. Y, naturalmente, siempre queda la posibilidad de forzar una pérdida de apoyo parlamentario.
Esas tres reformas son la provocada por el Tratado Constitucional europeo, la que puedan forzar los nacionalismos vasco y catalán con la reforma de sus Estatutos y, la que quizás sea más decisiva, la reforma de la Constitución Española para terminar con la discriminación por razón de sexo a la hora de acceder al Trono.
El recambio preferido del Felipismo es Javier Solana, pero, como afirma un socialista de la Vieja Guardia, es más fácil quitar a alguien que poner un sustituto. A Zapatero ya le han soplado su nombre para sustituir a Miguel Ángel Moratinos, la bestia negra de la Casa Blanca, pero Felipe González considera que los errores de política exterior no radican en la sede de la cancillería sino en la Presidencia del Gobierno.
Por su parte, el despiste es general en el mundo económico. Un famoso empresario decía recientemente: Que en política económica mande uno, en referencia a los bandazos de la gestión económica del Gobierno y a la falta de acuerdos entre el vicepresidente económico, Pedro Solbes, y el azor de Zapatero, Miguel Sebastián.
Por último, buena parte del electorado cristiano, así como la propia jerarquía eclesiástica, se rebela contra las llamadas medidas sociales del Ejecutivo Zapatero. Confluyen demasiados adversarios para el inquilino de La Moncloa, pero el enemigo más peligroso no está delante, sino detrás, y coincide plenamente con el Jefe del Estado. En este ambiente de crisis se recuerda que el discurso de Navidad del Monarca hizo tanta alusión a la unidad de las tierras de España, en vísperas de la discusión del Plan Ibarretxe en el Parlamento vasco, que no puede considerarse casual. El discurso de Navidad es el único que la Casa Real elabora, y tan sólo tiene la gentileza de trasmitírselo al Gobierno, por si este considera necesario introducir algún matiz, antes de su difusión. Es decir, lo contrario del resto de discursos pronunciados por el Monarca a lo largo del año.