El progresismo avanza cambiando la piel como la serpiente para poder crecer. Su estrategia es la disolvencia de la identidad nacional e identitaria de la nación, la historia, el sexo y la tradición
Debido a la batalla cultural que se está librando en Occidente, como consecuencia también se está generando un cambio en el perfil social del individuo. En el cuadrilátero, los púgiles son globalistas contra identitarios, que se enfrentan debido a la manera de percibir el mundo, que resulta antagónica.
Una prueba de cómo el mundo se está partiendo en dos, como antaño lo hicieran los defensores de la hispanidad frente a los anglosajones, son los resultados democráticos que cada vez se ven más igualados entre unos y otros, aunque se escuden en izquierda y derecha (que ya no existen como tal, excepto cuando los dirigentes políticos hacen uso de estos términos para dividir a la sociedad). Sin ir más lejos, las recientes elecciones francesas, donde Macron y Le Pen se han enfrentado, las han ganado con una relativa y ajustada victoria los globalistas (Macron). Algo que parece lógico, ya que se jugaba en Europa, terreno favorable a él, ya que por activa y por pasiva nuestro viejo continente se declara abiertamente propulsor del proyecto global. Quizá sea esto lo que les ha llevado a poner todos los medios posibles (declaraciones institucionales, apoyo de líderes, ensuciar la imagen de Le Pen…) para que un país como Francia no rompa con el establishment previsto de las políticas de género o con la ruptura del reconocimiento cristiano de nuestra identidad, que nos define como individuos en el mundo frente a otras culturas que chocan frontalmente y sin que a su vez, desde las instituciones, no se defiendan nuestras raíces naturales.
Es inevitable que debido a la información mediatizada, los avances tecnológicos que cada vez nos hacen más dependientes, la vida rápida, las crisis financieras y la inestabilidad a medio y largo plazo, estén afectando al ciudadano medio. Las jóvenes generaciones millennials, nacidas en los 80 pero que a partir del 2000 iniciaron el asalto a la vida real, desconocen en la totalidad qué fue antes de que llegarán ellos. La serie Cuéntame no explica -no cuenta- nada porque solo manipula la verdad, pero los padres de todos estos nacieron posiblemente en el nacimiento del Homo progrus, aquel ser urbanita con vocación de cambiar el mundo desde la llamada movida madrileña, que disfrutó de la casi recién estrenada democrática, el sexo liberticida y las drogas más o menos fuertes. Un personaje que, por las características de vida, necesitaba como el comer -para sobrevivir consigo mismo-, la relativización como parte de su espíritu seudo intelectual.
El progresismo avanza cambiando la piel como la serpiente para poder crecer. Su estrategia es la disolvencia de la identidad nacional e identitaria de la nación, la historia, el sexo y la tradición. Por esto, muchos -cada vez más- ciudadanos de estos países se rebelan en su interior y luchan por salir de la asfixia que les proporciona la manipulación de la doctrina hegemónica del Nuevo Orden Mundial, globalizante y neoliberal
Del Homo Progresivum al posmodernista radicalizado, sin que quede en él rastro de una identidad clara, de objetivos marcadamente individualistas, materialista, descreído, homosexualista y de sentimentalismo primario y sin definición política. Pero sin duda, la base de pensamiento por el que se ha llegado a este nuevo ser que, siendo diferente, no deja de ser el artificio de una evolución propia de la especie, es decir, son hijos de la ideología progre.
El progre ansía novedades porque al reconocerse progresista considera que su vida debe ser un avance continuado, le aterra el pasado, lo clásico. El progre galopa sin rumbo sobre el corcel salvaje del modernismo porque odia lo tradicional. Pero su viaje a la utopía, en realidad es una huida hacia adelante. Al pecar de modernismo -y no digamos a los posmodernistas-, la ansiedad le exige renovarse continuamente para no convertirse en un mero conservador más. No sabe por qué lo odia. Quizá porque sus líderes les ponen frente al espejo del viejo conservador y no quieren parecerse a ellos. O peor, no quieren que quienes le conocen le vean así, porque en el fondo sufre de un fuerte complejo, sometido a la presión del rebaño.
Para el posmoderno, el nuevo progre del siglo XXI vive el cambio por el cambio. No importa hacia dónde o a qué, pero necesita sentirse en movimiento continuo para reconocerse vivo. No se pregunta quién genera el cambio ni con qué objetivo. Aquellos que propician el ansiado cambio, son los que dirigen a la sociedad desde la política, las instituciones o los medios de comunicación (o todos juntos y orquestados). El progre posmodernista obedece acríticamente porque le han preparado para eso durante décadas y tras varios proyectos de educación le han vaciado de juicio propio y esperan, y aspiran, a que les digan los gurús qué dirección deben tomar, porque ellos no son capaces -o no se atreven- a tomar decisiones contrarias a la grey.
Los dirigentes posmodernistas, algunos están abducidos por la idea del momento, creen sinceramente que su participación activa es por el bien de la gente -no confundir con el bien común, por favor-. Pero hay otros que no, que se malician creando más confusión, que deciden por todos qué está bien y qué está mal. Repudian la moral antropológica desde su moralismo exclusivista de lo políticamente correcto, es decir, «quien no está con nosotros, está contra nosotros».
El progresismo avanza cambiando la piel como la serpiente para poder crecer. Su estrategia es la disolución de la identidad nacional e identitaria de la nación, la historia, el sexo y la tradición. Por esto, muchos -cada vez más- ciudadanos de estos países se rebelan en su interior y luchan por salir de la asfixia que les proporciona la manipulación de la doctrina hegemónica del Nuevo Orden Mundial, globalizante y neoliberal, mientras que los pueblos se dividen más y más, profundizando en la gran fragmentación que provocan las micro fragmentaciones que estratégicamente no paran de fabricar los pensadores de la batalla por la hegemonía reinante, hasta el esperpento en tantas ocasiones y peligrosas siempre.
Historia de la ideas contemporáneas (Sekotia) de Marcos López Herrador. Este libro viene como anillo al dedo si quieres conocer la evolución de nuestra historia más contemporánea, de cómo ha ido influyendo en la manera de pensar y concebir el sentido de la vida. Un texto ameno que se lee de un tirón y que al final te quedas con ganas de más. Muy recomendable.
Qué significa ser conservador (Ciudadela) de Russell Kirk. ¿A qué llamamos ser “conservador”? ¿En qué se diferencia el conservadurismo de la propuesta liberal? Y, sobre todo, ¿cómo ven los conservadores el mundo de hoy? Se presenta en esta obra que no ha perdido un ápice de actualidad, una posible respuesta a estas preguntas. A través de 15 capítulos, Russell Kirk, el padre del pensamiento conservador contemporáneo, nos muestra un modo de concebir nuestra sociedad y nuestra civilización.
Inquisición 2.0 (Almuzara) de Plácido Fernández Viagas. La Inquisición se convirtió en un instrumento para la eliminación de la individualidad y esto es lo que hacen los «medios de comunicación». La creación de un cerebro colectivo se serviría del conocimiento que deriva de la información para proclamar la esencial identidad de los seres humanos. El acceso a la prensa permite comprobar la falsedad de cualquier carisma: detrás de la virtud, el vicio; y detrás de la excelencia, la vulgaridad.