El padre Mateo Crawley dedicó su vida a una obra singular: consistía en que muchos países, regiones, ciudades, asociaciones, congregaciones, etc., se consagraran al Sagrado Corazón de Jesús, que no es otra cosa que la eterna práctica de la infancia espiritual y la adhesión a la misericordia de Dios como raíz, centro y fruto de toda la doctrina y la vida cristiana.

Le sometió la posibilidad de emprender esa acción a Pío X y, al final, el Papa que condenó el modernismo, compendio de todas las herejías contemporáneas, le dijo que no sólo se lo permitía, sino que le ordenaba tan estupenda función, a la que debía dedicar su vida.

Y así fue. Don Mateo se dedicó a ello en Europa y América, muy en especial en la zona en la que encontró el terreno más abonado, en la Península Ibérica. En nuestra patria fue donde consiguió que el rey Alfonso XIII consagrara España al Sagrado Corazón, un 30 de mayo de 1919, en el Cerro de los Ángeles, centro geográfico del país, al sur de Madrid. 

Felipe VI no deja de ceder ante el poder masónico, hoy encarnado en el Sanchismo, para preservar el trono. Por de pronto ha educado a sus hijas en un colegio masónico/Nuevo Orden Mundial (NOM). De esta forma, perderá el Trono y perderá la monarquía, todo a un tiempo

Tras la ceremonia, el padre Crawley fue recibido en palacio por Alfonso XIII: quería agradecerle el valiente acto de consagrar España al Sagrado Corazón en aquellos tiempos convulsos. El Rey de España no era ningún santo, se lo aseguro pero sí un tipo valiente y con las ideas claras. A partir de aquí tomó prestada de esa maravilla que es el libro Sor Lucía en Tuy, obra de Manuel de Santiago, el relato del programa y le respondió: 

-Padre, he tenido un gran gusto en cumplir en el Cerro de Los Ángeles un deber de rey católico, pues el enemigo de nuestra fe está ya dentro de la Ciudadela. Le doy una prueba: en este mismo salón me vi obligado a recibir a una delegación de la Francmasonería internacional. Eran unos 12 señores. He aquí lo que me dijeron: tenemos el honor de hacerle ciertas proposiciones y garantizar con ellas que su majestad conservara la Corona, servirá finalmente a la monarquía, a pesar de las crisis tremendas que le amenazan y reinará en un ambiente de paz.

Hombre, así, al pronto, ya suena fuerte que unos señores le concedan donosamente al Jefe del Estado el poder seguir ejerciendo como tal. Además, los del mandil mentían: ya no la gracia divina, sino la mera libertad humana, es demasiado compleja como para que la teledirijan los Hijos de la Viuda o cualquier otro ser humano. En cualquier caso, hablamos de un chantaje como una casa.

Insisto: no digo que Juan Carlos I sea un cúmulo de virtudes pero era un sinvergüenza auténtico, mientras su hijo está acabando en ‘auténtico sinvergüenza’... según la brillante distinción de Jacinto Choza. Soberbia y cobardía siempre van de la mano

Alfonso XIII continúa narrando al padre Mateo la entrevista con la delegación masónica: les preguntó a los del triángulo cuálen eran esas condiciones que debería cumplir para mantenerse el Trono. El Rey resume de esta guisa las exigencias  masónicas:

-Con su firma pedimos a Su Majestad su adhesión a las siguientes posiciones: adhesión a la masonería, decretar que España sea un Estado laico, la reforma de la familia y la legalización del divorcio y una instrucción pública y laica. 

Sin titubear -prosigue el monarca-, respondí: "Esto jamás, no lo puedo hacer como creyente. Soy católico, apostólico y romano. Y como quisieran insistir, les despedí con una venia". 

Y ahora viene lo grave y me temo que lo más actual hoy, en 2024: 

-Al salir, me dijo el mismo señor: "Lo sentimos pues vuestra majestad acaba de firmar su abdicación como rey de España y su destierro".

Alfonso XIII concluyó su relato: "Prefiero morir desterrado, repetí, que conservar el trono y la Corona al precio de la traición y la perfidia que me propone".

Ahora volvamos al presente de España: Alfonso XIII murió en el exilio por negarse a aceptar las órdenes de la masonería. Juan Carlos I puede morir en el exilio porque su hijo sí ha aceptado las órdenes del Nuevo Orden Mundial (NOM).

Entiéndase, hay una gran diferencia: a Alfonso XIII le echó el Gobierno -la masonería- por su fidelidad a Cristo; a Juan Carlos I le echó su hijo Felipe VI por miedo al Sanchismo, pero...

El caso es que Felipe VI no deja de ceder ante el poder masónico, hoy encarnado en el Sanchismo, para preservar el trono. Por de pronto ha educado a sus hijas en un colegio masónico/Nuevo Orden Mundial (NOM). De esta forma, perderá el Trono y perderá la monarquía, todo a un tiempo

Insisto: no digo que Juan Carlos I sea un cúmulo de virtudes pero es un sinvergüenza auténtico, mientras su hijo está acabando en 'auténtico sinvergüenza'... según la brillante distinción de Jacinto Choza. Soberbia y cobardía siempre van de la mano.

Traducido: Juan Carlos I era un católico golfo pero mantenía sus principios, que no siempre cumplía. Era Felipe II. Su tocayo, el rey de España, Felipe VI, es, por contra, como Enrique VIII, un hombre que se negaba a reconocer sus golferías y pretendía convertir el error y norma para justificar su reprobable conducta. Sus caprichos los convertía en ley, cosa que no hacía Felipe II, que era otro golfo.

Felipe VI está obsesionado con que nadie le pille en un renuncio. Y, en efecto, nadie le pillará, no porque no cometa errores sino porque su papel, de tanto ceder ante el Gobierno y ante lo políticamente correcto, la masonería de hoy, ahora conocida como Nuevo Orden Mundial (NOM), resulta tan insignificante, que el poder ni tan siquiera se preocupa en utilizarlo contra él. Le tiene bien cogido sin necesidad de escándalo alguno.