Han pasado cinco años desde que se decretó el repugnante confinamiento total en España, la única idea que se le ocurrió al mundo para luchar contra el Covid, y que Pedro Sánchez aplicó en España, para combatir un virus del que no sabíamos ni de dónde venía ni cómo combatirlo. 

Un lustro después seguimos sin saber nada salvo que los chinos, a los que ni por asomo se les ha ocurrido pedir perdón al mundo, tuvieron algo que ver con su nacimiento.

Con el cierre de los templos, se agudizó la crisis de la Iglesia y se aceleró el proceso que finaliza con aquellas palabras terribles del Evangelio: "Cuando vuelva el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?"

Francisco decretó el cierre de los templos y los obispos del mundo hicieron lo propio en sus diócesis. En España, Moncloa no tuvo necesidad de imponer nada: salvo algún obispo rebelde, casi todos abdicaron de su labor pastoral y se abandonaron en manos de la 'ciencia' es decir del primer lechugino que apareciera por la puerta, a ser posible, lechugino oficial, y se calificara de 'experto'. 

En una imagen tan sobrecogedora como irritante, Francisco rezó sólo en la enorme Plaza de San Pedro, pero el resto de los católicos del mundo, unos 1.000 millones, también se quedaron huérfanos. 

Ese mismo día 14 de marzo de 2020, recuerdo que era sábado, el Obispo de Madrid, Carlos Osoro, ordenó cerrar las iglesias y suspender las eucaristías, incluso adelantándose a los deseos del Gobierno. Estaba en misa, era sábado por la mañana misa de la Virgen, en una iglesia de barrio bajo de Madrid. El párroco nos advirtió al final: "Desde mañana domingo tengo orden de suspender las eucaristías públicas, pero no las privadas. Por tanto, si alguien quiere venir a mi muy privada misa, no voy a ser tan maleducado de cerrarle la puerta".

Oído cocina. Así pude acudir a la Sagrada Eucaristía todos y cada uno de los días de confinamiento, oficios de Semana Santa incluidos. Eso sí, bajo vigilancia judicial y otras imbecilidades que no sé si redujeron el número de muertos, porque resulta que España encabezó la lista de muertos por habitante en Europa y durante un lapso largo fuimos los segundos del mundo en mortalidad tras Japón ¡Menudo éxito!

Ninguna heroicidad, la heroicidad fue del cura, que se arriesgó a ser detenido por la policía represora y blasfema, que llegó a interrumpir la ceremonia eucarística en algún templo. Por vivir, viví en 2020, gracias a ese sacerdote valiente y pelín desobediente, hasta la vigilia de Resurrección.

Fue en el covid cuando los perros terminaron por suplantar a los niños y cuando la gente fue presa del pánico, alentado por el poder que ama a las sociedades sumisas. Hubo miedo al virus, miedo a morir, miedo a la propia impotencia, miedo al miedo. Y una acelerada búsqueda de culpables

Más consecuencias del gran fracaso eclesial del Covid: la Iglesia se rindió sin luchar ante la gran operación liberticida del coronavirus y eso hizo que los de dentro obedecieran a la jerarquía y abandonaran el sitio, mientras los de fuera se crecían. Recuerdo en cierta ocasión en que iba a entrar en aquella iglesia de barrio bajo, pasó una pareja, con su perrito claro, que fue en el Covid cuando los perros terminaron por suplantar a los niños, y el varón soltó aquello de "y la puta iglesia abierta". El chico tenía miedo, miedo al virus, miedo a morir, miedo a su impotencia y miedo al miedo. Tenia que buscar un culpable y lo halló en los curas, que dejaban la puerta de la iglesia abierta. 

Esa fue otra de las consecuencias terribles del Covid: una sociedad sumisa ante el poder y enfrentada al vecino. Dicen que creció la solidaridad con el Covid. No me haga reír. Si hasta la misma solidaridad estaba prohibida. 

Y más: Cristo fue borrado de la vida y de la muerte: enfermos sin sacramentos y, para los difuntos, funerales masónicos. Aquellos funerales tan progres, en círculo, presididos por Su Majestad el Rey Felipe VI, que en su vida ha hecho más el ridículo, con un pebetero y el fuego purificador e iluminador, ¡oh sí! El satanismo más hortera suplantando el oficio de difuntos católico. 

Con el cierre de los templos, en suma, se agudizó la crisis de la Iglesia y se aceleró el proceso que finaliza con aquellas palabras terribles del Evangelio: "Cuando vuelva el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?".

Cristo fue borrado de la vida y de la muerte: enfermos sin sacramentos y, para los difuntos, funerales masónicos

En resumen, ¿qué debió hacer entonces la Iglesia? Pues confiar en Dios, no en el Gobierno, y retar al Gobierno que no a Dios.  

La Iglesia vive de Eucaristía, las almas también. Si les quitas la Eucaristía se convierten en zombis. 

Y ojo, que hemos creado el precedente para el próximo Covid.