Europa no se caracteriza por su optimismo, precisamente. Todo son problemas, bretes, burocracia, disensos, errores de visión… excusas para propagar la falta de optimismo y en su lugar dar cobijo al pesimismo. ¿Puede una aspirante a potencia como la UE ser un referente si desde la ciudadanía, clase política y líderes se propaga el desánimo o la negatividad?  

La desconfianza generalizada en las instituciones comunitarias y la falta de una mayor participación ciudadana (ideal sería recurrir al voto digital) están asociadas con el pesimismo social en Europa. Del mismo modo la dificultad por entender los desafíos presentes y futuros que ni los mismos líderes políticos son capaces de gestionar y menos de explicar por falta de pedagogía sin tener que aderezar con condimentos ideológicos. La legitimidad democrática de unos políticos que no han sido votados por los europeos está cuestionada en pocos países europeos como consecuencia más inmediata.

El problema ahora son los aranceles de Trump, la guerra rusa en Ucrania que no hemos sabido gestionar o los ataques a Gaza aunque sufragamos a los terroristas de Hamás, actuando  de la misma manera con el resto de conflictos geopolíticos, mientras en otro orden de cosas los europeos retrocedemos a marchas forzadas.

La globalización, la crisis económica siempre por causas exógenas, la pandemia, los conflictos diplomáticos con determinados países, la ola de migrantes, la invasión comercial de China, el cambio climático causante de nuestros males, el rearme, la IA que destruye empleos, la amenaza de los partidos patriotas a los que descalifican de radicales de extrema derecha (los de izquierda no cuentan), el euroescepticismo, la insuficiente movilidad eléctrica, el control monetario del euro digital  y el eDNI, y ahora el kit de supervivencia para 72 h por una aparente invasión rusa en Europa de solo 3 días (el cuarto descansa)….. el pesimismo institucional es clamoroso ahondando aún más los males socio-económicos del continente. La estrategia del miedo cala como maniobra para manipular e imponer ciertos intereses oportunistas. 

China con mucha habilidad no se cansa de cantar al mundo su progreso mientras que la decadente Europa por contra de permanente baja menstrual, siempre se queja de todo a todas horas sin poner remedio. Tantas campañas públicas vacuas  defraudan por derroche y falta de efectividad. Padecemos en la UE la falta de estrategia y comunicación efectiva. Mucho hablamos de la IA y poco de la inteligencia común  (IC).

La carencia de optimismo corporativo y de cohesión social termina afectando al individual que a su vez engendra un mayor fantasma colectivo. Alguien debería enseñar en las escuelas y no solo en las de negocio, que la positividad es la mejor herramienta de automotivación para crear correctamente la buena suerte en un entorno amigable. Lo contrario trasciende y nos lo devuelve el karma. 

A muchos nos gustaría vivir en un país y en una comunidad europea donde se propague y se contagie el optimismo, lejos de los temores infundados, de los falsos relatos ideológicos y ciertas supuestas amenazas que desenfocan la realidad. Porque toda verdad tiene dos caras, aunque la sensación extendida aquí en el viejo continente es que todas son riesgos que obligan a la sobre-regulación para afrontar el futuro negro, oscuro, incierto o amenazante. Lo que no parece estar en peligro son los  impuestos, que pase lo que pase, en vez de bajar siempre aumentan.

A diario se propagan desde Asia noticias de adelantos tecnológicos chinos que facilitan la vida de las personas. Ese optimismo es el mejor soft-power de Pekín que no presta atención a Occidente, salvo Trump. La nueva administración norteamericana, pese a las formas, está manejando muy bien la psicología de masas y propaga optimismo por sus esporas aunque sea en un tono tosco y sin modales.

El único punto pesimista que se observa en Trump es respecto a Europa, anclada en la siesta del pasado y en la burocracia multiplicada por 27, incapaz de resolver las insolencias del laissez-faire de sus mismos aliados. Washington está cansada de sacarnos las castañas del fuego desde casi la prehistoria de Yalta y se ha plantado, entre otras razones porque el péndulo vira hacia Asia. Aún cuando se gane la enemistad de los aliados. 

