Días atrás charlaba con un párroco de una relevante capital española. Me contó que habían llegado hasta su parroquia dos religiosos de una de las congregaciones más importantes con las que ha contado la historia contemporánea de la Iglesia. “Dos buenísimas personas”, me aclaró, pero le asombró que acudieran a sus eucaristías como un feligrés más, así que les ofreció su templo para “oficiar misa”. Se animaron y nuestro párroco comprobó que en la conversión del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor hicieron una asamblea que forzó al sacerdote a decir aquello de “nunca más”. Les puse a confesar, no sin antes explicarles eso del pecado, en definitiva sin explicitar aquello de amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo ‘sólo’ como a ti mismo... y ruego se entienda la ironía pero también que la gradación del amor va por ese orden, primero Dios, luego el vecino. A Dios más que a uno mismo y al vecino como a uno mismo.

Eso sí, aquellos dos religiosos consagrados son buenas personas, son dos buenos paganos, me confiesa.

Eso de que uno nunca se escandaliza de nada es una gran mentira. Yo estoy francamente escandalizado por el hecho de que a dos religiosos se les haya olvidado decir misa, de que hayan perdido el sentido mismo de lo que están haciendo: el sacrificio que hace temblar al universo pero que ya no conmueve a los hombres ni da sentido al sacerdocio. 

Mucho me temo que vivamos en una Iglesia pagana. Con estos clérigos, mucho me temo que tengamos que recordar el viejo aforismo tautológico de que ‘nadie da lo que no tiene’. 

Es curioso: no he leído ninguna reseña del Sínodo de la Sinodalidad sobre el paganismo de los curas. A lo mejor es que no ha trascendido.