Arbitrariedad judicial contra Sor Patrocinio. Tal que así se titula la nueva obra de investigación histórica del catedrático emérito de Historia Contemporánea, Javier Paredes, editada por San Román

Lo más atractivo del libro es que el autor demuestra la farsa del juicio contra la conocida como 'la monja de llagas', juicio inspirado en la persecución que su enamorado frustrado, el nauseabundo progresista, Salustiano Olózaga, lanzó contra la mujer que se había atrevido a rechazarle en sus requiebros amorosos. Para un tipo tan soberbio como él, de la pasión al odio sólo hay un paso. En el caso de Salustiano, ni eso.

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Olózaga, ministro comecuras del homicida progresismo decimonónico, el de los ínclitos desamortizadores Mendizábal y Madoz y compañía, no se andaba con chiquitas.

Don Salustiano lanzó todo su poder contra Sor Patrocinio, la monja de las llagas, una religiosa que, sin pretenderlo, se convirtió  en el personaje clave del siglo XIX español, el más vilipendiado, injuriado, manoseado y calumniado por los progresistas del momento, entonces conocidos como los 'exaltados'

Recuerden que el modernismo nacido en el siglo XIX consolidó el relativismo demoledor del siglo XX, donde negamos el bien y el mal... para acabar en la Blasfemia contra el Espíritu Santo, donde hemos vuelto a distinguir entre el bien y el mal: llamamos mal al bien y bien al mal. Y es que el progresismo no para: siempre en movimiento, ni hacia adelante ni hacia atrás: en círculo. Yo mismo ya me siento un poco mareado. 

Volvamos al XIX. Cuenta el catedrático Paredes que lo de sor Patrocinio, fue, en efecto, una farsa de juicio que incluye testigos que mienten, médicos que torturaron para curar una llagas que se reproducían de continuo, jueces comprados y milicianos violentos y crueles e incluso jerarcas eclesiásticos a los que le molestaba un milagro tan evidente: no hace elegante.

Sor Patrocinio tan sólo era la religiosa en cuyo cuerpo -como un siglo después le ocurriría al Padre Pío de la Pietralcina- le surgieron, y sangraron, las llagas de Cristo Crucificado, en manos, pies, cabeza y costado. Fue juzgada en 1835-36, en la precitada farsa de juicio en el que acabó condenada por, según la sentencia, provocarse ella misma las cinco llagas... para hacerse la santita y favorecer a la causa carlista frente a los liberales. ¡Toma ya!

El argumento ya de suyo es complicadito pero la condena ya estaba escrita antes de iniciarse la instrucción. Y así, muchos años después tanto el juez como uno de los médicos principales que certificaron con falsedad que las llagas se las producía la propia monja pidieron perdón a la religiosa. En el mejor de los casos, ambos confundieron sus prejuicios cristófobos con la realidad. Vamos, que tenían que negar el milagro porque, aceptar el milagro, supondría... aceptar a Cristo. 

Aquello no fue un juicio, fue un prejuicio, una tortura psíquica y física, donde el propio juez llegó a golpear con su bastón a la juzgada y donde un miliciano, naturalmente progresista, le rompió varias costillas a la juzgada, de un culatazo. 

Naturalmente, durante el simulacro de proceso, las llagas siguieron sangrando, a pesar del empeño de los galenos en que cicatrizaran para demostrar "el embuste". Y es que insisto, el pobre progresista, en cuanto se topa con el milagro, ayer y hoy, que hoy también hay milagros, no sabe cómo reaccionar. 

Ahora bien, hasta el momento, Paredes nos había mostrado que las llagas de Sor Patrocinio eran ciertas. Ahora nos los demuestra, a través del análisis de un juicio miserable contra una pobre mujer, que acabó rindiendo a sus enemigos como lo hacen los hijos de Dios -sufriendo, no haciendo sufrir-, y que acabó con casi todo ellos arrepentidos de haber participado en una crueldad especialmente grave y especialmente estúpida. Al final, Venciste Galileo, esta monja indefensa triunfó sobre todos sus perseguidores. Sólo la mala fe de los agnósticos y los complejos, cuando no la necedad, de muchos católicos de hoy pueden negar el milagro permanente de la monja de las llagas. 

¡Es el milagro, estúpidos, el milagro! El milagro que llena el siglo XIX español, el de la monja en cuyo cuerpo se imprimieron las llagas de Cristo en la cruz. Los mismos milagros que hoy protagonizaríamos nosotros, si tuviéramos fe.