Cuando San Chema recordó aquello de “sed perfectos como vuestro padre celestial es perfecto”
Constitución dogmatica Lumen Gentium, del Concilio Vaticano II, capítulo cinco: “Todos los que creen en Jesucristo, independientemente de su vocación en la vida, son llamados a la santidad”.
La constitución Dogmática se publica un 21 de noviembre de 1964 y aunque sonaron revolucionarias sólo recogen las palabras evangélicas de 2.000 años atrás, de un tal Jesús de Nazaret: “Sed perfectos como mi padre celestial es perfecto”. Nada menos que perfecto, que también son ganas de exagerar...
Ahora bien, un cuarto de siglo antes de la Lumen Gentium aparecía por Roma un cura maño llamado José María Escrivá. El susodicho, medio siglo antes, había fundado el Opus Dei, que prescribía eso mismo: vamos, que la santidad no es cosa de curas y que los laicos tenían tanta obligación de ser santos, ahí en medio del mundo, como los sacerdotes y religiosos.
También a él se le tildó de exagerado y cuando apareció por la Santa Sede, terminada la II Guerra Mundial, los amantes del derecho canónico le dijeron que había llegado con varios lustros de adelanto. ¿Santidad para los laicos? No te pases.
Hoy, día de Todos los Santos, estamos en vísperas de una nueva decisión de la Santa Sede que podría poner en solfa el futuro del Opus Dei fundado por San Chema. Y mucho me temo que su pérdida puede ser considerada una muy lamentable pérdida.
Durante casi un siglo, desde 1928 hasta al menos el año 2000, la Obra se convirtió en una columna de la Iglesia, por su seguridad en la doctrina. Pero hoy está pendiente de que la Curia vaticana apruebe unos estatutos que permitan que las cosas sigan como están o que, por el contrario, rompan la relación entre los miembros de la Obra y los sacerdotes que administran los sacramentos.
Y entonces ocurrirá lo que está ocurriendo en Torreciudad: a medida que la labor del Opus Dei queda sujeta a los clérigos de la zona, resulta que esa labor se jibariza. En plata, que a las celebraciones litúrgicas en el santuario mariano de Torreciudad ya no asisten ni la mitad de fieles que antes y, en breve, es posible que se convierta en un monumento vacío, uno más de los templos de bellas piedras y pocos fieles, en que hemos convertido la Iglesia en Europa.
Lo de ser santo resulta interesante, porque el santo se parece mucho al hombre feliz. He leído muchas vidas de santos: los había de muchos tipos, pero ninguno triste. Un día de estos descubriré su secreto.