Descendió a los infiernos antes de subir a los cielos. Lo dice el Credo, pero el evangelio nada explica de este descenso al Hades de Cristo tras su muerte en la cruz. Aunque, eso sí, Pedro lo explica en su primera carta con estas palabras, asimismo impresionantes: "el evangelio también se anunció a los muertos". (I Pedro 4, 6)

No, el descenso a los infiernos de Jesús, acaecido, en la concepción temporal de los hombres, entre la muerte del Viernes santo y la resurrección del Domingo lo relatan los evangelios apócrifos a los que siempre hay que acercarse con tanta sospecha como, en ocasiones, admiración. 

LIbro Jesús en su tiempo, de Daniel-Rops

 

El genial Daniel-Rops, en su espléndido, "Jesús en su tiempo", recoge la descripción que el apócrifo Evangelio de Nicodemo, también conocido como Las Actas de Pilatos, realiza sobre el descenso a los infiernos de Cristo. Ahí va: "Descansábamos con nuestros padres en las tinieblas de la muerte, cuando nos vimos envueltos, repentinamente, en una luz dorada como la del sol. Enseguida, Adán, el padre de todo el género humano, se estremeció de alegría, igual que los patriarcas y los profetas. El infierno se inquietaba, sin embargo, pues el príncipe del Tártaro temía ver aparecer aquel que ya había contrapesado su poder al resucitar a Lázaro. El príncipe de los infiernos dijo a sus impíos ministros: cerrar las puertas de bronce, corred los pestillos de hierro y pelead con denuedo. Entonces el Rey de la Gloria aplastó a la muerte bajo sus pies y apoderándose de Satán despojó al infierno de todo su poder Y llevo a Adán a la claridad de la luz".

La resurrección de Cristo es el momento más importante de la historia. El resto de los milenios, antes o después, son apéndices de ese eje histórico.

La historia de la humanidad es providencia divina, en un 99%, y libertad humana, en un 1%. Pero ese 1% es absolutamente necesario porque Dios no se conforma con menos del 100 por 100. Nada hará sin contar con la libertad del hombre. Dios ha dado muchas leyes a los hombres, sólo uno a sí mismo: no desea que le amen robots sino seres que pueden odiarle si así lo deciden. Esto es, sólo quiere que le amen seres libres. La historia es la historia del amor de Cristo y de la libertad del hombre. 

Si alguien contempla lo que desea la Providencia -y eso está muy claro, y supiera lo que va a responder cada hombre a cada proposición divina, ese alguien conocería el futuro como nosotros conocemos el pasado. 

Ahora bien, sin prejuicios, con un adarme de discernimiento, la voluntad de Dios, el 99%, es previsible, se puede determinar con bastante certeza. Por contra, la voluntad del hombre...

Aún así: 99% frente a 1% y ese 1% puede torcer y retorcer el 99%, sí, pero la proporción nos exige prescindir de todo pesimismo, de toda angustia. Si nos acogemos al 99%, la victoria es segura y nos sobran los agoreros. De hecho, esa proporción rebela el lema cristiano por antonomasia (este no es evangélico, me lo he inventado yo): de derrota en derrota hasta la victoria final, ya prefigurada en la resurrección acaecida en Jerusalén hace más de 2.000 años. Dios no pierde batallas, los suyos, tampoco. Ni los vivos ni los muertos, que para ambos resucitó. 

La victoria es nuestra. Agoreros, abstenerse.