Rafael (1483-1520), 'Disputa del Santísimo Sacramento'. Museos Vaticanos. En la parte superior aparece la Iglesia triunfante y a los lados del altar a la Iglesia militante. Santo Tomás de Aquino está representado en la quinta figura del grupo de la derecha del altar, que junto con San Buenaventura (1217-1274), enfrascado en la lectura de un libro, flanquean al papa Inocencio III (1198-1216)
Decíamos ayer que... “La muerte no es el final”, pero si no es el final, si no es la nada, sino el paso a la vida eterna, ¿por qué el marchamo de la actual generación de 8.000 millones de seres humanos es la tristeza? Si hay algo que define a esta generación es la desesperanza, paso previo a la depresión, la patología de nuestro tiempo.
Regreso al prefacio de la misa de difuntos del pasado 2 de noviembre, que no viene mal recordar en este mes dedicado a nuestros muertos. Ahí va: “En Cristo brilla la esperanza de nuestra feliz resurrección y así, aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad. Porque la vida de tus fieles, Señor, no termina, se transforma y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión en el cielo”.
La muerte, o es el paso a la vida eterna o es la nada. Esto es la esperanza: irse al Cielo; esta es la desesperanza disfrazada: descansar en la tumba
La humanidad actual vive pendiente del flujo de sus percepciones sensoriales inmediatas, sin apenas plantearse un sentido para su vida. No me extraña que ande triste.
En este mes de noviembre dedicado a nuestros difuntos, resulta pertinente recordar a San Ambrosio que decía que “la muerte no nos los quita, los recibe la eternidad”. Y así, el pagano no puede ser feliz en esta vida si no es por inconsciencia. Este mismo padre de la Iglesia de Occidente lo explica así: “A causa de la dureza de su corazón, que no les permite creer, los paganos ya tienen su consuelo, pensando que la muerte es un descanso para todos sus males. Y como se ven privados de gozar de la vida piensan que quedarán liberados de toda posibilidad de sentir el dolor de las interminables y duras penas” de su existencia.
Es decir, que los viejos romanos paganos ya entendían algo de desesperación, que no es otra cosa que una falsa esperanza. La muerte no es el descanso: o es un paso para la vida eterna, o es, sencillamente, la nada.
Un noviembre para estar pendientes de nuestros difuntos, al grito de ‘vamos a vaciar el Purgatorio’. San Ambrosio: “La muerte no nos los quita, los recibe la eternidad”
Pero el cristiano no. El cristiano tiene que tener un espíritu más elevado a causa de la esperanza de una recompensa, gracias al consuelo que no sacia, el que nos espera en el Cielo. Esta es la clave de la vida: pensar que la muerte no es el final. Si no, la vida se convierte en mera subsistencia vigilada, en mera supervivencia tediosa.
Un noviembre para estar pendiente de nuestros difuntos, al grito de ‘vamos a vaciar el Purgatorio’. Sí, el Purgatorio existe y es dogma de fe para los católicos.
¡Alegra esa cara, buen hombre! ¡Te construyeron para la eternidad! El Creador no ‘creó’ la obsolescencia programada.