La eutanasia, un crimen contra la vida
Canadá fue uno de los primeros países del mundo en legalizar la eutanasia, denominada asistencia médica para morir (MAID, por sus siglas en inglés). Lo hizo en 2016, después de que en 2015, la Corte Suprema canadiense diese un año al Gobierno para regularla tras sentenciar que prohibir el suicidio asistido privaba a los ciudadanos de su autonomía y dignidad.
La ley fue originalmente aprobada para los mayores de 18 años con enfermedades terminales, pero en 2021 se incluyó a quienes padecen afecciones físicas graves y crónicas, sin necesidad de que sean una amenaza para sus vidas.
En febrero de este año, el Gobierno canadiense de Justin Trudeau propuso legalizar la eutanasia para los niños, las personas con enfermedades mentales y las personas con demencia que lo soliciten por adelantado, informó LifeSiteNews.
Y lo último, según publica el Daily Mail, es que cuando en marzo de 2024 se modifique la legislación del país sobre muerte médicamente asistida, los pacientes con problemas de salud mental, incluidos aquellos con problemas de abuso de sustancias, que no padezcan dolencias físicas podrán solicitar el suicidio asistido.
En la actualidad, las personas que padecen únicamente enfermedades mentales como depresión y trastornos de la personalidad, sin afecciones físicas, no pueden optar al suicidio asistido.
En los próximos meses, una comisión parlamentaria especial volverá a estudiar la medida antes de su puesta en marcha, tras las opiniones divergentes de los partidos políticos canadienses, añade Dayli Mail.
En Canadá, en 2022, hubo 13.241 muertes asistidas en frente a 10.092 en 2021, 7.611 en 2020, 5.665 en 2019, 4.493 en 2018, 2.838 en 2017 y 1.018 en 2016. El informe de 2022 también indica que el número de muertes asistidas aumentó un 31,2%, lo que representa el 4,1% de todas las muertes, recoge LifeNews.
Se empieza permitiendo la eutanasia sólo en casos excepcionales y por voluntad propia, pero se termina aplicándola sin restricciones, a cualquier persona e incluso en contra de su voluntad, y de manera especial a los más débiles y vulnerables
O sea, que Canadá es un país que representa un ejemplo perfecto del 'plano inclinado' en el que caen los países que aprueban esa práctica o el suicidio asistido: se empieza permitiéndola sólo en casos excepcionales y por voluntad propia, pero se termina aplicándola sin restricciones, a cualquier persona e incluso en contra de su voluntad, y de manera especial a los más débiles y vulnerables: enfermos mentales, ancianos, discapacitados sobre todo intelectuales..., que no pueden defenderse ante la decisión de otros -el Estado, un médico, los jueces, los políticos, sus familiares- sobre sus vidas.
Se trata de un plano inclinado o pendiente deslizante muy difícil de parar que provoca que la vida no tenga ningún valor, especialmente la de los más débiles y vulnerables, y que sea a ellos a quienes se termine aplicando al eutanasia sin su consentimiento.
La eutanasia y el suicidio asistido suponen traspasar la frontera ética de que la vida es sagrada y ni uno mismo y ni mucho menos un tercero puede disponer de ella. Esa frontera ética está en la conciencia de todas las personas del mundo. Y por eso es acorde con la ley natural: respetar la vida humana en todas sus etapas, desde la concepción a la muerte natural.
Y esa frontera ética debería estar reconocida por las leyes: como el ‘no’ a la pena de muerte, al asesinato o al homicidio. Es decir, es la misma razón por la que hay que oponerse también a la pena de muerte, al asesinato o al homicidio: no con un argumento religioso, sino meramente humano y racional.
Se trata de un plano inclinado o pendiente deslizante muy difícil de parar que provoca que la vida no tenga ningún valor, especialmente la de los más débiles y vulnerables, y que sea a ellos a quienes se termine aplicando al eutanasia sin su consentimiento
Esto dice el catecismo de la iglesia católica sobre la eutanasia y los cuidados paliativos:
2276 Aquellos cuya vida se encuentra disminuida o debilitada tienen derecho a un respeto especial. Las personas enfermas o disminuidas deben ser atendidas para que lleven una vida tan normal como sea posible.
2277 Cualesquiera que sean los motivos y los medios, la eutanasia directa consiste en poner fin a la vida de personas disminuidas, enfermas o moribundas. Es moralmente inaceptable.
Por tanto, una acción o una omisión que, de suyo o en la intención, provoca la muerte para suprimir el dolor, constituye un homicidio gravemente contrario a la dignidad de la persona humana y al respeto del Dios vivo, su Creador. El error de juicio en el que se puede haber caído de buena fe no cambia la naturaleza de este acto homicida, que se ha de rechazar y excluir siempre (cf. Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Iura et bona).
2278 La interrupción de tratamientos médicos onerosos, peligrosos, extraordinarios o desproporcionados a los resultados puede ser legítima. Interrumpir estos tratamientos es rechazar el “encarnizamiento terapéutico”. Con esto no se pretende provocar la muerte; se acepta no poder impedirla. Las decisiones deben ser tomadas por el paciente, si para ello tiene competencia y capacidad o si no por los que tienen los derechos legales, respetando siempre la voluntad razonable y los intereses legítimos del paciente.
2279 Aunque la muerte se considere inminente, los cuidados ordinarios debidos a una persona enferma no pueden ser legítimamente interrumpidos. El uso de analgésicos para aliviar los sufrimientos del moribundo, incluso con riesgo de abreviar sus días, puede ser moralmente conforme a la dignidad humana si la muerte no es pretendida, ni como fin ni como medio, sino solamente prevista y tolerada como inevitable. Los cuidados paliativos constituyen una forma privilegiada de la caridad desinteresada. Por esta razón deben ser alentados.