Algunos europeos se preguntan si aún existe la OTAN, otro síntoma de pesimismo ante la duda de los nuevos tiempos. ¿Y si el mayor peligro para Europa no fuera Putin, sino nuestro propio miedo?.  Llegados a ese extremo, de igual forma que EEUU pretende comprar Groenlandia o Canadá, la solución de Europa pasaría por ser vendida a EEUU y ya veríamos cómo espabilaríamos.

España como siempre a la cola de todo, imbuida en sus desgracias nacionales y sin cansarse de ser un continuo pedigüeño, como para fijarse en asuntos metafísicos  allende el meridiano de Greenwich salvo para echar en cara al enemigo cualquier delito ante la demanda continua de explicaciones por la acción del gobierno que  nunca llegan. 

Admirable que EEUU desclasifique archivos TOP-SECRET y en España aún sigamos ocultando los de la antigua DGS, el 11M o hasta los referentes a las maletas de Delcy o las negaciones del Sahara con Marruecos. ¿Miedo? Qué va, es el negocio del pesimismo, del ocultismo por presunta seguridad nacional y el desprecio a la democracia como en tantas otras ocasiones. 

El miedo a no prosperar por falta de confianza, parece justificar el falseamiento del currículum nada infrecuente en política porque el engaño absolutorio es el fin que justifica el medio. Igualito que en Europa que por la más mínima coma conlleva dimisiones. ¿Se entiende que no se fíen de nosotros si no nosotros no nos fiamos de nuestros representantes montados en la mentira permanente? 

El pesimismo, la desinformación y la ausencia de optimismo ponen en marcha el bucle de la rueda de hámster que afecta a la economía, al ánimo, la prosperidad, la moral de los ciudadanos

Sánchez, con CV, familia y legado trucados, a sus cosas de máquina expendedora,  escenifica la asistencia en cumbres internacionales como convidado de piedra aunque casi nadie cuente con él por su falta de palabra. Se entiende que el pesimismo nacional haya traspasado las fronteras por un actor trilero: hoy dice una cosa y mañana otra, oculta información, propaga ideología woke aderezada con perspectiva de género, coronando  su incapacidad de sacar adelante ni PGE ni reformas estructurales por la vía ordinaria.

Así se entiende que el pesimismo, la desinformación y la ausencia de optimismo ponen en marcha el bucle de la rueda de hámster que afecta a la economía, al ánimo, la prosperidad, la moral de los ciudadanos y hasta cómo afrontar con actitud los desafíos del futuro que afectan a nuestros herederos. Sólo unos pocos ven más oportunidades que riesgos y eso no caracteriza precisamente a la UE que se retroalimenta de la espiral negativa. 

La tecnología militar española depende en buena medida del “salto tecnológico” pero de EEUU e Israel aunque nos llevemos a matar con ambos por liderar la “alianza internacional contra la ultraderecrha” (en alusión a Trump) y el antisemitismo contra el gobierno de Tel-Avid al defenderse del terrorismo de Hamás. Cuesta creer que así obtengamos los recursos defensivos que España precisa para garantizar su seguridad nacional a no ser que saquemos a la calle a las feministas en reserva que lo arreglan todo destapando celulitis y ubres mamarias. 

Pese a todo, no hay nada como el optimismo de Margarita Robles, ministra de Defensa: «Invertir en defensa es invertir en paz». Sólo le faltó añadir: “al tiempo que financiamos la guerra con la compra de gas ruso”. Somos un país sin defensas, no de guerras sino de guerrillas (invento español) pero de optimistas recientes que afecta ya el  24% del PIB en economía sumergida  tras  la extenuación a impuestos por comprar, vender, trabajar, ahorrar, invertir, morir, heredar y guerrear con trámites en la administración. 

Hasta entonces nos persigue el miedo a perder el empleo, a no llegar a fin de mes, al okupa, a no formar una familia o encontrar vivienda asequible, al asalto en plena calle, volver borracha a casa, enfermar de cáncery ahora hasta a la invasión rusa de Cuenca y alrededores. Así, todos corriendo para hacer acopio de papel elefante, botijos de aluminio, tiritas, velas, litines, perdigones y gafas de buceo para aguantar lo que dura un gatillazo. Pero a dónde vamos, almas caritativas, sin luz eléctrica y conexión a Tiktok. Inventemos, europeos, conexión a internet con radiación antes de que lo hagan los chinos y la nube nuclear nos obnubile la mente.