A mí la frase, retorcida como una viruta, como una viruta pedante, me recordó aquellos soliloquios que la intelectualoide Florence Craye le hacía tragar al insípido Bertrand Wooster en los inolvidables relatos de Wodehouse, que debieran ser de lectura obligada en colegios y asilos.
Ahora bien, una vez contemplada La Noche de San Juan, obra de Lope de Vega, que la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) representa en el madrileño teatro Pavón -que de esto escribo- lo que la directora del montaje -nunca mejor dicho: montaje- quería decir era esto: que la pieza escrita por el Fénix de los Ingenios con vistas a ser representada ante su Majestad Felipe IV se dilapida ahora en el Pavón, porque así le pete a la susodicha, con vestuario de golfa y un mariachi de personajes mas obscenos que pícaros, que incluso se permiten la literaria licencia de hincar los codos hacia adentro para significar cópula, coyunda o fornicio. SM Felipe IV era una gran copulador y don Fénix muy devoto de las señoras, pero mucho me temo que ni el alma mediana del Monarca hubiera aplaudido este adefesio ni el alma grande de Lope lo hubiera escrito... ni en horas veinticuatro. Doña Helena Pimenta y la autora de la versión, Yolanda Pallín, al parecer sí. Pero lo hacen para modernizar el arte escénico. O sea, para salvar al pobre Lope de la polilla.
Y lo de menos es el traje transgresor -es decir, adosarle las golfas a Lope- o que los actores no sepan vocalizar ni declamar. La vocalización tampoco es fundamental, dado que no se les oye (¿cómo se entendían los miembros de un Comité revolucionario, o de un Consejo de Administración, por no hablar de los cantantes, antes de que se inventara el micrófono amplificador?). Y tampoco importa que todo actor joven considere que la versificación consiste en hablar deprisa, correr por el escenario y aparentar hidrofobia, o que el vestuario no corresponda ni al siglo XVII ni al XXI, sino que resulte una mezcla de melindrosidad versallesca y pasarela de la madrileña calle de la Ballesta. Lo de la adaptación de Lope en el Pavón, es meta-teatralidad, o sea meta-necedad profunda sin meta alguna.
Pero lo peor, sin duda, es la falsificación, en fondo y forma, de Lope de Vega. Las señoras Pimenta y Pallín han abortado un Lope feminista, y si el Fénix se levanta de la tumba les corre por la calle Embajadores pinchándoles las meninges con un acero toledano. Sí, un Lope feminista. No es broma. De hecho, la morcilla final de la obra, una especie de emplasto estrellado en el David de Miguel Ángel, que pone fin al tormento, corre a cargo de doña Leonor (la actriz Eva Rufo, a la que, por una vez logramos entender) expele lo siguiente: Nosotras somos de nosotras mismas. No, no rima con lo anterior, de Lope, donde los amantes varones se confiesan propiedad en sus amadas, porque las meta-feministas que nos ocupan han superado la rima carpetovetónica y alcanzado el verso libre, y la majadería, igualmente libre. La Noche de San Juan no es más que un alegato de Lope, prestidigitador del amor entre hombre y mujer, amor basado en la donación del uno a la otra y de la otra al uno. Los clásicos sabían de la vida y por eso sabían que ser de una misma -o de uno mismo- es la negación misma del amor y de la alegría de vivir.
Dejemos a Lope en paz. El arte, como la liturgia, no es innovación, sino repetición solemne. Las feministas no se han enterado pero eso es comprensible: nunca se enteran de nada.
Hasta ahora, concebía que el Teatro Nacional Clásico era la única forma de contemplar a los clásicos, porque, en otras versiones, simplemente no identificaba a los autores, pero al parecer, la CNTC también ha resultado infectada, en esta ocasión por el virus feminista. Y el asunto tiene su enjundia. En primer lugar, porque la gloria literaria española es su teatro, especialmente barroco. En segundo lugar, porque el teatro siempre ha resultado la disciplina artística más influyente, y el virus feminista me lo está pervirtiendo, y los síndromes del feminismo sobre la mujer -o sobre el hombre, que también los hay idiotas, digo feministas- son el ensoberbecimiento y el cretinismo.
Sí, en el siglo XXI el teatro continúa siendo la disciplina artística más influyente de todas. Lo que pasa es que para nuestra desgracia, resulta que el teatro de hoy son las series televisivas.
Eulogio López
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