Bestias del Mar y de la Tierra, del Apocalipsis
Debemos a Juan Manuel de Prada que el jesuita argentino Leonardo Castellani no caiga en el olvido o peor, desapercibido, entre el público español. Castellani es uno de los intérpretes más sólidos -robustos, diría doña Nadia Calviño- del Apocalipsis en particular y de las postrimerías en general.
Como los otros grandes intérpretes del último libro de la biblia, Castellani distinguía entre el fin de mundo, que probablemente nos pilla muy lejos, y el fin de los tiempos o fin de la historia, aunque el común de los mortales, por ejemplo o, hasta leer a Castellani, solíamos igualar ambos casos, al parecer uno de los grandes errores de los novatos en esto del fin del mundo.
Pero tanto Castellani como todos los demás intérpretes de las postrimerías, siempre hablan, con las más diversas variantes, de la Bestia el Mar y la Bestia de la Tierra y parecen empeñados en distinguir entre ambas. Mucho me temo que voy a incurrir en simplificación pero digamos que la primera bestia es política y la segunda religiosa. Si lo quieren en formato caricatura, la primera sería el Anticristo y la segunda el Antipapa. Sí, una simplificación probablemente falsa pero nos sirve para entendernos.
En el campo religioso, no tengo ninguna duda: el problema es la desacralización de la Eucaristía. Vivimos en la era de la profanación permanente, el gran regalo de Dios a los hombres, cada vez más ninguneada, negada y profanada. Todo empezó con la supresión de reclinatorios para comulgar y con un esconder los sagrarios. De ahí a la supresión de la Eucaristía puede haber poco espacio.
Respecto a la Bestia del Mar, mucho me temo que esto tiene que ver con la blasfemia contra el Espíritu Santo, verdadera clave de bóveda del momento actual: la inversión de principios constituye la sustancia venenosa del siglo XXI. Recuerden, el siglo XX preparó el terreno con un relativismo que me temo ya superado. Recuerden aquello del nada es verdad ni nada es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira que más que al error nos llevaba a la mentecatez.
Pero el relativismo no era suficiente para una etapa fin de ciclo. La bestia del mar necesita mucho más, necesita instaurar un mundo en el que lo bueno es malo y lo malo es bueno, que la verdad es mentira y la mentira es elevada al trono de la verdad, que lo feo es bellísimo y lo bello rechazable, corriente artística conocida como feísmo. O lo que es lo mismo: Satán colocado en el lugar de Cristo.
Nunca lo conseguirá, claro, pero me temo que vivimos en una etapa fin de ciclo… y en medio de la crisis más profunda de toda la historia de la Iglesia.
Profanar los templos, la moda del siglo XXI, no pocas veces por parte de los propios cristianos (en especial con la degradación de la Eucaristía y la marginación del sagrario)
Una crisis que recuerda la Abominación de la Desolación, del amigo Antíoco IV Epífanes, el rey sirio, uno de los sucesores de Alejandro Magno, que arrasó Jerusalén, destruyó el Templo, erigió una templo a Zeus e instauró el culto a Venus afrodita, mayormente conocido como fornicación pura y dura.
Digo que la crisis actual recuerda esa abominación de la desolación porque se repiten los mismos mimbres del siglo II antes de Cristo (Aprox. 175 aC). Es decir profanar los templos, la moda del siglo XXI, no pocas veces por parte de los propios cristianos (en especial con la degradación de la Eucaristía y la marginación del sagrario), atacar las costumbres religiosas, en especial los sacramentos y el calendario litúrgico -civilizar las fiestas religiosas o simplemente suprimirlas- tal y como el bueno de Antíoco hizo. Vamos que ahora mismo si eres católico no puedes ser un intelectual, o eres intelectual o eres católico. Ambas cosas a la vez… imposible… de la misma forma que Antíoco quemó los libros de la ley y ‘obligó’ a pensar en griego.
Incluso el detalle jocoso de la profusión de gimnasios y actividades atléticas en la Jerusalén del siglo segundo antes de Cristo se da un aire con el culto al cuerpo -gimnasios y anorexia incluidos- de la España del siglo XXI.
Vamos que ahora mismo si eres católico no puedes ser un intelectual, o eres intelectual o eres católico. Ambas cosas a la vez… imposible… de la misma forma que Antíoco quemó los libros de la ley y ‘obligó’ a pensar en griego.
Poniendo como ejemplo el derecho al aborto, podríamos establecer las tres etapas por las que ha pasado la modernidad:
1.La amoralidad. El mencionado relativismo: existe el bien y existe el mal pero no sabemos cuál es cuál. Eso es la despenalización del aborto o aborto libre.
2.La inmoralidad. Aquí ya estamos en el derecho al aborto. No sólo es que no haya condenar a quien aborta sino que matar la niño antes de nacer es un derecho. Es la implantación de la inmoralidad, la blasfemia contra el Espíritu Santo: lo bueno es malo y lo malo es bueno.
3.La anti-moralidad. La abominación de la desolación. Ya no sólo es que lo malo sea bueno y lo bueno malo, es que, además, debemos adorar al mal, crear la religión de Satán.
Que sí, que estamos en la Abominación de la Desolación, un crimen que no quedara sin juicio. Si lo prefieren, sin castigo.
Muy pesimista te veo Eulogio. Nada de eso. Recuerden las palabras de Cristo cuando describe los horrores de las postrimerías: “Cuando estas cosas empiecen a suceder, erguíos y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación”.
Hoy vivimos el memorial de Antíoco, el Profanador, y de la rebelión de los Macabeos, pero la sangre de los mártires -los que no matan pero saben morir- es semilla de cristianos y prólogo del esplendor de la Nueva Jerusalén.
Además, recuerden con Kafka, que no era el más devoto de los intelectuales, que “en estos tiempos impíos nuestro deber es estar alegres”.