La fórmula para resolver este gravísimo problema no lo tiene quien recibe la comunión, sino el que la distribuye, y más el que impone el modo de distribución y de recepción
Esto no puede seguir así. Algo hay que hacer para que cambie la situación a la que hemos llegado, porque salvo excepciones en las iglesias de España se está maltratando a Jesús Sacramentado. Y la reacción solo puede venir de quienes tienen capacidad para detener esta deriva, porque la fórmula para resolver este gravísimo problema no lo tiene quien recibe la comunión, sino el que la distribuye, y más el que impone el modo de distribución y de recepción.
Por eso hoy, día de la Inmaculada, dirijo estas líneas desde el periódico Hispanidad a todos los obispos, párrocos y sacerdotes, a los superiores de las numerosas órdenes religiosas, a los directores de los nuevos movimientos laicales y del Opus Dei, y por si se me ha quedado alguna institución de la Iglesia sin englobar en las que he citado, me dirijo en definitiva a todos cuantos tienen responsabilidades en la orientación espiritual de las almas.
Soy muy consciente de que precisamente yo no tengo la mejor carta de presentación para ser atendido por ustedes, pues en los últimos años he recibido suficientes pruebas de que no soy precisamente santo de su devoción. Pero les escribo por una obligación de mi conciencia, y además deben escucharme, porque en estas líneas ni hablo solo por mí, ni por supuesto reclamo nada para mi persona.
Solo soy un testigo de la falta de respeto y de piedad con que se trata a la Eucaristía, con las excepciones que por supuesto las hay. A juzgar por lo que se ve exteriormente, se podría decir que se está perdiendo la fe en la presencia real de Jesucristo en las sagradas especies eucarísticas, y hasta se podría pensar que hay un intento de hacer desaparecer a Jesucristo Eucaristía.
Y en el mejor de los casos, si se tiene esa fe, el trato que recibe la Sagrada Eucaristía en los templos españoles no se corresponde con esa creencia. ¿Qué se podría pensar del amor de una novia, a la que espera en el altar quien se va a convertir en su marido, si se presentara despeinada y con un traje blanco arrugado y lleno de manchas de grasa?
Como he dicho, ni pido nada para mí, ni escribo solo para expresar mi opinión. Les puedo asegurar que como yo piensa mucha gente, y seguro que ustedes lo saben. Desde que publiqué mi artículo sobre la Eucaristía, el domingo pasado, he recibido muchos mensajes de personas de todas las condiciones, en los que se me dice que piensan lo mismo que yo.
Y me van a permitir que les trasmita uno solo de esos mensajes, escrito por una buena mujer, profesional y madre de familia. Lo copio a continuación porque estoy convencido de que después de leerlo, algunos de ustedes, y ojalá fueran todos, romperán su silencio y tomarán las disposiciones oportunas. Y si hablan y actúan el éxito es seguro, porque en el pueblo fiel hay muchas almas buenas como la de esta mujer, que me escribió lo siguiente cuando leyó mi artículo del domingo pasado:
“Muchas gracias Javier. Me ha llegado muy dentro…, cuando salimos del confinamiento, y después de mucho dudar y evitarlo, recuerdo recibir la Sagrada Forma en la mano por primera vez, lloraba…, no me sentía ni digna, ni capaz. Pero al leer tu artículo me he dado cuenta de que ya lo estoy haciendo con una normalidad, que me sugiere analizar lo que está pasando… Ese “catolicismo moderadito…” me da mucho que pensar, y te lo agradezco mucho".
Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá