La cumbre de la OTAN es poliédrica. Muchas caras que componen un todo pero con una misma dirección. Sin embargo, esa idea de unidad no siempre significa que algo sea bueno y, en términos democráticos, sea un éxito. La OTAN es el juguete bélico de Estados Unidos al que los países agrupados bajo su estela azul no les queda más remedio que decir que sí, entre otras cosas porque a los que no tienen definidos sus principios eutáxicos que le precisen cómo quieren que se defina a su país, les gusta participar en el equipo ganador y de alguna forma dejarse llevar por el hermano mayor. O el Tío Sam, como es el caso.

Mucho se ha dicho de la cumbre, pero poco se habla de los afectados por las conclusiones de esa cumbre, cuyos objetivos principales son el rearme de los países miembros y resucitar una nueva guerra fría. Frente a esa estrategia belicista Rusia y China han levantado la ceja y también han dado su opinión, que debe leerse en tono de aviso a navegantes.

Ambos objetivos -rearme y guerra fría-, benefician principalmente a Estados Unidos, porque es el mayor comercializador de armas del mundo y además provocará un mercadeo de recursos energéticos cuyo proveedor antes era Rusia y ahora será Joe Biden y sus muchachos. Una guerra fría que se convertirá en el pelotazo de la nueva era americana, los máximos exponentes del neoliberalismo mundial, que como bien sabemos prima el dinero de unos pocos frente al bien común mundial.

Putin: "los llamamientos a Ucrania desde Occidente y la OTAN para que continúen las hostilidades y rechacen las negociaciones, confirma nuestras suposiciones de que el bien del pueblo ucraniano no es el objetivo que buscan"

La Guerra Fría después de la Segunda Guerra Mundial, que fue desde 1964 hasta 1991, se dio por finalizada cuando Gorbachov renunció como secretario general del PCUSGeorge H. W. Bush, lo declaró en su discurso de Navidad y la Unión Soviética se disolvió. Hasta entonces, se justificaba la existencia de la OTAN, pero desde 1991 era un ente innecesario y caprichoso, que no cumplía con sus objetivos fundacionales y, que posiblemente por eso, ha hecho más mal que bien. Ahora, parece que la artificiosidad de este nuevo escenario presentado por Biden, y aplaudido por sus palmeros, realmente sirve para renovar el sentido a su existencia.

Putin, quizá el primer afectado por la afrenta atlántica, ha comentado que «los llamamientos a Ucrania desde Occidente y la OTAN para que continúen las hostilidades y rechacen las negociaciones, confirma nuestras suposiciones de que el bien del pueblo ucraniano no es el objetivo que buscan». También miró hacia Finlandia y Suecia, los países tradicionalmente neutrales en Europa, que se han dejado seducir por la incorporación al Tratado Atlántico, a los que les dejó esta reflexión: «Es un asunto de ellos. Pueden integrarse en lo que quieran (…) [Pero] deben entender simple y llanamente que antes no había amenazas para ellos y ahora, si despliegan contingentes militares e infraestructuras, tendremos que responder de la misma manera y crear idénticas amenazas para ellos. Son cosas obvias». Lo que ya sucedió durante meses antes de que comenzara el conflicto con Ucrania, que el mandatario ruso avisaba y que Estados Unidos no escuchaba. Entonces se cerraron los canales de información rusos al resto del mundo, así la información era incompleta y partidista, y los ciudadanos no han hecho un juicio crítico propio. Eso, está sucediendo de nuevo.

Zhao Zhao Lijian señala que «China defiende la paz mundial, el desarrollo global y el orden institucional… Nunca ha invadido otros países, nunca ha empezado guerras subsidiarias, ni ha llevado bloqueos militares» y acusa a la OTAN de lo que les acusa la Alianza

China también ha comentado a raíz del documento que firma la Alianza donde califica al gigante amarillo de «desafío sistémico» y que pone en duda la estabilidad de «intereses, seguridad y valores», dijo con su característico tono frío y distante a través de su portavoz Zhao Lijian que «China defiende la paz mundial, el desarrollo global y el orden institucional… Nunca ha invadido otros países, nunca ha empezado guerras subsidiarias, ni ha llevado bloqueos militares». Además, para compensar la afrenta occidental, acusó a la OTAN precisamente de lo que les acusa la Alianza: «representa [la Alianza] el desafío mundial… Dice ser regional y defensiva, pero ha llevado a cabo avances en nuevas áreas y terrenos, empezando guerras y matando civiles inocentes» (se calcula que solo en el siglo XXI hay más de 300.000 civiles muertos y más 30 millones de desplazados por intervenciones estadounidenses y la OTAN). Llegó a decir que «la OTAN tiene las manos manchadas de sangre». Fuertes palabras de las que no le tembló la voz para ponerse frente a la cara de los medios de comunicación que callan cómplicemente y a los políticos occidentales que son incapaces de reconocer esta verdad.

Mientras tanto en España, los señores de la guerra han disfrutado del turismo capitalino, de la cultura artística del Museo del Prado, atendidos por un anfitrión babeante que se sobaba las manos ante la expectativa de convertirse en imprescindible dentro de la estructura OTAN. Pero no será así, porque los dirigentes americanos son siniestros pero no tontos y saben bien qué tipo de personaje es Pedro Sánchez, al que han utilizado para los intereses del club pero que nunca llegará a ingresar en él.

Los dirigentes americanos son siniestros pero no tontos y saben bien qué tipo de personaje es Pedro Sánchez, al que han utilizado para los intereses del club pero que nunca llegará a ingresar en él.

Ahora que ya se han ido y podemos circular por Madrid sin que nos consideremos esbirros de reyezuelos y de que ha vuelto Irene Montero de su viaje de fin de curso a Nueva York con la chupipandi y que el presidente tiene tiempo para encargarse de España y los españoles para ver cómo salvamos la inflación, el coste de la vida, la pobreza energética y la crisis de gobierno que se le viene encima para subir al doble de la inversión militar para España (del 1% al 2% del PIB) en los presupuestos, porque Unidas Podemos ya les ha dicho que no cuente con ellos. Ahora Pedro Sánchez podrá volver a la realidad real -no virtual- de la que huye constantemente y afrontar la vida sin fotos, sin poses a la cámara, sin estrechar manos a unos y otros como si fuera un adolescente cazador de firmas de famosos.

El legado de los imperios (Bó) de Samir Puri. Tengo que seguir insistiendo en esta obra porque sin duda es el libro que mejor explica lo que sucede, porque en general tendemos a pensar que las cosas suceden por que sí sin valorar que generalmente son consecuencias de otros hechos o la trayectoria y la inercia de la historia.

El año del Gallo (Gota a gota) de Guy Sorman. A comienzos del siglo XXI, asistimos a la tercera reinvención de China. Los intereses, ya sea el beneficio económico o la razón de Estado, que llevan a empresarios y políticos a China, lejos de proveerles con clarividencia, no pocas veces les hace concluir que “China no es algo corriente”, que no se puede juzgar esta nación con los mismos criterios que se aplican a cualquier otro país asiático.

Pedro Sánchez, historia de una ambición (Almuzara) de Joaquín Leguina. La obra recoge con detalle el desastre sanitario, económico y social que trajo consigo la pandemia, la más que posible ruptura de coalición con Podemos y la pretendida gran alianza entre PSOE y PP. Ahora que Sánchez ve su caída final y que lo hará mintiendo, igual que como llegó, hay que estudiar con perspectiva de legislatura lo que ha sucedido.